La casa en llamas en lo alto de la cumbre

«La casa está en llamas» es un eslogan repetido por los integrantes de Friday for Future, desde que la propia Greta Thunberg lo pronunciase por vez primera. Es un aforismo potente, que condensa la urgencia a la que nos lleva el Cambio Climático. La casa está en llamas, tenemos que actuar si no queremos perderlo todo, si no queremos morir. Una idea sencilla que sintetiza la verdad simple de que ya no hay más tiempo para esperar; el tiempo de actuar es ahora.

No es por tanto casual que el último libro de Héctor Tejero y Emilio Santiago lleve el significativo título » ¿Qué hacer en caso de incendio? «. Se sobreentiende que en este largo ensayo (nada menos que 256 páginas) se pretende abordar, desde el punto de vista de la teoría política (campo al que pertenece esta obra), el que sin duda es el gran reto de nuestro tiempo. Sin embargo, tampoco es casual el epígrafe que lleva este libro: «Manifiesto por el Green New Deal». Es decir, no se trata de dar una perspectiva amplia de cómo abordar el desafío que nos plantea el Cambio Climático, sino que lo que se nos presenta es un manifiesto a favor del Green New Deal.

Hace semanas que llevo ese libro en mi mochila, con el objetivo de acabar de leerlo en algún momento y escribir aquí una reseña. A pesar de que tener tiempo para leer es una cosa siempre difícil con la carga de trabajo que llevo, lo he seguido llevando en mi mochila, esperando avanzar en sus páginas y en la síntesis de lo que para mi es más esencial.

Lamentablemente, a estas alturas he perdido la esperanza de acabar de leer el libro y comentarlo. Aunque me sepa mal decirlo (conozco a Emilio y es una persona a la que aprecio y respeto por su trabajo), reconozco que el libro no me interesa en absoluto.

Por lo que respecta al análisis factual que realiza el libro, tomadas aisladamente estoy de acuerdo con la mayoría de las cosas que se comentan en sus páginas pero no tanto en el discurso que se va hilando, ya que, a mi entender, hay grandes omisiones que probablemente obedecen a ese deseo, explícitamente expresado en el libro, de no asustar a la gente para evitar el miedo paralizante. Y en cuanto el libro entra en el discurso político para mi pierde la mayoría del interés.

En el libro se propone una estrategia de «negociación» con el statu quo y la adaptación progresiva del actual sistema capitalista, cosas las cuales, sinceramente, yo no las veo posibles. Entiendo el esfuerzo honesto de Héctor y Emilio de buscar una vía posible para salir de este atolladero, pero a estas alturas de la partida ya sabemos que el posibilismo es solo otra forma de rendición.

Resultado de imagen para green new dealHuelga decir que no entiendo que se puedan escribir 256 páginas con la excusa de un texto bastante vago, vacuo y prepotente, y mucho más corto, como fue la propuesta inicial de Alexandria Ocasio-Cortez. Ya discutimos en este blog el contenido de aquellas escasas 14 páginas del Green New Deal : nunca tan poco ha dado para hablar tanto. Quizá porque precisamente unos y otros aprovechan la absoluta vaciedad del texto original para exponer sus filias y fobias, para hablar de lo que ellos quieren hablar, que poco o nada tiene que ver con el espantajo al que dicen referirse.

El libro de Héctor Tejero y Emilio Santiago ya ha recibido algunas críticas significativas justamente de gente que está lógica e ideológicamente próxima a ellos. En particular, veo muy destacable la prolija crítica de Manuel Casal Lodeiro (se ve que es mentar el Green New Deal y todo el mundo vierte ríos de tinta o de electrones), de la cual querría entresacar un párrafo que creo que sintetiza muy bien la carencia mayor que yo le veo al libro:

Página 27: «En el mismo campo que ello es verdad que el Green New Deal no nos permitirá apagar el incendio. Pero si mitigarlo, conseguir tiempo, forzar una prórroga. Mucho más de lo que ahora tenemos.» El problema, aunque parezca mentira tener que decirlo, es que los incendios no se «mitigan»: se apagan o no se apagan. Y ellos no hablan de que sea imposible apagarlo, sino que afirman, simplemente, que su propuesta no permitirá hacerlo. ¿Por qué no buscar, entonces, una que sí lo haga?

