Su cuerpo de 96 años se apaga con el adiós a este mundo, pero perduran en la memoria colectiva sus más de 150 personajes, algunos entrañables y queribles y otros perversos y amenazantes, como el de “La historia oficial”. El gran actor Héctor Alterio vivió para engrandecer el cine argentino, a pesar del exilio al que lo confinó la Triple A en 1974.
En el mundo del cine argentino la pregunta era inevitable: ¿Quién era más cabrón: Héctor Alterio o Federico Luppi? Los dos tuvieron numerosos papeles de hombres duros e implacables, pero si Luppi pasó a la historia como el mejor puteador que tuvo la pantalla grande, Alterio lo será por sus personajes de gran temperamento. Claro que señalar solamente eso sería muy injusto: fue uno de los más grandes actores argentinos de todos los tiempos. Temperamental tanto cuando actuaba como en la vida misma, Alterio era un hombre de fuertes convicciones políticas que, sin embargo, solía decir: “Mi partido político es el teatro”. Y fue el único actor argentino en trabajar en cinco películas nacionales nominadas al Oscar. Murió este sábado a los 96 años, rodeado por sus seres queridos. “Se fue en paz, después de una vida larga y plena dedicada a su familia y al arte”, se pudo leer en un comunicado de la familia Alterio-Bacaicoa.
Actor de raza, Alterio era capaz de interpretar con maestría a Roberto Ibañez, el empresario apropiador vinculado a los militares de la dictadura, de La historia oficial, pero también podía encarnar a Nino Belvedere, de El hijo de la novia, que era todo el opuesto del personaje del film de Puenzo: estaba en las antípodas del violento esposo de la maestra preocupada por la situación que vivía el país y el origen de la niña que habían “adoptado”. El personaje de El hijo de la novia era un anciano sensible, humano, emocional, capaz de hacer llorar por los sentimientos que demostraba por su mujer -también encarnada por Norma Aleandro- y por su objetivo de que en el medio del olvido que a ella le provocaba el Alzheimer tuviera un momento de dicha, y de memoria. Y ahí es donde se demuestra la personalidad y la inteligencia del actor: la misma solvencia para buenos y malos. Todo en uno mismo. Casualmente, pero por motivos distintos, las dos películas abordaban el verdadero valor de la memoria: la comprometida y colectiva en La historia oficial, y la individual y afectiva, en El hijo de la novia.
Héctor Alterio nació el 21 de septiembre de 1929, en Buenos Aires, en el seno de una familia de inmigrantes italianos, con poca plata. Su padre era sastre, pero el niño Héctor lo disfrutó poco tiempo ya que el hombre falleció cuando Héctor tenía tan solo 12 años. Ese drama familiar impensado lo obligó a sentirse adulto siendo niño y teniendo que trabajar. Pero eso no le impidió seguir en el colegio, donde comenzó a vislumbrar su vocación, al igual que en los carnavales, donde le gustaba disfrazarse y conocer esa extraña y apasionante sensación que tiene un artista de jugar a ser otro, pero siendo uno mismo. “Me sentía feo y me ponía algo encima, algo distinto, y eso me proporcionaba a mí ser otro. Esa era una fiesta, pero una fiesta con una responsabilidad absoluta. Hacía todo eso para mí mismo”, reconoció en un reportaje realizado en Madrid, su otra ciudad.
Cuando ya tenía dos décadas de vida, integró el movimiento Nuevo Teatro, cuya cabeza era la inolvidable Alejandra Boero. Alterio formó parte de ese proyecto durante veinte años más. Renunció a su trabajo en Terrabusi porque ya sabía que, como decía Facundo Cabral, el que no trabaja de lo que ama, aunque lo haga toda su vida, es un desocupado. En el viejo Canal 7 había un ciclo de novelas. Y Alterio formó parte de una versión de La tregua, que adaptó Aída Bortnik y dirigió Sergio Renán. El público quedó tan contento con la novela televisada que luego se hizo la versión cinematográfica. Por entonces, Alterio ya había trabajado en otra gran película nacional, La Patagonia rebelde, dirigida por Héctor Olivera, y basada en el libro Los vengadores de la Patagonia trágica, del recordado Osvaldo Bayer. El film de Olivera aborda la resistencia de los obreros frente a los terratenientes, a comienzos de 1920, con la posterior y feroz represión militar. En aquella ficción Alterio tenía un rol clave para la historia: era el Teniente Coronel Zavala, un militar encargado de investigar y reprimir el malestar y las huelgas de los obreros patagónicos.

