La fe y las matanzas de hoy y de ayer

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En Sobre el sufrimiento, Auden escribió, en 1938:

«Nunca se equivocaron
“Los viejos maestros, qué bien entendían
“su humana posición y cómo tiene lugar.
“Mientras alguien come o abre la ventana
“o simplemente sigue al resto sin preguntar».

Sin embargo las grandes pinturas de la crucifixión de Caravaggio, Bellini y La Piedad de Miguel Angel, en el Vaticano, aunque no eran en lo que Auden estaba pensando, tienen a Dios de su lado.

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Podemos sentir el poder del sufrimiento en el contexto de la religión, pero fuera de una situación religiosa, no sé qué tan compasivos somos en verdad.

Las atrocidades del pasado reciente -la matanza en la escuela de Beslan, los atentados en Bali, los crímenes contra la humanidad del 11 de septiembre de 2001, los ataques de gas venenoso sobre Halabja- aún nos llenan de horror y pena, si bien esa sensibilidad está fuertemente condicionada por la naturaleza de los perpetradores.

En una era en que la guerra se ha convertido en opción política y dejado de ser el último recurso, y cuya legitimidad, más que su moralidad, puede resumirse en una hoja de papel tamaño oficio, preferimos concentrarnos en el sufrimiento causado por ellos, en vez del causado por «nosotros».

De ahí que decenas de miles de iraquíes que han muerto desde la invasión de 2003 y la subsecuente ocupación, los cientos de miles de vietnamitas muertos en la guerra de Vietnam, los cientos de egipcios asesinados en nuestra invasión de Suez de 1956 no son parte de nuestra carga de culpa.

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Unos 1.700 civiles palestinos de los campos de refugiados de Sabra y Chatila, cifra equivalente a más de la mitad de los que murieron en el World Trade Center, fueron masacrados en Líbano, ¿pero cuántos lectores recuerdan la fecha exacta en que esto ocurrió? Fue entre el 16 y el 18 de septiembre de 1982. «Nuestras» fechas son sacrosantas, las de «ellos» no, aunque me doy cuenta que «ellos» están obligados a aprenderse las «nuestras».

¿Cuántas veces se le ha preguntado a los árabes sobre su reacción ante el 11 de septiembre de 2001, con el propósito específico de descubrir si muestran el grado adecuado de espanto y horror? Pero ¿cuántos occidentales saben de lo que pasó en 1982?

Tiene que ver con vivir el recuerdo, y también, sospecho, con el documento fotográfico. Las catástrofes de nuestra generación, la de nuestros padres o inclusive la de nuestros abuelos, tienen un patetismo del que carecían anteriores baños de sangre. Por tanto, podemos conmovernos hasta las lágrimas por la tragedia épica que fue la Segunda Guerra Mundial, con sus 55 millones de muertos, por el asesinato de 6 millones de judíos, gracias a los recuerdos de estos conflictos que cuentan nuestros familiares.

Un primo de mi padre murió en el Camino de Burma, en un conflicto que ha sido reseñado por los poetas de la Primera Guerra Mundial. Uno de ellos, Owen Sasson, creó un museo verbal eterno conmemorando esa guerra.

Comprendo bien por qué los israelíes han restructurado su Museo del Holocausto en Yad Vashem. Los últimos sobrevivientes de los campos de concentración de Adolfo Hitler morirán pronto, y por ello deben mantenerse con vida las grabaciones de sus entrevistas junto con los archivos y las ropas de los que fueron asesinados por los nazis.

Los armenios aún luchan por conservar la memoria de su propio holocausto de 1915, cuando medio millón de ellos murió a manos de los turcos otomanos. Inclusive tienen que luchar para que se acepte que su Holocausto se escriba con mayúscula, porque sólo un lastimero puñado de sobrevivientes vive aún y los turcos niegan su evidente culpa. Hay fotografías de los armenios cuando son llevados al matadero, pero no hay película documental.

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Aquí es donde la compasión empieza a tambalearse. Antes de la guerra de 1914-1918 había matanzas suficientes para las lágrimas de todo el mundo; la guerra de los Balcanes, de 1912, fue una carnicería tal que los testigos siempre temieron que nadie creyera sus testimonios. La guerra de los Boers se convirtió en una desgracia moral para los británicos pues llevamos a las familias de nuestros enemigos, como si fueran ganado, a campos de concentración infestados de enfermedades.

