LA ENCRUCIJADA DE ISRAEL

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El antisemitismo es un azote que nunca expía sus pecados. El odio contra Israel crece en todo el mundo y, en forma particular, en Oriente próximo y Europa, donde una reciente encuesta de opinión ha dejado claro que los consultados en la Unión Europea consideran que Israel representa el mayor peligro para la paz mundial, seguida de cerca por los Estados Unidos. La incitación contra el Estado de Israel se hace abierta y públicamente en los medios de comunicación convencionales de todo el mundo y la creencia en una conspiración judía mundial se acepta cada vez más como una realidad.

Robert Wistrich, rector de la Universidad Hebrea de Jerusalén afirma que «existen estrechos lazos entre el dinero, los judíos y Estados Unidos y el mundo de la dominación y la globalización». La idea de que los judíos constituyen un poder superior que controla a los EEUU es al mismo tiempo una forma clásica y renovada de antisemitismo, de manera que Israel nunca se ha sentido tan vigilada, tan insegura, y sus partidarios sionistas tan obligados a ponerse a la defensiva.

El contexto de estos hechos

Todo ello produce una grave preocupación. Pero no resulta suficiente vigilar este antisemitismo si no se comprende en qué contexto se produce. Eso mismo es lo que trataron de hacer comentaristas avezados, cuando intentaban entender las posibles causas del 11-S de 2001, no tanto como justificación de la atrocidad terrorista cuanto para ofrecer respuestas racionales a la repetida pregunta: «por qué nos odian?».

A finales del pasado noviembre, el multimillonario George Soros se incorporó al debate con una charla ante la Jewish Funder’s Network de Nueva York, en la que expuso la idea de que las políticas que llevan a cabo George W. Bush y Ariel Sharon contribuyen al «renacimiento del anti semitismo en Europa…y que si cambiamos esa tendencia el antisemitismo disminuirá». Las palabras de Soros –un judío húngaro que consiguió escapar del holocausto nazi al huir a Londres cuando era niño– llegan en un momento crucial de la historia de Israel.

En los últimos años se ha visto cómo crecía el debate sobre la existencia de Israel y la viabilidad a largo plazo del sionismo: la creencia de que, tras siglos de persecución, los judíos necesitaban una patria que les protegiera y acogiera. Más de 50 años después de la creación de Israel, en una época de crecientes exigencias para que abandone los territorios ocupados, parece que ha llegado el momento de discutir libremente sobre el enfangamiento del país en dilemas políticos, morales, legales y éticos.

Yaron Ezrahi, un acreditado politólogo israelí, cree que se debe abrir ese debate –cuanto antes mejor– porque «las políticas que Sharon lleva a cabo están poniendo en peligro el futuro de Israel al alimentar un virulento y violento antisemitismo». Sentimientos saludables que raramente se exponen al conocimiento público en Australia.

Un detenido análisis de las opiniones expresadas en 2003 por Abraham Burg, ex presidente del Parlamento de Israel (Knesset), ilumina el debate que ya se está produciendo en el país: «La estructura del sionismo se está desmoronando como si fuera un local barato para la celebración de bodas en Jerusalén» (Alusión al terrible atentado contra una sala de celebración de bodas en la capital israelí , N. de la T.).

Un análisis más a fondo de las palabras de Burg resulta ilustrativo: escritas para el diario israelí de gran circulación, Yediot Aharonot, y reproducido más tarde en The Guardian (de Londres), el artículo exterioriza una condena virulenta del sionismo en el siglo XXI: «Israel que se ha desentendido de los niños palestinos. No debería sorprendernos cuando vienen bañados de odio y se inmolan en los lugares israelíes de recreo…y derraman su sangre en nuestros restaurantes para quitarnos el apetito, porque en su casa tienen hijos y padres humillados y hambrientos».

La opinión de Burg está claro que representa sólo la de una minoría en Israel y en la comunidad internacional, pero explica las crecientes reacciones violentas contra las políticas fundamentalistas aplicadas por los sucesivos líderes israelíes en los Territorios Ocupados, siempre con el apoyo de EE.UU., cuyos gobiernos han concedido a Israel anualmente las cantidades más altas de la ayuda exterior. Burg no sugiere la desaparición del estado judío, sino que propone alternativas a la cosmovisión de Sharon, a las políticas que han ocasionado más muertes en Israel que las guerras de 1948, 1967 y 1973.

