Antonio Turiel - The Oil Crash

¿Tiene sentido sentido este miedo al CoVid-19? Pues sí y no. Esta epidemia plantea un grave problema de salud pública, y no tanto de salud individual para la mayoría de la población. La mortalidad para los menores de 50 años ronda el 0,3%, un porcentaje que no es en absoluto despreciable (y, recordemos, siempre hay personas perfectamente sanas que mueren, quizá por sobrerreacción de su sistema inmunitario), pero que está lejos de suponer el fin de la Humanidad.

Cabe añadir aquí un mensaje a mis lectores: si usted tiene síntomas leves (tos, algo de fiebre) no acuda a su centro de salud o al hospital: no podrán hacer nada por usted. (no se le puede hacer la prueba a todo el mundo, menos si no hay indicación para ello, y ya bastante atareados van ahora mismo como para centrarse en un paciente esencialmente sano) y su desplazamiento solo servirá para contagiar o ser contagiado.

La reticencia inicial de las autoridades a actuar con más contundencia ha alimentado una cierta desconfianza de la ciudadanía, que tiene la impresión de que se le está ocultando algo. De alguna manera es cierto: no es tanto que no se haya dado la información, pero es obvio que el tono de las primeras semanas ha sido un tanto blando, y las explicaciones un tanto timoratas por el miedo a las consecuencias económicas.

Como se ve de las curvas, se está lejos de llegar a una saturación, a un pico. Si Italia es una referencia (España está siguiendo su mismo patrón, pero con 11 días de retraso), dentro de 11 días se verá una ligerísima bajada del ritmo exponencial y con mucha suerte podríamos llegar al máximo epidémico (momento en el que el número de nuevos casos diarios deja de aumentar) dentro de 15 días.
Por tanto, con mucha suerte dentro de 15 días la epidemia estaría en su apogeo, y en esas condiciones obviamente no se van a retirar las medidas de confinamiento. Siendo muy afortunados, se podría comenzar a plantear el fin del confinamiento dentro de un mes.
Pero a estas alturas es evidente que el daño para la economía, tanto la española como la mundial, es brutal. No es ya por la catastrófica caída de los índices bursátiles durante esta semana, caída que refleja una creciente desconfianza en la capacidad de las compañías de seguir aumentando sus beneficios.

Por tanto, vamos a una grave crisis económica en el conjunto del mundo y a una total debacle económica en el caso de España. De una manera prácticamente inmediata se va a producir un repunte del paro, y no se va a recuperar la ocupación cuando pase la crisis sanitaria. A finales de este año se tendrán que empezar a implementar serios recortes.
Comentábamos en el post anterior que una de las necesidades de este año era encontrar una manera de domesticar una crisis económica que era ya inevitable mirando la evolución de los indicadores económicos a finales de 2019.
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Concentración de óxidos de nitrógeno troposférico sobre Italia en enero (izquierda) y marzo (derecha). |
A nadie se le escapaba que las medidas necesarias para la contención del virus implicaban un descenso económico profundo, y eso explica la actitud cínica que se ha adoptado en algunos países, como Francia y EE.UU., y especialmente en el Reino Unido. En estos países se está dejando que la infección progrese sin ningún control, poniendo excusas de lo más variopinto y tomando medidas de pequeño impacto, con la idea de llegar a un punto en que ya no se pueda hacer nada.


Es simplemente alucinante comprobar que la lentitud inicial en nuestro país, o la directa inacción en otros países, está motivada por la obsesión de mantener el leviatán económico en marcha, siempre consumiendo y produciendo, siempre creciente.
Incluso sin salir de la esfera económica, la realidad que se nos viene encima no tiene nada que ver con la que se imaginan en los gabinetes ministeriales. Como avanzábamos en el post sobre los pronósticos para este año, la prolongación de los bajos precios del petróleo va a acelerar el proceso de descenso de producción que ya anticipaba la Agencia Internacional de la Energía en 2018.
Grave como es la crisis del CoVid-19, no es, en absoluto, la más grave de las crisis que está padeciendo la Humanidad, ni siquiera los países occidentales. Y sin embargo ahora mismo ocupa todo el espacio mediático, ya no se habla de nada más. Es, verdaderamente, una crisis para esconder todas las otras, y en particular la crisis climática, que, ésta sí, puede exterminar a la Humanidad.
Con todo, lo más interesante de estos días es el experimento decrecentista al que nos hemos visto abocados. De golpe, nos hemos visto obligados a vivir otra vida. Lo que ayer era tan importante hoy ha podido ser aplazado; lo que ayer era frenesí y necesidad hoy se percibe como algo relativo. Podemos reducir nuestro metabolismo social, consumir menos, y todo puede seguir adelante.


Pase lo que pase, nuestro sistema económico está condenado. También es cierto que, pase lo que pase, al final todos moriremos. La diferencia está en que cada minuto extra de una vida humana es un tesoro, sobre todo para sus seres queridos. En cambio, cada minuto extra que dure este sistema económico continuará avanzando en su lógica destructiva y ecocida.
Tomemos una balanza justa y equilibrada, y pesemos.
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