¿Por qué quedarnos en la»mitigación» o contención del fuego cuando sabemos que otro tipo de abordaje podría permitir su extinción? Además, como ya he señalado antes, ni siquiera explican (ni aquí ni en el resto del libro) cómo se supone que se ganará ese «tiempo» del que tanto hablan, sin abandonar el capitalismo. Resultado de imagen para green new deal

Quizá a otras personas les resulte interesante ese libro; a mi, llegado a un punto, simplemente no me aporta nada. Y sin embargo éste es el planteamiento más avanzado que se está haciendo en el mundo político: no en vano el libro lo prologa Íñigo Errejón, líder del nuevo partido de izquierdas Más País. Esto es lo más que podemos esperar de los grandes partidos estatales, aquí en España.

¿Cómo hacer frente al cambio climático? Pues tal y como se nos presenta la cuestión, parece que básicamente hay dos opciones: o se ignora el problema (lo que hacen los negacionistas) o si no tenemos el Green New Deal, es decir, el pactismo con el capitalismo en el que a las malas prácticas de siempre se les da la pátina de «lo verde» para hacerlas políticamente digeribles.

¿Y qué es eso de «lo verde»? Muchas cosas que de verde tienen muy poco: más extracción de materiales, más contaminación, más consumo; y poca reparación ambiental, poca autocrítica y poca contención. Muchos productos presentados como «verdes» se elaboran con procedimientos más contaminantes que sus contrapartidas convencionales. Y no casualmente, mucho más caras.

Al ciudadano de a pie, a fuerza de repetirle los mensajes durante años, y por la mera observación directa de la realidad, ya le ha quedado claro que el mundo está cambiando. El tiempo está loco, las estaciones ya no son lo que eran, los eventos extremos parecen multiplicarse con el paso de los años… También ha llegado a la mayoría de la población el mensaje de que es la actividad humana, sobre todo la industrial, la que está provocando estas graves alteraciones.

Los poderes políticos han ignorado mayoritariamente los problemas ambientales durante décadas, especialmente cuando se trataba de algunos bien localizados e identificados (¿cuántas poblaciones no han sufrido en sus carnes los efectos de la contaminación persistente del aire y del agua por parte de fábricas cercanas o de centrales térmicas?). Y sin embargo ahora, por fin, se dice que hay que hacer algo, y más incluso: se dice que hay que emprender una Transición Ecológica.

Un cambio completo de la manera de producir y de consumir. Ser menos contaminante, más verde, reciclar más y mejor. Con todo eso el ciudadano común puede estar más o menos de acuerdo. Sin embargo, cuando se han empezado a tomar medidas en la práctica para implementar esa transición, lo que los ciudadanos han visto es que van a salir caras.

Muy caras. Y que previsiblemente el coste no se va a repartir de manera justa. No en vano, en los documentos que hablan tanto de Transición Ecológica de manera genérica, como los que hablan de Green New Deal como plan más concreto, se suele poner el acento en que la transición ha de ser «socialmente justa». Obviamente, si se insiste en esto es porque ya se ve venir que no va ser socialmente justa, en absoluto.

La casa está en llamas, sí. Pero si miramos al suelo veremos un reguero de pólvora ardiendo. Un reguero de fuego que viene de Brasil.

A finales de este año, como cada año desde hace un cuarto de siglo, se celebrará la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Clima. La cumbre de este año, la COP25, debía haberse celebrado en Brasil, pero en octubre de 2018 Jair Bolsonaro ganó las elecciones presidenciales y en noviembre Brasil retiró su oferta de albergar la COP25.