Alternativas, opciones, el futuro

Por ello, es el momento oportuno para explorar opciones futuras para el estado judío y para los propósitos del sionismo, así como para reconocer las protestas crecientes en el seno de los círculos judíos que claman por una justa solución de las décadas de agresiones israelíes en Cisjordania y Gaza.

Lo es para el reconocimiento, asimismo, de que los judíos pudieron conseguir sus ambiciones nacionalistas en 1948 pero ¿a qué precio para los palestinos? Cuando Thomas Friedman, el renombrado sionista y columnista del New York Times, escribe que el apoyo de EE.UU. a la actual política en Cisjordania y Gaza es «insensata … Israel debería salir de los territorios lo antes posible y evacuar la mayoría de los asentamientos» indica que la marea, seguramente, está cambiando.

Friedman continúa: » En términos demográficos, si Israel no renuncia a Cisjordania y Gaza, los palestinos pronto superarán en número a los israelíes por lo que Israel tendrá que convertirse o bien en un estado de apartheid o bien en un estado no judío.» ¿Quién hubiera imaginado hace sólo cinco años que el más leído comentarista de política internacional de Estados Unidos podría hablar sobre Israel evocando a Sudáfrica en sus días más oscuros? Finalmente, los grandes medios convencionales empiezan a aceptar ideas que durante años se encontraban en la marginalidad.

Una de las más apasionadas voces a favor del reconocimiento de la causa palestina, y de la creencia en el Estado de Israel, es la de Michael Lerner, editor de la revista progresista Tikkun (www.tikkun.org) y rabino en San Francisco, quien en 1998 con motivo del 50 aniversario de la creación de Israel escribió un artículo que tuvo gran repercusión, con el título: Post-Zionism: restoring compassion, overcoming chauvinism (El post sionismo: recuperar la compasión, abandonar el chauvinismo), en el que exponía la ideología básica de la empresa sionista y ponía en duda su relevancia en un mundo moderno:

«Los sionistas escribieron una historia que presentaba a los judíos como absolutamente indefensos, soportando sufrimientos e incapaces de determinar su destino hasta que emergió el movimiento sionista para facilitar que los judíos volvieran a entrar en la Historia como sujetos de la suya propia, dispuestos a apropiarse de «una tierra sin pueblo» (para ellos los palestinos eran invisibles) para un «pueblo sin tierra».

Aunque comprende el grave trauma del holocausto nazi europeo y su impacto sobre la psique de los judíos, Lerner argumenta que hasta que no se acepte el sufrimiento de los palestinos –semejante al reconocimiento de las atrocidades contra los aborígenes australianos– el destino de Israel es del que se le conozca como el país donde: «nosotros, los judíos, que saltamos de los edificios en llamas de Europa y del mundo árabe, aterrizamos sobre las espaldas de los palestinos y hemos sido incapaces de reconocer lo que sucedió».

fotoEn respuesta a un pueblo tan diezmado por la Europa nazi, los judíos establecieron –según Lerner– una sociedad que oprime a otros y (por ello) no puede esperar salvarse de la monstruosidad de un poder inmoral».

Efraim Nimni enseña política y relaciones internacionales en la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Australia, y es el editor de The Challenges of Post Zionism: Alternatives to Israeli Fundamentalist Policies (Los retos del post sionismo: Alternativas a la política fundamentalista israelí). El post sionismo predica la idea de que Israel se convierta en un estado secular para todos sus ciudadanos, en lugar de un estado judío que discrimina a quienes no lo son. Después de todo, Israel es un estado religioso, a pesar de que proclame otra cosa.

En 2003, en un artículo de opinión, no publicado en el Sidney Morning Herald, Nimni escribió que «el bienestar de los judíos de la Diáspora no depende de lo que suceda en el lejano Israel sino, de forma concluyente, de la expansión de un amplio multiculturalismo, porque la diáspora judía y otras minorías sólo podrán desarrollarse y transmitir con seguridad su legado a las generaciones futuras en un entorno multi-culturalista y vital». Para muchos judíos, sugerir esto equivale a una traición, debido a los arraigados vínculos que mantienen con Israel como supuesto protector y defensor del pueblo judío.

