La Antártica, el santuario violado ante el silencio cobarde de sus custodios

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Rivera Westerberg.

El 19 de noviembre grupos ecologistas de Chile y otros países denunciaron que la flota ballenera japonesa –con el cínico pretexto de investigaciones científicas– se alejaba de la costa del país con derrotero a las aguas del Santuario Ballenero Austral. Alrededor de un millar de cetáceos están en la mira de sus arpones para alimentar no la ciencia, sino los paladares del "sol naciente".

El barco factoría (léase carnicero) Nisshin Maru y otras embarcaciones se estacionarán durante los próximos meses –hasta el invierno– al Sur del paralelo 40, en el Océano Antártico, con el fin de continuar con la caza "científica" de ballenas, señaló el Centro de Conservación Cetácea del Brasil.

Desde la puesta en marcha –es un decir– de la moratoria planetaria de caza comercial de ballenas, en 1994, Japón viene depredando los mares australes y tiene a su haber la muerte de poco menos de 10.000 ejemplares de las diversas variedades de ballenas con supuestos fines científicos, denuncian los ecologistas. Unas cuarenta organizaciones ecologistas y protectoras de las ballenas de los países latinoamericanos demandaron a sus gobiernos que expresen la más enérgica protesta por esta cacería pirata japonesa. No tienen respuesta.

La partida de la flota se produce pocos días después de que cuarenta organizaciones civiles de quince países de América Latina solicitaran a sus Gobiernos presentar una protesta diplomática en contra de esa denominada "caza científica".

En Chile, que reclama soberanía sobre la península Antártica, la acción depredadora del Japón significa, además, en la medida que la flota ballenera navegue esos mares, el desconocimiento de su pretensión territorial o, desde otra óptica, una verdadera invasión.

Silencio de radio

Recién el 24 de noviembre los gobiernos latinoamericanos —con excepción de Colombia y Venezuela, que no participan en la CBI– acordaron, flojamente, en Buenos Aires ponerse de acuerdo para reclamar a su par en Tokio la apertura de la temporada de casa "científica" de caza de ballenas, cuya carne termina siempre en restoranes y comercios de ese país.

La inutilidad de la diplomacia continental radica en que la protesta suramericana de los países que integran la Comisión Ballenera Internacional no surtirá efecto –en el supuesto idealista de que Japón la acoja– antes de que se perpetre la matanza de cetáceos.

Los mares antárticos no sólo son el escenario de la liquidación de las ballenas, muchas voces se alzan en alerta ante a depredación humana del krill, minúsculo crustáceo que conforma un elemento fundamental de la dieta de las ballenas y de otras especies de la región.

Roxana Schteinbarg, del Instituto de Conservación de Ballenas de la Argentina señaló que la acción japonesa "es una burla" a los Estados de a Comisión, añadiendo:"Nos preocupa seriamente el silencio de los gobiernos". Por su parte en Brasil un prominente integrante del  Centro de Conservación Cetácea y ex comisionado de la CBI se manifestó partidario de "poner fin al inmovilismo" ante estas masacres.

Desde que la CBI aprobó la primera moratoria para frenar la caza comercial en 1986, Japón, Islandia y Noruega han cazado no menos de 20.000 ballenas.

Las entidades conservacionistas denunciaron que en la última temporada los japoneses mataron más de 300 ballenas hembras, la mayor parte de las cuales estaban preñadas. Los países reunidos en Buenos Aires –el grupo se creó en 2005– han condenado desde entonces a Japón por su caza a la Antártica, pero nunca han sido oídos y jamás han tomado una acción concreta para impedirlo.

En Chile, en plena campaña electoral para la renovación parcial del Congreso y definir la sucesión presidencial, curiosamente, no se escuchó, salvo dos excepciones, a elementos del sector político opinar sobre la caza de ballenas que inició Japón. Una voz fue la del senador socialista Jaime Naranjo, que llamó al gobierno a "tomar medidas destinadas a impedir la caza de ballenas" en el Santuario Ballenero, recordando que está prohibida con fines comerciales.

Naranjo, de la coalición en el gobierno, demandó a La Moneda "reaccionar de inmediato con fuerza y decisión".

La otra voz fue la del vocero de la candidatura presidencial de Marco Enríquez-Ominami, y actual diputado y candidato a la reelección, Álvaro Escobar, quien señaló la amenaza para el delicado ecosistema antártico representada por la flota japonesa, reclamando que “con urgencia, el gobierno chileno debe gestionar la protección real del ecosistema antártico."

Escobar llamó al gobierno y a la presidenta Bachelet que "Cuide resolutivamente el santuario, aplicando nuestra ley y exigiendo, por vía diplomática, al gobierno de Japón el respeto a nuestro derecho a proteger a nuestro mar y las especies que habitan en él”.

Hasta el momento de despachar esta información era ostensible en Chile el silencio de los demás presidenciables, de los partidos políticos y el hecho de que ninguno de ambos parlamentarios –ni las asociaciones ciudadanas– hubieran recibido respuesta a sus demandas. Lo que no extraña. En América Latina lo común es no defender y luego llorar por lo perdido. La flotilla japonesa, entretanto, navega con buen viento y cuchillos afilados.

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