La crisis recuerda que América Latina limita con Bolivia

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Carlos Mesa probablemente pase a la historia como un buen hombre puesto en un lugar equivocado de su tiempo; no derramó sangre y eso en América, hoy como ayer, es un mérito. Pero lo abrumó la presidencia, lo abrumó la riqueza multifacética de sus país, lo abrumó la imposibilidad de cumplir su tarea. Quizá también lo haya abrumado su no poder comprender y la incomprensión de sus adversarios.

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La seriedad de su fracaso contrasta con la alegre superficialidad analítica de quienes insisten en ver a Bolivia como un Estado-nación más, víctima, cierto, de la corrupción de sus estamentos sociales superiores, pero sobre todo prisionero del desorden, la incultura y arcaísmo de costumbres de algunos “indios” tan pobres como enojados. Y que ni squiera hablan castellano.

Semejante error, un error persistente a través de las generaciones que convivieron y conviven, en cierta medida –hasta sumar siglos– con estos pueblos originarios, no sólo ha significado y significa estulticia; es negarse a mirar los caminos que transita la realidad social boliviana, y andina en general, sin las anteojeras ideológicas que nos calza la “cultura occidental” en vez de abrir ojos y mente para compenderla.

LA BOLIVIA QUE HABLA

En enero de 1892 se produce la Masacre de Kuruyuki: en gozosa connivencia el gobierno central de entonces y los terratenientes cruceños intentaron la “solución final” al problema guaraní; no menos de cinco mil fueron muertos. La tierra pudo ser ocupada por los blancos.

La cultura guaraní en diversos niveles se desarrolló en el centro-sur de América del Sur: Brasil, Argentina, Paraguay, Bolivia. El sur-este andino boliviano es guaraní, uno de los 40 grupos étnicos originarios que conforman la república boliviana. Entre ellos, los más numerosos y de mayor influencia social corresponden a las naciones aymara y quechua. Incidentalmente, más del 60 por ciento de la población actual de Perú, Bolivia y Ecuador se reconoce en algunas de las más de 70 etnias existentes.

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Nación quechua. Quechuas y aymaras (o aymaraes) son naciones son originarias –para estos efectos– de Perú y Bolivia y sus culturas se desarrollan en la Cordillera de Los Andes. La comunidad quechua –o quichua– se extiende hasta Colombia, por el norte, y la Argentina y Chile, por el sur.

Es la expansión quechua la que funda en el transcurso del siglo XII –calendario occidental– el inkanato, o imperio incaico, y somete, hacia fines del siglo XIV, a las comunidades aymara, aunque debe respetar sus costumbres y es permeada por éstas.

La palabra quechua tiene tres significados. El primero ecológico: es la denominación en el antiguo Perú de las tierras por encima de los 2.000 metros sobre el nivel del mar –ricas por otra parte para la agricultura–. En segundo término es el nombre de la etnia que puebla las zonas altas de la Cordillera y, por ultimo, es la lengua que expandio e impuso el imperio incaico durante su apogeo; en el habla antigua: runa-simi, la lengua del hombre.

Nación aymara. Las comunidades aymara tienen sus raíces en el área del Titicaca, aunque también se hayan establecidas en el altiplano argentino y chileno. La cultura aymara es milenaria –y probablemente la más antigua de las andinas–, de carácter pastoril y agrícola. Una característica pre incaica no perdida, y que los incas incorporaron, es la economía complementaria entre las distintas comunidades; la complementariedad (por ejemplo entre comunidades de cultivos y las criadoras de rebaños) se basa en el principio del ayne, que puede traducirse como reciprocidad: la ayuda de unos en el presente, será correspondida por la ayuda de los otros en el futuro.

Lo esencial entre aymaras y quechuas es la vida comunitaria, la supeditación de los apetitos individualistas a las necesidades del grupo; la emulación, no la competencia.

Ni el sacrificio de Tupac Amaru, el legendaraio héroe quechua de la guerra contra el conquistador, ni el de Tupac Katari, el héroe aymara, pueden ser entendidos fuera de este contexto. Tampoco las movilizaciones que protagonizan o a las que se integran junto con otros pueblos originarios en la zona andina.

El cristianismo y la corona española no conquistaron a estos pueblos sin bajas. Hoy cabe reflexionar si alguna vez fueron de verdad conquistados más allá de la destrucción de sus villorrios, templos, caminos y ciudades.

Tal vez lo que ocurre en Bolivia sea el cierre de un círculo que comenzó trazarse en octubre de 1492.

UN MODO ANTIGUO DE PENSAR

En América tuvo logar el mayor holocausto de la historia de la humanidad; sacrificio de millones de seres humanos que en cierto modo continúa hasta nuestros días. Los procesos independientistas de los criollos en las primeras décadas del siglo XIX no significaron nada para los pueblos indígenas. O sí: mayor explotación, mayor desprotección –para usar un término de la época–, mayor despojamiento de lo suyo.

La fortaleza de los pueblos originarios puede medirse, tal vez, por un hecho: que después de cinco siglos de haber sido ocupadas sus tierras, aún las reclamen, conserven –relativamente– intacta su cultura, recen –o imprequen– todavía a sus dioses agazapados bajo el sayal de los santos católicos, hablen sus lenguas, conserven muchos de sus dialectos, se consideren autóctonos la mayor parte de sus mestizos.