Alegó dificultades presupuestarias y otros problemas organizativos, pero a nadie se le ocultaba que Bolsonaro, negacionista convencido, no tenía el más mínimo interés en que precisamente la Cumbre Mundial sobre el Clima tuviera lugar en su país. Después de eso, los terribles incendios de la Amazonia este verano y en general el desprecio de su presidente a cualquier cosa que le suene a ecologismo han llevado a que Brasil no sea considerado un país fiable en cuestiones ambientales.

Y, sin embargo, dejando al margen los múltiples aspectos deleznables de la persona de Bolsonaro, Brasil ha seguido una evolución bastante lógica. Es un país muy poblado, con casi 210 millones de habitantes y con todavía altas tasas de desigualdad. La rápida subida de la producción de petróleo durante las últimas décadas hacían augurar un futuro brillante para Brasil, pero la producción tocó techo en 2017, sin haber conseguido cubrir el 100% del consumo doméstico.

Todos los escándalos de corrupción de los últimos años en Brasil tienen que ver de un modo u otro con PetroBras, la compañía de petróleos estatal. Como en tantos otros países latinoamericanos en su misma situación (México, Venezuela, Ecuador, Argentina…), en vez de aceptar que el país seguramente ya había rebasado su peak oil, los dedos acusadores apuntaban a que la caída de producción era debida la mala gestión (mala gestión que seguro que había, pero que también estaba ahí mientras la producción subía).

Al llegar Bolsonaro al poder se producen cambios drásticos y se aprietan las tuercas en PetroBras. En mayo de este año se consigue romper el techo histórico y que Brasil produjese más de 2,7 millones de barriles diarios, para después caer estrepitosamente en junio, para luego recuperarse en julio y luego volver a caer…

En enero de 2020 podremos hacer el balance anual de 2019 y ver si la táctica de Bolsonaro ha tenido éxito, pero todo apunta a que la producción media en 2019 podría ser del estilo o incluso inferior a la del 2018.

Como ven, Brasil está luchando para intentar mantener su producción de petróleo, para superar lo que parece el momento histórico de toda la región: la llegada de Latinoamérica en su conjunto a su peak oil regional . Bolsonaro se debe a esas clases medias, descontentas con la gestión del anterior ejecutivo, y que quieren que las lleve a la riqueza y al bienestar. ¿Creen ustedes que puede entretenerse con minucias como el clima del planeta? Si lo hiciera, además, sería hombre muerto desde el punto de vista político.

La casa está en llamas, y el reguero de pólvora ardiente nos lleva a un país cercano, Chile.

Al desistir Brasil, fue Chile la encargada de asumir la COP25. Con poco más de 17 millones de habitantes, Chile es un país bastante menos poblado e industrialmente más diversificado que Brasil. Hace un par de años tuve ocasión de pasar unos días en Chile , y durante mi breve estancia pude comprobar una cosa: para los estándares europeos de los que yo provengo, Chile es un país que profesa una gran fe en el liberalismo económico como mejor sistema para regirse socialmente.

Se pretende que la intervención del estado sea mínima, y que los individuos, con su propia capacidad y trabajo, tracen su propio futuro, con las mínimas interferencias externas. Pero Chile tiene una excesiva dependencia en las exportaciones de su mineral más preciado, el cobre. A Chile le ha cogido con el paso cambiado la caída de la demanda mundial de cobre por un lado (fruto de la debilidad económica mundial) y por otro el brutal incremento de los costes de extracción del cobre (síntoma inequívoco del agotamiento de las minas y de la llegada al peak copper).

Como resultado, la otrora altamente rentable industria del cobre ha reducido drásticamente sus beneficios , impactando la economía nacional. El continuado deterioro de las condiciones de vida de la mayoría ha provocado que un hecho banal como fue la subida de las tarifas del metro en Santiago de Chile haya degenerado en una revuelta de alcance nacional, que el Gobierno de Chile ha reprimido con dureza sin ser capaz de sofocar.

