La economía ¿y la vida? – LA REVANCHA DE LA CODICIA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Los cambios que hemos venido sufriendo desde los 80 en el campo económico se han caracterizado como Neo-Liberales porque ellos representan la nueva versión del viejo libre mercado liberal del siglo XIX, que retorna con venganza después del debilitamiento del estado de bienestar.

El reflote de sus viejas recetas ha tenido un profundo efecto en el crecimiento del poder de las corporaciones privadas a expensas del poder del ciudadano medio, recetas que incluyen la eliminación de trabajo en el sector publico, la privatización de corporaciones gubernamentales y el corte o eliminación de los servicios de seguridad públicos. Los valores que hasta hace poco manteníamos en alta estimación son dejados de lado y todo otro imperativo es reducido exclusivamente al criterio de la «eficiencia económica».

Nuestra voluntad colectiva se presenta como sin sentido comparada con los valores mercantiles y los valores comunitarios son rechazados en favor de la sobrevivencia del más fuerte.

Un barbarismo ligeramente disfrazado con la verborrea competitiva se promueve como objetivo humano en cuyo nombre se intimida a los trabajadores, los ciudadanos y los gobiernos. Las instituciones que supuestamente hablan por nosotros se inclinan ante el nuevo amo y pasan o rechazan leyes para favorecer a las multinacionales y les ruegan que vengan a nuestros países ofreciéndoles el sacrificio de las comunidades que ellos representan …bajos impuestos y salarios, prestamos sin interés, tierra gratuita, energía y agua barata y ausencia de estándares ecológicos.

La ideología del becerro de oro

La doctrina ideológica que define este discurso económico asume que la motivación natural de los seres humanos es primariamente el egoísmo y el impulso a adquirir es nuestra expresión más alta que conduce a un máximo beneficio social.

Es en el mejor interés de todos, se nos dice, el alentar, impulsar y recompensar estos valores. Los partidarios de esta expresión ideológica afanosamente intentan cortar todo debate político proclamando la inevitabilidad de las fuerzas históricas. La globalización del libre mercado, que deja la distribución de los recursos en las manos de las grandes corporaciones, es inevitable y lo mejor que podemos hacer es aprender como adaptarnos a las nuevas reglas del juego. Aquellos que rehúsan hacerlo serán excluidos de las recompensas y se quedaran atrás en la carrera económica.

Este culto al egoísmo, ¿ha traído, realmente, un mayor beneficio social? Y si así ha sido ¿a quien beneficia? Pocos son los que hoy creen que el futuro nos traerá una mayor seguridad económica. En cambio, muchos más son los que experimentan en carne propia el hecho de que hay algo profundamente erróneo en este nuevo orden mundial.

En 1980, al inicio de la era de Thacher y Reagan, el uno por ciento de los estadounidenses más ricos poseían el 22% de la riqueza nacional. Al final de la administración de Reagan y Bush, sólo unos pocos años mas tarde, este mismo uno por ciento ahora posee el 42% de la riqueza nacional.

En Canadá, durante esta ultima década, el numero de niños que viven en la pobreza se ha triplicado (1.5 millones). Y, en corto tiempo, a través de la mayor parte del mundo, el cambio masivo de la riqueza del pobre al rico ha sido similar. El 20 % mas rico de la población mundial recibe el 82.7 % del ingreso mundial. El 20 % mas pobre, en cambio, recibe el 1.4 % («Human Development Report» U.N. 1992).

De mal a peor: casi nostalgia

Aunque parezca difícil de creer nos atreveríamos a decir que hoy miramos con cierta nostalgia el imperio de las transnacionales comparado con el dominio casi absoluto que hoy poseen las multinacionales. Si aquel fue malo, este es mucho peor. Las viejas multinacionales establecían operaciones completas en los países que elegían para establecerse. Estas operaciones eran relativamente autónomas e incluían producción, márketing, finanzas, distribución y ventas que se desarrollaban con trabajo local, incluyendo el aparato administrativo.

Estas prácticas obligaban inevitablemente a la corporación a establecer raíces en la comunidad. En tanto que las ganancias eran canalizadas fuera del país alguna expansión y desarrollo financiero se realizaba localmente. Hoy día, en cambio, las multinacionales buscan eliminar, tanto como sea posible, cualquier consideración de identidad nacional o local y continuamente están calculando las ventajas de producir aquí, financiar desde allá y coordinar desde otro lugar.