La guerra franco-prusiana de 1871 nos deja helados por el terrible sufrimiento francés retratado con sorprendente exactitud por Delacroix, y sobreviven fotografías de la Comuna de París. De la misma forma, existe testimonio fotográfico de la guerra civil en Estados Unidos.

También podemos horrorizarnos -o deberíamos horrorizarnos- por el millón de muertos por la hambruna irlandesa, a pesar de que este hecho es dolorosamente significativo, y pese a que la fotografía se inventó a mediados del siglo XIX no existe una sola imagen de estas víctimas. Debemos remitirnos a los dibujos del Illustrated London News para ver el dolor y el horror que produjo el hambre en Irlanda.

¿Quién llora hoy por los muertos en Waterloo o Malpaquet, o la primera guerra en Afganistán o la Guerra de los 100 Años -cuyos efectos rurales seguían sintiéndose en 1914- o la guerra civil inglesa, o por los muertos en Flodden Field o Naseby o por la matanza mundial ocasionada por la gran peste?

Cierto, las películas pueden provocar brevemente algún sentimiento por estos fantasmas. Por eso el Titanic sigue siendo una tragedia real para nosotros a pesar de que se hundió en 1912, cuando la guerra de los Balcanes estaba cobrando muchas más vidas. Braveheart nos puede conmover, pero, al final, sabemos que la evisceración de William Wallace no es nada más que Mel Gibson haciéndose el muerto.

Para cuando llegamos a las matanzas de la Antigüedad, ya no nos importa un bledo. ¿Genghis Khan? ¿Tamerlane? ¿El Imperio Romano? ¿La destrucción de Cartago? Olvídenlo. Las víctimas se han convertido en polvo y no nos importan. No hay monumentos.

Si hasta demostramos nuestra fascinación por la crueldad de hace mucho. ¿No hacemos fila durante horas para visitar la habitación en Londres donde dos niños fueron brutalmente asesinados en la Torre de los Príncipes?

Si los muertos tienen un valor espiritual, sus muertes deberían ser reales para nosotros. La crucifixión más famosa de Roma no fue la de Espartaco, pese a que Kirk Douglas hizo su mejor esfuerzo para lograr este papel en el excelente filme de Stanley Kubrick, sino la de un carpintero de Nazaret.

La compasión sigue tan fresca entre los musulmanes por los mártires del Islam antiguo como lo es hacia los muertos del Irak de hoy. Cualquiera que haya visto a los chiítas musulmanes de Irak, Líbano o Irán honrando a los imanes asesinados Alí y Hussein, que al igual que Jesús fueron traicionados, ha visto lágrimas reales que corren por sus rostros, lágrimas iguales a las de los peregrinos cristianos en Jerusalén de esta semana.

Se puede asesinar a toda una ciudad de inocentes en la Guerra Púnica, pero clavar al hijo de María en la cruz o matar al yerno de un profeta causará llanto por generaciones.

Supongo que lo que me preocupa es que millones de inocentes han tenido muertes terribles porque sus asesinos han llorado a sus mártires religiosos. Los cruzados mataron poblaciones enteras en Beirut y Jerusalén, en 1099, porque querían «liberar» la Tierra Santa. Entre 1980 y 1988, los seguidores de un profeta mataron a millón y medio de sus propios correligionarios después que un líder sunita invadió un país chiíta. La mayor parte de los soldados iraquíes eran chiítas, como lo eran casi todos los soldados iraníes.

Este fue un acto de virtual asesinato masivo por parte de los seguidores de Alí y Hussein.

La pasión y la redención probablemente fueron partes esenciales de la experiencia religiosa de nuestros padres. Pero creo que sería más sabio y humano, en nuestro siglo XXI, reflexionar sobre los pecados de nuestros pequeños dioses humanos, esos evangélicos que también afirman combatir en la lucha entre el «bien» y el «mal», que pueden ignorar la historia y los océanos de sangre derramada, y salirse con la suya, con sólo una hoja de papel tamaño oficio.

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* Periodista y escritor. Artículo publicado originalmente en el diario británico The Independent. Hemos seguido la traducción de Grabiela Fonseca, realizada para La Jornada de México.

Fotografías

Restos de los milicianos cubanos asesinados por las tropas de Batista en la denominada Masacre Cabañas, noviembre 1958
Recuerdo de la masacre perpetrada por soldados israelíes en la ciudad de Jenin, Palestina, en abril de 2002.
Masacre de Honduras, en la víspera de Navidad de 2004.

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