La ciénaga de Afganistán

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Juan Guahán*
El Presidente Barack Obama viajó de improvisó a Afganistán, lo hizo para “calmar” al Presidente de ese país, acusado de “corrupto” en los “Informes” de Wikileaks.

Unos días antes el General de Brigada alemán, Josef Blotz –Jefe de las tropas de la NATO- había contrariado declaraciones de Obama, en el sentido de un pronto retiro de las tropas de ese país, sosteniendo: “No hay ningún calendario para la retirada de las tropas de la coalición de Afganistán”

Es bueno recordar que Afganistán es, según las cifras de las Naciones Unidas, el pueblo que consume menos calorías. Su “desarrollo humano” no es considerado por falta de datos, pero de tenerlos sería el último o uno de ellos. Allí, en ese lugar, la primera potencia mundial –los Estados Unidos- y sus aliados –la NATO- chapotean en el barro de un conflicto militar (el más importante del mundo en este momento) donde tiene más de 100 mil hombres, armados hasta los dientes, sin poder resolver la situación.

La expectativa de vida de la población afgana, de poco más de 30 millones de habitantes, ronda los 43 años. Ello se compensa con el índice de natalidad que supera los 6,6 hijos por cada mujer adulta. Apenas un poco más de un tercio de su población está alfabetizada.

De todos modos alguna explicación debe tener esta guerra, entre David y Goliath, que nunca termina.

Buscando esa explicación tengamos presente que la República Islámica de Afganistán se encuentra en el corazón de Asia Central. Tiene fronteras con  Pakistán; Irán; China y Turkmenistán, Uzbekistán, y Tayikistán, que formaban parte de la Unión Soviética. Sus riquezas mineras permanecen prácticamente inexplotadas, estimándose que tiene una de las reservas de cobre más importantes del mundo, además de hierro, oro, esmeraldas, uranio e hidrocarburos.

Recientemente se habrían descubierto reservas de litio, el estratégico mineral utilizado para las baterías, claves para el desarrollo masivo del automóvil eléctrico. Además es un sitio estratégico para el control de grandes óleo y gasoductos, imprescindibles para el consumo de los países centrales. Aquí tenemos las causas globales de estos últimos 35 años de múltiples guerras.

Pero vale la adentrarse en algunos datos que nos van a servir para explicar la forma en que se desarrollaron muchos de los acontecimientos centrales de ese pueblo.

La historia contemporánea de Afganistán se inicia en 1979 con la invasión de tropas soviéticas. Esta guerra que terminó 10 años después, con la derrota de los invasores, fue contemporánea y causa inmediata de la implosión de la Unión Soviética.

Los Estados Unidos ayudaron a los mujaidines musulmanes, denominados -por el Presidente Ronald Reagan- “Combatientes de la Libertad”, a mantener y fortalecer su resistencia. Entre las medidas adoptadas, en esa dirección, fue promover el cultivo de amapola, insumo básico para la producción de opio/heroína. Con ello podían ayudar a financiar las guerrillas musulmanas y desarrollar en la población una organización autónoma del poder estatal controlado por los comunistas. La producción opiácea pasó de 250 a 2 mil toneladas.

Expulsados los soviéticos, las fuerzas guerrilleras crecieron y en 1996 se instalaron en el gobierno, reconocidos como “talibanes” (estudiantes islámicos). Se enfrentaron a sus antiguos patrocinadores. Primero continuaron promoviendo el cultivo de amapolas, más tarde (2000), aislados y procurando recuperar espacios internacionales prohibieron su cultivo. Esta medida les redujo el sostén social y la invasión norteamericana (2001) los desalojó del poder. El nuevo gobierno, instalado por los Estados Unidos, procurando ganar popularidad, toleró su cultivo.

El negocio de la heroína en Afganistán significa hoy el 93% del comercio mundial de esa droga y el 53% del PBI de ese país, dando trabajo al 30% de su población. Los talibanes, resistiendo al gobierno y a las fuerzas invasoras, han vuelto a identificarse con los campesinos, productores de amapola. Muchos jefes militares norteamericanos consideran que no pueden erradicar esos cultivos porque eso atentaría contra sus objetivos militares.

Según el Servicio Federal de Narcóticos de Rusia el valor anual de una cosecha de opio comercializada equivale a cerca de 65 mil millones de dólares. Según dicho Informe ese monto se distribuiría de la siguiente manera: alrededor de 500 millones a los agricultores de Afganistán, 300 millones a las guerrillas del talibán y el resto, unos 64.000 millones de dólares, iría a parar “a la mafia de la droga”. Esos fondos son tan vastos que pueden corromper a gobierno y militares invasores. Ellos forman parte de la ciénaga de la que no pueden salir las tropas norteamericanas y sus aliados.

*Analista de Question Latinoamérica
 

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