Ese 1974 fue clave en la vida de Alterio, no solo por La tregua, que fue la primera película nacional y de habla hispana candidata al Oscar a la Mejor Película Extranjera y que participaba de numerosos festivales. A uno de los más grandes, el de San Sebastián, asistió Alterio para promocionar la película. En determinado momento, en la casa donde estaba su mujer de toda la vida, la psicoanalista Tita Bacaicoa, sonó el teléfono. Y era un llamado amenazante de la Triple A. Alterio no pensó en un principio, que era para él. “Yo estaba a 11 mil kilómetros y no podía volver a mi país. Al principio me causó risa. Pero cuando la Triple A empezó a matar gente, mi mujer, con mi hija de seis meses y mi hijo de dos años y medio, vine para España para comenzar una aventura, incierta por cierto, pero afortunadamente superada”, recordó muchos años después en una entrevista con el diario español El País. El exilio golpeaba la puerta, pero también su alma.
Tiempo después entendió que las amenazas tenían una relación con La tregua. Al grupo terrorista de ultraderecha no la caía nada bien el modelo de familia pensado por Sergio Renán para la historia de la película, sobre todo porque el personaje de Alterio tenía un hijo homosexual (encarnado por Óscar Martínez). Ya en dictadura, un jerárquico de los militares que hicieron el golpe de Estado le hizo saber que ellos coincidían con el disgusto que le provocó La tregua a la Triple A. “Lo que pasa es que usted elige mal las películas. No tiene que hacerlas más”, le dijo un uniformado de botas largas y traje oliva.
El exilio duró todo el resto de su vida, aunque con el regreso de la democracia vino muchas veces a la Argentina a filmar películas. Antes de viajar para actuar en Camila, trabajó mucho en España. Pero hay tres películas icónicas que lo tuvieron en el elenco. Una fue Cría cuervos, de Carlos Saura; El crimen de Cuenca, otra de Pilar Miró. La tercera fue Asignatura pendiente, de José Luis Garci. Cuando el film se estrenó en la Argentina, durante la dictadura, las tijeras filosas cortaron todas las escenas en las que aparecía Alterio. “Cuando llegó la democracia y la película se reestrenó completa en 1984, el mismo distribuidor argentino que había cortado antes mis secuencias, publicitó el regreso con la frase: ‘Y ahora con la presencia de Héctor Alterio’. Me causó mucha ternura de su parte”, dijo tiempo después con esa sonrisa socarrona que lo caracterizaba.


Corría el año 1985 y otra película argentina iba a conmover a parte de una sociedad lastimada y herida que no era la parte negadora o cómplice del terrorismo de Estado. Dos años después del retorno de la democracia se estrenaba La historia oficial, la primera ficción en abordar el robo de bebés, la complicidad civil con los represores y la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo durante los años de plomo.
Fue también el film que logró instalar las secuelas de la dictadura en la comunidad cinematográfica internacional, tras obtener en 1986 el primer Oscar para el cine argentino. Su director, Luis Puenzo, había comenzado a pensar la película en 1982 cuando las botas largas todavía estaban en el gobierno, el año en que comenzaría a desangrarse el poder militar como consecuencia de la loca aventura de un genocida alcohólico que declaró la guerra de las Malvinas.
