La dura caza del castor invasor en Tierra del Fuego, el fin (o comienzo) del mundo

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En los años 40 se introdujeron 20 roedores en Tierra del Fuego. Ahora hay más de 100.000, una plaga que destruye el bosque. Con apoyo de la FAO, Argentina los caza para erradicarlos. Son animales hermosos, herbívoros y mitificados por los dibujos animados. Por eso a los argentinos les ha costado convencer a algunos activistas de que los castores son una plaga muy peligrosa. Pero basta ver de cerca la desolación que causan en los bosques de Tierra del Fuego, un paraíso al sur del planeta, para entender el desastre que supuso la introducción del castor en estas tierras en los años 40.

«¿Viste? Los árboles mueren parados [de pie]. Destruyen todo. Alteran el ecosistema», cuenta Diego Moreno, secretario de Política Ambiental del Gobierno argentino, mientras contemplamos el efecto de uno de los enormes diques de los castores sobre el bosque cerca de Ushuaia, la ciudad más austral del planeta. Los restos de su paso son muy evidentes. Donde hay castores no crece casi nada. Solo cadáveres de árboles sin ramas que quedan en pie sin vida y agua estancada que altera el ciclo normal del bosque.

El castor construye por instinto diques para inundar todo. Hace su madriguera en el medio del lago artificial que crea y así busca protegerse de unos predadores que en realidad no tiene en la Patagonia. Esa inundación mata el bosque, porque los árboles patagónicos, lenga, guindo y ñire, mucho menos resistentes que los de Canadá, la patria natural del castor, no la soportan y van muriendo. Además, el roedor corta los árboles que sobreviven a la inundación para hacer más fuerte su dique y más grande su lago. Lengas que tardan casi 100 años en crecer son cortadas por el roedor en pocas horas. Los castores ya han destruido en Tierra del Fuego una zona equiparable a dos veces la ciudad de Buenos Aires, unas 30.000 hectáreas.

En 1946, la armada argentina introdujo 20 castores en Tierra del Fuego con la idea de usar su piel. Entonces era habitual introducir especies exóticas. Incluso se conserva una fotografía de los militares orgullosos soltando a los roedores en el bosque. En esta zona despoblada del mundo se probó de todo. Se metieron visones, rata almizclera. También conejos. Y después zorros grises para matar la plaga de conejos. La mixomatosis acabó con los conejos y ahora quedan los zorros. Un caos total producido por el hombre. Pero lo más grave es el castor. Sin predadores y con inmensos bosques deshabitados para ellos, se han multiplicado hasta llegar a los 100.000 o 150.000. Imposible saberlo. Están por todas partes, pero la mayor parte del territorio es inaccesible.

Desde hace más de un año, con financiación del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF) y apoyo de la FAO, (la organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), un grupo de siete cazadores se mete en el bosque a buscarlos. A las zonas más inaccesibles van en helicóptero. Pero no es fácil. Erio Curto, director de fauna y biodiversidad de Tierra del Fuego, no duda. «Ojalá pudiéramos acabar con todos. Pero no es la idea ahora. Hemos elegido siete zonas para ver cuánto costaría y qué efectos tendría eliminarlos por completo de Tierra del Fuego [una isla compartida entre Argentina y Chile]. La preocupación es que siguen subiendo y ya han cruzado al continente. Podrían extenderse por toda la Patagonia. Lo más interesante es que vemos que donde hemos erradicado el castor el bosque empieza a recuperarse», cuenta.

Dique construido por castores

Un problema económico

Un estudio señala que los castores provocan un coste de unos 66 millones de dólares anuales. No solo mata árboles. También cambia el suelo y el agua, que acumula sedimentos. Afecta a peces e invertebrados e incluso altera zonas que se utilizan para el agua potable de Ushuaia. El equipo de Curto tiene 1.3 millones de presupuesto para esta fase inicial del proyecto de sacar a los castores de este paraíso. Pero el dinero se acaba este año y aún no se sabe cuánto costaría una eliminación masiva. Sin duda más de 30 millones de dólares.

En un año, los tramperos han logrado matar un millar y despejar seis de las siete zonas elegidas. «En cuatro días podemos liberar el entorno de un dique. Suele ser una familia de unos ocho miembros. Ellos siempre se mueven por los mismos senderos. Ahí colocamos las trampas», cuenta Fernando Encinas, uno de los cazadores, armado con los artilugios de hierro y acero para atraparlos y una Tablet especial muy resistente que envía toda la información de cada animal cazado para tener controlado todo el territorio. Allí los tramperos tienen un mapa detallado de las zonas identificadas por satélite como posibles lagos artificiales creados por castores. Y allá van.