En estos días, el presidente Sebastián Piñera se juega su futuro político, lo que le ha llevado a medidas desesperadas, como la de solicitar la dimisión de todo su Gobierno. Y en este contexto el propio Piñera decidió hace unos días cancelar la organización chilena de la COP25. Y de nuevo, es lógico: ¿creen Vds. que los chilenos verían con agrado que se les hable de esa futurible y quimérica economía verde a la que tenemos que transitar para «salvar el planeta», cuando tienen dificultades para llegar a finales de mes?

La casa está en llamas, y el reguero ardiente nos conduce ahora hasta España.

Ante el anuncio de Sebastián Piñera de que Chile no podría organizar la COP25, España se ofreció a hacerse cargo con un plazo muy breve de tiempo antes de que empiece la cumbre (poco más de un mes).

Con 46 millones de habitantes, España es un país con un perfil muy diferente a Brasil y a Chile. No es un gran exportador de materias primas, al contrario: es un gran importador de las mismas. Su principal manufactura son los coches, aunque su principal actividad económica se encuentra en los servicios, destacando el turismo como principal motor económico del país. Un país así, con gran cantidad de palacios de congresos y amplia experiencia en la organización de eventos, está más que preparado para hacerse cargo de la organización de un evento tan importante y en un plazo tan perentorio. Así que nadie ha cuestionado que España asuma la cumbre, y así será.

¿Es España el mejor país para acoger el COP25? En principio es un país con una paz social envidiable y un alto nivel de vida, así que todo indica que sí. Claro que si miramos un poco por debajo de la superficie, empezamos a ver muchos signos bastante preocupantes. Por un lado, tenemos la situación catalana, no tan desmadrada como hace un par de semanas pero aún lejos de estar controlada.

Probablemente, para una buena parte de la opinión pública española el problema catalán solo tiene que ver con el seguidismo etnicisma, narcisista y borreguil de una gran masa manipulada por unos desaprensivos, aunque unos pocos pensamos que en realidad la deriva secesionista catalana tiene mucho que ver con la forma particular que tomará el colapso en España .

Pero por el otro, hay muchos síntomas de que el español de a pie está bastante harto de ser el que paga todas las fiestas. Las crecientes restricciones a la movilidad privada, prohibiendo con carácter prácticamente inmediato el uso de coches «viejos» en Barcelona y pronto en otras ciudades, y que seguramente se acabará extendiendo a todas las carreteras, implica un gravamen extra sobre las deterioradas economías de muchas familias, máxime cuando en breve los coches se van a encarecer ostensiblemente .

Numerosos colectivos, desde taxistas hasta estudiantes, pasando por jubilados, están en pie de guerra, con frecuentes manifestaciones. El futuro se ve incierto, y el panorama político no lo simplifica. Al ser los partidos políticos españoles incapaces de llegar a un acuerdo para gobernar, los españoles nos encaminamos a una repetición de elecciones generales el próximo 10 de noviembre.

Para ocultar su mediocridad y la falta de ideas, tanto para proponer un acuerdo viable entre los partidos que se repartirán la representación parlamentaria como ante la crisis que todo el mundo reconoce que está al caer, los partidos políticos se han llenado la boca de… Cataluña, Cataluña y Cataluña, sin que nadie proponga nada útil para salir del atolladero catalán (tampoco los partidos catalanes que se presentan para el congreso español).

En este contexto, el partido que mejor está capitalizando el descontento y el malhumor es Vox, formación esencialista para la cual lo español tiene una cualidad transcendente más importante que la democracia. Vox forma parte de eso que yo denominaba » la reacción «, movimientos de nuevo cuño que intentan oponerse a la falacia del progreso por la vía quizá más radical pero no exenta de cierta razón. Por eso mismo no es de extrañar que Vox sea furibundamente negacionista del Cambio Climático, ya que intuyen la carga económica que se quiere endosar a la clase media, envuelta en el papel de celofán de la Transición Ecológica o del Green New Deal.