El año del estreno de La historia oficial fue el mismo del Juicio a las Juntas. Tiempo después, más precisamente el 24 de marzo de 1986, a diez años del golpe de Estado, el cineasta alzaba la estatuilla dorada que otorga anualmente la Academia de Hollywood. Esa noche, entrando a la casa que había alquilado en la colina de West Hollywood, Puenzo dejó una frase para la posteridad: “Aquí está, mírenlo bien, es nuestro”. La historia oficial venía de ganar el Premio del Jurado Ecuménico al Mejor Film en el 38º Festival de Cannes, y Norma Aleandro, de obtener el premio a la Mejor Actriz, ex aequo con Cher (por Mask, en el caso de la actriz norteamericana).

Alterio interpretó al empresario Roberto Ibañez, vinculado con el poder militar. Casado con Alicia (Aleandro), una profesora de historia, ambos “adoptan” a Gaby, una niña que, con el correr de la trama, se descubre que es hija de desaparecidos. Y La historia oficial presenta a un hombre violento que está totalmente en contra de que su mujer quiera saber la verdad acerca del origen de la niña y de lo que estaba pasando en el país.
Tanto se mimetizaron estos dos grandes artistas con los personajes que en la escena en que se pelean el personaje de Alterio y el de Norma Aleandro, el actor tenía que dar la cabeza de Aleandro contra el marco de una puerta, pero le erró al marco y le dio la cabeza contra la pared de verdad y ninguno de los dos cortó la escena.
El experimentado actor no se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y la gran actriz se bancó la escena, según relata el camarógrafo Héctor Morini en el libro que cuenta la historia de La historia oficial, elaborado por la gerencia de Fiscalización del Incaa, de la gestión de Lucrecia Cardoso. “Y yo, que participé en La historia oficial en mi función de actor, me sentí más como vocero de algo: como ciudadano para que no se repita lo que sucedió. Y esta película dio la vuelta al mundo. Me dio una satisfacción inesperada. No es que hice un trabajo actoral como tantos que hacemos, sino que esto era algo que me hacía sentir muy bien e importante”, le comentó Alterio a este cronista cuando se cumplieron 30 años de la obtención del Oscar para el film de Puenzo.

Otro director con el que Alterio trabajó mucho, sobre todo en la década del 90′, fue Marcelo Piñeyro. Colaboró en Cenizas del paraíso, Plata quemada, Tango feroz: la leyenda de Tanguito, Kamchatka y Caballos salvajes. En esta última, Alterio encarnaba a José, un anarquista entrañable que huía de un sistema injusto. Era el protagonista junto a los jóvenes Leonardo Sbaraglia y Cecilia Dopazo. Y la película dejó una frase inolvidable en una escena, que hoy forma parte de la cultura popular: “¡La puta que vale la pena estar vivo!”.
Sin dudas, uno de los grandes papeles de Alterio fue en El hijo de la novia, de Juan José Campanella -también nominada al Oscar-, director con el que volvió a trabajar en la miniserie Vientos de agua, esta vez junto a su hijo Ernesto, también actor. Pero con el personaje de El hijo de la novia, Nino Belvedere, el padre del protagonista, Alterio brinda una clase de actuación conmovedora y profundamente humana, sobre todo en la escena del casamiento con su esposa enferma de Alzheimer (Norma Aleandro), cuando ella, por un instante, parece reconocerlo.
En 2023 ya hizo su despedida de la Argentina con el espectáculo A Buenos Aires. En el CCK lo hicieron un homenaje aprovechando su presencia. Y dijo unas palabras que permiten confirmar –por si para alguien hace falta- su compromiso no solo como actor, sino también como argentino: “Hoy nos enorgullece poder decirle al mundo que madres, abuelas, hijos y nietos lucharon y lo siguen haciendo por la justicia y la memoria. En nuestro país, tan lleno de contradicciones, ese eje es el hito más importante que podemos mostrar al mundo”. Tenía 93 años por entonces. Hoy, a sus 96 dejó este mundo. Pero hay algo que reconocerle a Héctor Alterio: ¡La puta que valió la pena estar vivo!
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