Encinas, que no responde a la imagen de cazador tradicional sino a la de naturalista fascinado por el bosque, cuenta admirado que el castor es tan adaptable que está haciendo lagunas en la estepa, algo que solo ha sucedido en este lugar del mundo. Con una pequeña pendiente le vale. Mejora el diseño de su dique y aprende sobre la marcha. «Son auténticos ingenieros», explica maravillado. Pero precisamente por eso cree que hay que eliminarlos, porque su capacidad de destrucción es enorme si no tienen predadores. Y aquí no existen. Más arriba, en Neuquén, sí hay pumas, y por eso tal vez no hayan logrado subir por toda la Patagonia. Pero en esta isla del fin del mundo, destino de viajes míticos y salida de los cruceros a la Antártida, la plaga de castores se ha hecho insoportable. Su eliminación, con apoyo de la ONU, ha tenido algunas resistencias de animalistas pero el mundo conservacionista la respalda. La prioridad ahora es salvar el paraíso patagónico.

Bosque fueguino destrozado por castores.

Ma.Fernanda Menvielle| En 1946, la Armada argentina liberó 20 castores canadienses en Tierra del Fuego, en el extremo sur del país, para fomentar la industria peletera. La idea no convenció a los escasos residentes de esa isla inhóspita, pero para los roedores fue como llegar al paraíso: tenían bosques abundantes en los que alimentarse, ríos en los que construir sus madrigueras y ningún depredador -como osos y lobos- a la vista. 70 años después, el número de ejemplares de esta especie exótica invasora se ha multiplicado por 5.000 y ha destrozado una superficie boscosa equivalente a casi dos veces el tamaño de la ciudad de Buenos Aires. Su impacto sobre el entorno parece el resultado de una bomba. «Lo que antes era un bosque de ribera, ahora es un pastizal con árboles cortados, muertos de pie y ahogados», describe a EL PAÍS el biólogo Adrián Schiavini. Este integrante del Centro Austral de Investigaciones Científicas (Cadic) está al frente de un reto titánico: erradicar a los castores de Tierra del Fuego para salvar sus bosques nativos.

Los árboles de ribera del Hemisferio Norte, como sauces o álamos, rebrotan si son cortados por un castor. Las lengas, los ñires y los coigües, especies autóctonas de esta isla compartida por Argentina y Chile, evolucionaron sin este roedor y mueren si las cortan. Su crecimiento es además muchísimo más lento: para alcanzar los 15 metros una lenga necesita entre 80 y 100 años de vida. Un castor tarda tan solo unos días en derribar este árbol y, en el caso de ejemplares jóvenes, con troncos de entre 20 y 30 centímetros de diámetro, son suficientes unas pocas horas de trabajo con sus afilados dientes.

Con las pequeñas ramas cortadas construyen diques perfectos. En el norte, los embalses protegen a las madrigueras de sus predadores, pero en el sur es una defensa innecesaria que, además, causa la muerte de los raíces que quedan bajo el agua. «Cuando lo vi me recordó a Polonia en la Segunda Guerra Mundial, donde todos los grandes bosques habían sido bombardeados, incendiados y muertos en pie. ¿Qué pasó acá, no? Lo que había pasado era el castor», dice el naturalista Claudio Bertonatti en el documental Castores: la invasión del fin del mundo, de Pablo Chehebar y Nicolás Iacouzzi.
Un reclamo turístico

La población local tiene una relación ambigua con el animal invasor. Uno de los principales atractivos turísticos de la isla es el Cerro Castor, una simpática mascota reparte folletos turísticos a los visitantes de Usuhaia y la carne de este roedor puede encontrarse en restaurantes de esta ciudad, situada 3.100 kilómetros al sur de Buenos Aires. Pero las autoridades fueguinas lo declararon «especie dañina y perjudicial» ya en 2006. «Los daños no son solo ambientales. El castor genera también problemas de salud, económicos y culturales», advierte Diego Moreno, secretario de Política Ambiental, Cambio Climático y Desarrollo Sustentable. Los roedores destruyen puentes de madera, tapan alcantarillas para hacer embalses y son una amenaza para el consumo de agua porque pueden tener enfermedades o parásitos que queden en los cursos fluviales a través de su orina o heces.

