La dimisión de António Costa, una estocada para la izquierda a siete meses de las elecciones europeas

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La renuncia repentina e inesperada del portugués António Costa asesta una gran puñalada a la socialdemocracia europea, que atraviesa un momento complicado a escasos meses de las elecciones al Parlamento Europeo. La caída del primer ministro luso, tras las acusaciones de corrupción, deja a Malta como el único país de la Unión Europea con un Gobierno socialista de mayoría absoluta y debilita a Pedro Sánchez.

La semana pasada, Costa anunció por sorpresa su dimisión, después de que el Tribunal Supremo abriese una investigación por presunta corrupción con proyectos de la transición ecológica relacionados con el hidrógeno verde y la explotación de litio. Aunque se declaró inocente de cualquier “acto ilícito o censurable”, justificó su decisión alegando que un liderazgo en medio de esa pesquisa era incompatible”. Este mismo jueves, el presidente portugués, Marcelo Rebelo de Sousa, anunció la convocatoria de elecciones anticipadas para el 10 de marzo, a tan solo dos meses de las elecciones europeas, que se celebrarán en junio.

Con su marcha, Pedro Sánchez pierde a su gran aliado. Ibérico, progresista, del sur, incondicional. Estuvieron unidos en la postura sobre Gaza o en las toscas negociaciones para sacar adelante el fondo de recuperación español. Juntos consumaron la nada fácil excepción ibérica a pesar de la dura oposición holandesa, que llegó a referirse a este tándem como “Don Quijote y Sancho”.

Cuando el ministro de Finanzas neerlandés, Wopke Hoekstra, pidió —en medio de las peores sacudidas de la Covid— investigar las cuentas españolas por no tener margen presupuestario, Costa salió en defensa de Sánchez calificando estas declaraciones como “repugnantes, mezquinas y una amenaza para el proyecto comunitario”.

En paralelo, el presidente en funciones español tampoco llega en su máximo momento de fortaleza. Tras firmar un acuerdo político y de amnistía con Junts per Catalunya, la legislatura está encaminada, pero la gobernabilidad o la aprobación de los presupuestos anticipan meses y años más turbulentos.

La salida de Costa y la incertidumbre política en España se unen al espacio cada vez más estrecho de liderazgos socialistas en las 27 capitales. Solo el maltés Robert Abela, el alemán Olaf Scholz y la danesa Mette Frederiksen ocupan estas sillas en la mesa del Consejo Europeo. Y todo llega a escasos meses de las elecciones, que se celebran del 6 al 9 de junio, para el Parlamento Europeo y la consecuente elección de los nuevos cargos al frente de la Ue.

Los comicios europeos se anticipan como catalizadores en una Europa en la que las fuerzas de la extrema derecha están, desde Finlandia hasta Alemania o Italia, ganando apoyos y atraviesan uno de sus mejores momentos de forma.

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Sanna Marin pierde las elecciones en Finlandia y el país da un claro giro hacia la derecha

Tal es así que, por primera vez, está en juego el mantenimiento de los bloques de gran coalición que han imperado en el Hemiciclo en las últimas cuatro décadas. Y esta pérdida de masa muscular se va a traducir en una más complicada negociación de los socialdemócratas europeos a la hora de asegurar posiciones de poder en el nuevo ciclo político que abarca entre 2024 y 2029.

En 2019, los socialistas se alzaron con el puesto de Alto Representante, que ha ganado relevancia con la batuta de Josep Borrell por el momento actual marcado por las poliguerras, pero que históricamente ha sido el más edulcorado.

En esa negociación, el Partido Popular Europeo se alzó con el asiento más cotizado: la Presidencia de la Comisión con Ursula von der Leyen. Y los liberales, con Charles Michel al frente del Consejo Europeo. Costa se perfilaba precisamente como un buen candidato para sustituir al belga Michel. Pero con su salida, el movimiento de fichas en el tablero de los top jobs queda alterado y debilitado para la delegación de la rosa.

Mapa de la socialdemocracia europea

Con la caída portuguesa, el puzle socialdemócrata europeo pierde una ficha clave. Costa era uno de los líderes más longevos de la mesa del Consejo Europeo. Querido y respetado. Y era de los pocos que aguantaba al frente de un gobierno en solitario, en un momento europeo y global en el que los pactos y las coaliciones son cada vez más inevitables.

Ahora, la única capital que cuenta con un Gobierno socialista con mayoría absoluta es el de Robert Abela en Malta, el país más pequeño del bloque comunitario. También en Rumanía, el primer ministro Ion-Marcel Ciolacu es socialista, pero gobierna con conservadores liberales y ni siquiera es el interlocutor en las cumbres europeas. Un puesto y peso que recae en el presidente Klaus Iohannis.

El huracán en Lisboa llega en una coyuntura en la que la socialdemocracia no atraviesa su mejor momento de forma. A comienzos de octubre, el populista pro-ruso  y socialdemócrata Robert Fico, conocido por muchos como el mini-Orbán, ganó las elecciones en Eslovaquia.

Once días después, los socialistas europeos expulsaron a su partido, Smer, tras constatarse el acuerdo de Gobierno que había alcanzado con los nacionalistas de SNS. Sin embargo, la incomodidad ya venía de lejos. Los socialdemócratas europeos no querían en sus filas a una voz tan polémica, que durante la campaña había cargado contra los migrantes y el colectivo LGTBI+. Una de sus grandes promesas era poner fin a las ayudas a Ucrania, dando un giro en la política exterior del país que aceptó enviar los primeros cazas de combate al frente.

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Malta, único gobierno soialista europeo

En paralelo, la coalición tripartita que lidera en Alemania el socialdemócrata Olaf Scholz junto a los Liberales y los Verdes llega al ecuador de su legislatura en mínimos de popularidad y con la extrema derecha subiendo como la espuma. Según todas las encuestas, Alternativa por Alemania (AfD) sería la segunda fuerza más votada si se celebrasen elecciones mañana en el motor alemán.

El ascenso de los ultras ha bebido mucho de la creciente presión migratoria en el país. Alemania procesa un tercio de todas las solicitudes de asilo que se registran en la Unión Europea, y bastiones conservadores y poderosos como el de Baviera han ejercido mucha presión sobre Berlín para impulsar una política migratoria de mano dura. Y se está materializando.

A comienzos de esta semana, el canciller Scholz anunció un “acuerdo histórico” con los líderes de las 16 regiones que pasa por reducir los beneficios y las ayudas sociales de los migrantes, así como la agilización de las expulsiones.

Este endurecimiento de las políticas migratorias en Gobiernos encabezados por fuerzas socialistas no es exclusivo de Alemania. En Dinamarca, la socialdemócrata Mette Frederiksen impulsa desde 2019 una estrategia de mano dura con los refugiados. Una tendencia que se ha confirmado tras su viraje al centro, cambiando por primera vez en décadas a sus socios de izquierda por los liberales.

La situación de Copenhague ratifica la tendencia extendida en el norte de Europa. El habitual bastión progresista cayó este año con el triunfo de los conservadores y ultraderechistas en Finlandia y la gran coalición de centro en Suecia.

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