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Nadie osa en el altiplano no rendir homenaje a la madre-Tierra; el guaraní se resiste a perder su habla, el mapuche mira hacia Oriente y escucha a las creaturas del bosque, el nagual –o nágual– se moviliza por las noches de México y Centroamérica, en Amazonia se conserva el uso de las plantas medicinales, los espíritus perviven tanto en América del Norte como en los canales y fiordos de América del Sur…

La civilización –la cultura occidental–, si acaso, es un barniz que no logró teñir más que la superficie de las autóctonas. La certeza, por otra parte, que se expande en muchos sectores sociales de las economías centrales y zonas urbanas “blancas” de América Latina, en cuanto a que el modo de producción capitalista –basado en la depredación del planeta y explotación de la mayoría para proteger el súper consumo de la minoría– tiene a la humanidad en un callejón sin salida, comienza a generar lo que más se teme en la elites “globalizadas”. Y esto es que se establezca un sistema de comunicación entre las naciones originarias y los humillados y los rebeldes.

Las primeras aportan la sabiduría de un modo antiguo de pensar, muchos de los otros el deso de aprender a vivir “en” la naturaleza no “de” ella. Un modo antiguo de pensar es aquel que considera la vida una, sin importar la naturaleza de su manifestación, el que estima –no el que cree– que ninguna criatura puede arrogarse el criterio de observar desde afuera al universo.

Un modo antiguo de pensar, en suma, es aquel que considera la unidad de lo existente: “así como es arriba, así es abajo”, para ponerlo según un viejo apotegma esotérico.

Un modo viejo de pensar es aquel que considera posible el éxito de uno a costa del fracaso de otro, aquel que construye filosofía sobre bases de injusticia, aquel que hace del individuo la suprema creación de la divinidad; un modo viejo de pensar es la certeza de que la máquina no es parte del problema, sino su solución.

Todo ello está a prueba en Bolivia y en la región andina.

fotoQUIÉNES SE MUEVEN

Bolivia, entonces, no puede “implosionar”; lo que allí ocurra –lo que ocurre en este mismo instante– semejará más bien todo lo contrario, una explosión de carácter histórico que bien podrá alguna vez significar un hito en la medida del tiempo. La razón no es oscura ni metafísica.

Un ejemplo es útil: existen en Argentina, Chile, Ecuador, Colombia centros aymara o quechua; no están desligados de sus comunidades; el modo antiguo de pensar no desdeña la tecnología de las comunicaciones. Además se han creado lazos de diverso orden entre las naciones originarias a lo largo y ancho de toda América. Y se establecen contactos cada vez más sólidos entre éstas y diversos grupos contraculturales no indígenas.

A comienzos de la década de 1991/2000 el ejército zapatista pudo haberse percibido como otro movimiento guerrillero, en el lenguaje de la TV y el cine una “re-make” de los sesentas. Pronto supimos que no era eso, que era un movimiento indígena absolutamente nada dispuesto a dar las espalda a sus reivindicaciones étnicas y culturales, pero que había comprendido la necesidad de “globalizar” sus demandas y sus logros.

“Globalización”: la mundialización no puede ser para unos en desmedro de otros. Como las revoluciones, o son para todos o no son para nadie –lo que el PCUS y los marxistas a su imagen y semejenza nunca comprendieron–.

En América Latina se han puesto en movimiento una serie de naciones originarias. Probablemente todavía no ajustan entre sí la mejor coordinación para sus acciones, pero comienzan a hacerlo. Anote estos nombres –hay otros– entre las siglas internacionales: le ayudará a comprender el mundo americano que comienza a parirse –y que, aunque tarde años todavía, va a caminar–:

COICA, Confederación Interétnica de la Cuenca Amazónica.
CONAIE, Confederación de Nacionalidades Indígenas y Amazónicas del Ecuador. (Pachacutik sería su brazo político).
FENOCIN, Federación Nacional de Organizaciones Campesinas, Indígenas y Negras del Ecuador.
ECUARUNARI, Confederación de la Nacionalidad Kichwa del Ecuador.
MIP, Movimiento Indigenista Pachakuti.

COPMAGUA, Coordinadora de Organizaciones del Pueblo Maya de Guatemala.
AIDESEP, Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana.
CONAP, Confederación de Nacionalidades Amazónicas del Perú. Taller Permanente de Mujeres Indígenas y Amazónicas del Perú.
CIDOB, Central Interétnica del Oriente Boliviano.
COIAB, Coordinación de las Organizaciones Indígenas de la Amazonia Brasileña.
ONIC, Organización de Indígenas Colombianos.
CAPI, Comisión por la Autodeterminación de los Pueblos Indígenas. Paraguay.
Coordinadora Arauco Malleco, conformada por los mapuche de Chile.
ORPIA, Organización de los Pueblos Indígenas de Venezuela.
EZLN, Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
CONPAH, Confederación de Pueblos Autóctonos de Honduras.
COPPIP, Coordinadora de los Pueblos Indígenas del Perú.

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