Ahora imaginen que tras las elecciones del 10 de noviembre los votantes le dieran la mayoría a las tres formaciones de derecha, PP, Ciudadanos y Vox, y que éstas pudieran formar gobierno. ¿Se imaginan a este gobierno, con negacionistas acérrimos en él, organizando la Cumbre Mundial del Clima?

Afortunadamente no es posible que se produzca tan forzada situación, ya que los plazos para constitución del Parlamento e investidura del nuevo Gobierno son un poco más dilatados que el tiempo que le resta al actual Gobierno en funciones, pero el mero planteamiento de esta posibilidad nos muestra cuán frágiles son nuestras seguridades. E incluso si el tripartito de derechas no gana las elecciones, lo más probable es que será dificilísimo que se consiga formar un Gobierno estable. En este contexto, y con una crisis económica en ciernes, ¿cree alguien que España tomará medidas eficaces contra el Cambio Climático? ¿Medidas que realmente lo combatan y al tiempo no depauperen a las clases trabajadoras?

La casa está en llamas, y el reguero ardiente continúa corriendo, perdiéndose en el infinito.

¿Qué otro país podría, mejor que España, hacer bandera de la lucha socialmente justa e inclusiva contra el Cambio Climático?

No será Francia, con sus chalecos amarillos que saltaron inicialmente a las calles para protestar por la subida del precio del diésel. Está claro que a esos trabajadores no les importa contaminar más o menos, sino simplemente ganarse la vida.

No será el Reino Unido del Brexit, con su larvado racismo, contra el inmigrante, contra el otro, contra ese ser irreal que en su imaginario les roba el trabajo, ese trabajo que les cuesta tanto de conseguir y que cada vez se paga peor. Hagamos el Reino Unido grande otra vez, aunque sea a costa de hacerlo moralmente pequeño.

No será Italia, donde más gente de la que nos gustaría aplaude a un ministro que deja intencionalmente que personas se ahoguen en el mar; Italia está llena, Italia para los Italianos. No será, me temo, ningún otro país de Europa, todos ellos apremiados por mil urgencias, en muchos de ellos con movimientos reaccionarios subiendo, si no están ya en el Gobierno.

Tampoco será EEUU, por razones obvias. Ni Canadá, con su Primer Ministro que cínicamente apuesta por producir los combustibles más sucios del planeta. No será Latinoamérica, donde ningún país se libra actualmente de las tenazas cada vez más cerradas de la crisis que aquí se describe como futura y allá es bien presente.

No será China, fábrica sucísima del mundo. No será Japón, agobiado desde hace más de 20 años por volver a la senda del crecimiento. Ni ningún otro país de Asia. No será Australia, gran productor, y a mucha honra, de carbón. Ni la Indonesia completamente volcada en la destrucción de bosques tropicales para cultivar palma. Ni el resto de Oceanía, por acción o por omisión.

No será Níger, Nigeria, Sudán del Sur, Argelia, Libia o Egipto, cada uno sufriendo una fase diferente de la maldición de los recursos. Ni será el resto de la sufrida África.

Solo nos queda la Antártida. Pero tampoco será allí.

La casa está en llamas, pero si miramos bien, está recorrida por infinidad de regueros en llamas. Y lo que se quema en ellos, en realidad, no es pólvora, sino personas. Personas que se queman, que malviven y sufren para mantener un sistema disfuncional que les está abrasando, simplemente porque no conocen ningún otro, porque no se les muestra ningún otro, solo variantes del mismo en las que lo único que puedes escoger es arder a la llama o a la brasa.

La casa está en llamas, sí. Pero si queremos apagar ese incendio, lo primero que tendríamos que hacer es apagar esos regueros de personas que arden, que son el combustible que mantiene vivas esas llamas que queman la casa.

*. Licenciado en CC. Físicas por la UAM (1993). Licenciado en CC. Matemáticas por la UAM (1994). Doctor en Física Teórica por la UAM (1998). Científico titular en el Institut de Ciències del Mar del CSIC.

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