Nimni afirma que la guerra de 1967 constituyó un punto sin retorno en el apoyo que los judíos prestaron a Israel. «Existía la percepción de que existía una amenaza al Estado de Israel y al ideario del sionismo, a los que se unía el discurso de la supervivencia (que encarnaba la idea de que los judíos habían sobrevivido a la persecución). La combinación de ambos condujo a la creación de un Estado judío, ya que esa argumentación se convirtió en … dominante». En la actualidad, para los judíos, cuestionar la política de Sharon o el apoyo de EE.UU. a Israel, les convierte en traidores a la causa y en judíos que se odian a sí mismos.

Israel: la religión no es siglo en que se vive

El bi-nacionalismo, cada vez más, se considera una alternativa de futuro para Israel. En octubre de 2003, Tony Judt, profesora de la Universidad de Nueva York, publicó un sugerente artículo en el New York Review of Books en el que expone: «la idea misma de un Estado judío –un estado en el que los judíos y la religión judía tienen privilegios exclusivos de los que se excluye a los ciudadanos no judíos– tiene sus raíces en otros tiempos y lugares, por lo que Israel, hablando claro, es un anacronismo».

En su lugar, imagina un mundo en el que lo secular constituye el principio fundamental sobre el que deben sustentarse y mantenerse todas las democracias. Israel, en consecuencia, y otros estados que actúan amparados en doctrinas religiosas, no tienen cabida en el siglo XXI. Por consecuencia, Israel, haciéndonos eco de los comentarios de George Soros, «es nocivo para los judíos».

La única salida, afirma, Judt es el bi-nacionalismo que se fundamenta en que los judíos y los árabes vivan juntos en la misma tierra. Aunque reconoce la dificultad de esta propuesta, Judt es optimista porque «un Estado bi-nacional, legalmente constituido, encontraría más facilidades para controlar a todo tipo de fanáticos dentro de sus fronteras que cuando se infiltran libremente desde fuera». Insiste, asimismo, en que sería necesaria una fuerza internacional para poner en marcha esta solución. En 2004, puede sonar poco realista la idea de judíos y palestinos conviviendo de forma pacífica, pero ¿quién puede afirmar que las actuales políticas tengan alguna posibilidad de funcionar mejor?

Durante el último año, se ha producido una explosión de disconformidad en el interior de Israel, que no ha tenido equivalente en las comunidades de la diáspora, fundamentalmente porque no se encuentran sometidas al miedo, a la paranoia y a los poderosos grupos de presión sionistas.

Día a día aumenta el número de oficiales de alta graduación de las Fuerzas Armadas Israelíes que se convierten en objetores de conciencia contra la inmoral política de Israel en Gaza y Cisjordania; y antiguos jefes del servicio de seguridad –el Shin Bet–, han afirmado recientemente que «…si vamos a continuar viviendo por la espada exclusivamente, seguiremos revolcándonos en el fango y en la autodestrucción». Por lo tanto, Israel se encuentra en una encrucijada de su historia.

En el próximo número de The Nation Brian Klug escribe que la mayoría de las críticas contra Israel no son antisemitismo sino exclusivamente anti-sionismo, es decir el rechazo de la creencia en que los judíos tienen derecho a una patria. Y la afirmación de que una nación adulta se refleja en su historia, mitos y verdades compartidas. Israel y sus partidarios deben decidir si desean continuar cargando los infortunios del país sobre las espaldas de Yasser Arafat y Hamas o prepararse activamente para el futuro.

El grado de inmadurez de la sociedad israelí para llevar a cabo una reflexión seria queda muy bien reflejado por el periodista Gideon Levy en Ha’aretz, el diario israelí de tendencia liberal, quien al escribir sobre la creciente ocupación y opresión en diciembre de 2003, describía un Estado «donde la deshumanización se caracteriza por el valor que se da a la vida humana: durante los últimos meses, no ha habido ni un solo día sin enfrentamientos en los que no se asesinara a palestinos; docenas de palestinos –muchos inocentes desarmados– han muerto cada mes, incluso durante los periodos en los que no se produjeron atentados terroristas. Esas muertes son algo marginal en los planes públicos de Israel».

Pero un verdadero humanista cree en la justicia para todos y no sólo para los vencedores que son quienes escriben la historia.

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* Periodista en Sidney, Australia.

En: Znet/Mideast. 1º de febrero de 2004. Traducido por Felisa Sastre y revisado por Sara Gil.

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