Las autoridades han instado a los vecinos a cazarlos y vender sus pieles al pagar por cola, pero no ha funcionado porque cazan cerca de los caminos, sin adentrarse en zonas recónditas. La reducción de individuos por madriguera también ha sido insuficiente. Las alarmas saltaron en 1994, cuando se avistó el primer individuo en el continente suramericano y se tomó conciencia de que si cruzaban la isla el desastre sería mucho mayor.

En 2008, Argentina y Chile firmaron un acuerdo binacional para su erradicación y en los próximos meses se pondrá en marcha un proyecto piloto. «Hay una o dos colonias de castores por cada kilómetro de río. Queremos sacar todos los animales lo más rápido que podamos en ocho áreas. Creemos que podemos hacerlo en un mes y medio, pero es una aproximación, porque nunca se hizo», aclara Schiavini. Estará al frente de un equipo de 10 personas -preparadas para permanecer varios días en el bosque con temperaturas muy bajas y caminar grandes trechos- que irán a buscarlos provistos de trampas. El roedor que cae en ellas recibe un golpe en la cabeza y tiene una muerte rápida, según el experto.

En la fase piloto, que servirá para calcular el tiempo y coste de una erradicación completa, prevén matar entre 5.000 y 10.000 castores, es decir, como mucho el 10% de la población total, que se estima superior a los 100.000 individuos. El proyecto está coordinado por la Secretaría de Ambiente y cuenta con apoyo financiero de Naciones Unidas.

La decisión es polémica, pero cuenta con el respaldo de organizaciones medioambientales como Vida Silvestre. «Los castores son un ejemplo más de la introducción de exóticas en nuestro país con fines económicos, de entretenimiento o control de plagas y generan un grave problema para la conservación», expone Manuel Jaramillo, director de Conservación de esta ONG. En total, Argentina tiene registradas más de 400 especies exóticas invasoras. Jaramillo denuncia que ponen en peligro a la fauna y flora nativas y, en los casos extremos, provocan su extinción.

«Muy lamentablemente, a pesar de que alrededor del mundo se han intentado metodologías no letales ninguna ha sido exitosa», señala Jaramillo y pone como ejemplo el intento de controlar la fertilidad de los ciervos en Estados Unidos. «Hay que hacerlo con al menos el 80% de la población, una vez al año, durante 10 años. Eso es inviable en Tierra del Fuego», sentencia. El intento de eliminar una especie exótica es inédito en Argentina, pero no en el continente. Ecuador terminó con la plaga de cabras en las Islas Galápagos -que devastaron la vegetación y llevaron al borde de la extinción a la tortuga gigante- con una cacería realizada a través de helicópteros. Argentina quiere borrar al castor de su territorio, el proyecto piloto permitirá ver si es un objetivo alcanzable.

Los asuntos ambientales en Argentina han logrado colarse en la agenda política. Con la mirada puesta en Chile, el gobierno de Mauricio Macri ha prometido duplicar en cuatro años la superficie protegida. Y uno de los proyectos está precisamente frente a Tierra del Fuego.

Es Yaganes, una superficie de 70.000 kilómetros cuadrados a 90 millas de Ushuaia que se quiere proteger de la pesca masiva de los arrastreros enormes que se ven desde el puerto de esta ciudad. “En las redes de estos barcos cabe un Boeing 747. En una pasada sacan más peces que todos los pescadores artesanales de Tierra del Fuego en un año”, se indigna Enric Sala, un catalán que dirige el proyecto Pristine Seas, de National Geographic, y se embarcó dos semanas para explorar Yaganes y grabar con cámaras especiales sus riquezas para hacer un documental y convencer a los políticos argentinos de que aprueben la creación del parque.

En el lado chileno de estas aguas ya se ha hecho uno enorme. “Hay pocos lugares en el mundo como este, hemos visto de todo”, explicaba el 26 de marzo, dentro del barco de la exploración mientras mostraba algunas imágenes del futuro documental. Sala contó el caso de las islas Galápagos. “La industria pesquera se oponía al parque. Decían que iban a destrozar miles de puestos de trabajo. Ahora la flota ecuatoriana está pescando allí más que en ningún otro país porque se regeneró”.

 

 

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1 comentario
  1. John Neary dice

    Hola,
    Como me puedo sumar a los cazadores de castores?
    Gracias

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