La flexibilidad de movimiento es una prioridad y la ubicación de cualquier aspecto de sus operaciones es vista como contingente. Mientras menos conexiones orgánicas, regulaciones y normas existan para formalizar estas conexiones con la comunidad, tanto mas fácil le es a las corporaciones irse cuando lo deseen.

Un director corporativo expreso hace un tiempo atrás que «la base de la sólida posición económica de Chile hoy día se inicia con Pinochet. El golpe de Estado se justifico porque trajo riqueza a un enorme número de personas, entendido según mis términos. Si le preguntamos lo mismo a alguien que este en la cárcel, dirá que no. Pero esto es lo maravilloso del mundo: podemos tener la libertad de diferir» (Peter Munk, CEO de Barrick Gold, cuya compañía opera en Chile).

El proceso de desregulación, que en algunos lugares se ha impuesto a sangre y fuego, ha liberado a las corporaciones de responsabilidad social y ha sido la causa y efecto del nuevo poder de las transnacionales. Según David Korten, la globalización es el proceso de transformación más amplio que podemos ver en la historia humana que conscientemente busca un nuevo orden económico en el cual las empresas no tengan nacionalidad ni fronteras conocidas. Su motivación es la creación de imperios corporativos, gobiernos complacientes, consumidores mundiales mono-culturales y un compromiso ideológico universal al neo liberalismo empresarial, bajo cuyo control estarán el dinero, la tecnología y los mercados mundiales.

El papel de las naciones y de los trabajadores es competir para ofrecer sus servicios a los inversionistas con un mínimo de exigencias. Y el de las corporaciones es actuar solamente en base a la rentabilidad, sin consideración por las consecuencias de orden nacional o local. Los gobiernos y las organizaciones internacionales creadas por ellos (International Monetary Fund, The Word Trade Organization, Asia Pacific Economic Co-Operation, Multilateral Aggrement on Investment, etc.) han sido claves en el diseño y desarrollo de las trasnacionales.

Sin estas instituciones y el papel que ellas han jugado, la configuración actual de la economía mundial y la naturaleza y función de las corporaciones serian totalmente diferentes.

El riesgo es, apenas, todo

Nadie en su sano juicio buscaría un mundo dividido entre billones de seres excluidos viviendo en la privación absoluta y una pequeña elite resguardando sus riquezas y lujos detrás de las murallas de sus fortalezas. Nadie en su sano juicio podría disfrutar de la vida frente a la amenaza del derrumbe del sistema económico y ecológico mundial. Nadie en su sano juicio crearía mega instituciones que hereden el capital social del cual dependen el mercado, los gobiernos y la sociedad. Nadie en su sano juicio adoptaría un punto de vista económico tan estrecho de las necesidades humanas que ignore nuestra conexión vital con la tierra.

Y sin embargo, lo hacemos …Arriesgando con ello la civilización humana y la sobrevivencia de nuestra especie para que unos pocos continúen acumulando dinero mas allá de toda necesidad concebible. Lo cierto es que no hay nada inevitable en la unanimidad colectiva que busca establecer políticas que mantienen la disfunción social. ¿No es la idea de que estamos cogidos por las fuerzas irresistibles de la historia y por nuestra inherente imperfección humana frente a las cuales no tenemos elección una pura fabricación?

La globalización económica surge como consecuencia de elecciones conscientes hechas por aquellos que ven el mundo a través del lente de las corporaciones. Y por ello mismo, también existen alternativas para los que miran el mundo a través del lente de los intereses humanos y que tienen el derecho y el poder de elegir entre ellas.

Poseemos los medios para hacerlo, pero ello requerirá la transformación de nuestro sistema de creencias dominantes, de nuestros valores y de nuestras instituciones sociales. Los principios capaces de guiar esta transformación son los de la manutención ambiental, la justicia económica, la diversidad ecológica y cultural, la soberanía popular y la responsabilidad social.

¿Absurdamente irrealista? Tal vez. Y esto, sin embago, es lo mínimo que tendría que estar incluido en un programa de cambios.

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* Escritores y docentes. Residen en Canadá.

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