La ficción argentina en la Gloria: La Casa de Papel… higiénico
Toma el millonésimo mate, lee y relee apuntes gastados; tacha, subraya, rompe, arranca de nuevo. Es escritor pero se parece más a esos inspectores de novela, sin éxitos, con problemas de plata, con la mujer, o la ex mujer, ya no distingue, con los hijos… Le prestaron un departamento en la costa, agarró el cascajo, dos camisas, lo poco que había en la heladera y se rajó para allá, más a olvidar que a “inspirarse”, como se mentía a sí mismo.
Buen clima, para pleno invierno; poco viento, solcito al mediodía y hasta la temperatura fue en aumento. El bulín es mejor de lo que había pensado, unos ventanales brutales a la playa, la soledad más que “un amigo que no está”, ideal para meterse en el guión que hace rato le pidieron y que puede entregarle unos buenos pesos como para surfear la malaria y tirar hasta fin de año.
-¿Vos no viste The Killing, no te copaste con El Puente, ni siquiera con Los Simuladores, con Poliladron por lo menos…?- Lo escarneció el amigo de la productora, el que le tira puntas que él no sabe agarrar. Pero la necesidad y las ganas de rajarse del ombligo de un país que se le hace insoportable a la mayoría de sus habitantes lo convenció.
Y ahí está, mitad buscando pelis en el televisor Smart, mitad frente a la pantalla de una MacBook alcanzada en mejores tiempos y cuidada como a una mascota, casi un hijo.
Una de cowboys
El protagonista de la historia, garabatea tres o cuatro ideas y se tira a la pileta. Primero se le ocurrió el armado de una líneas de puntos, dudó ante la posibilidad de desarrollar una línea de tiempo pero se quedó con los espacios físicos. Sobre un mapa digital empezó a marcar lugares, casas, oficinas, bares, hoteles, agregó fechas. Pensó en un tipo con portafolios desplazándose por la ciudad, subte, taxis, nunca colectivos, algún tren, dos o tres remises, al final se quedó con la idea de un auto, modesto, no demasiado nuevo, gris, como casi todo el parque automotor, ideal para no llamar la atención y moverse de un lado a otro.
Ya tenía el escenario, algo clave para armar el guión de una película de espías. ¿Qué podría moverse sobre ese mapa? ¿Narcotraficantes, tratantes de personas, contrabandistas? No le cerraban demasiado las opciones, hasta que se le ocurrió tirar sobre la mesa la palabra “corrupción”, guita mal habida, pagada por empresarios delincuenciales a funcionarios inescrupulosos, algo que sonaba a la misma cantinela de la mayoría de los diarios del país, es decir, importante para que le dieran bola. Todo presentado para construir la historia sobre la construcción de una historia.
De a poco completó la obra, rellenó casilleros con montos, con nombres de figurones de la política y de la empresa. ¡Listo! Eduardo -que así llamó al personaje de su historieta- , se sentaría frente a un tablero mejor que el mejor de los juegos de estrategia. Sin embargo -la soledad frente a las olas del mar, cercanas, de gris a celestes, cadenciosas sin pausa, le empujaban la fantasía- pensó en algo más, como pasar “de nivel”, llevar el juego un paso más arriba y tuvo la genialidad de imaginar, primero, que el trazado no lo hizo el protagonista sino un servicio de inteligencia, los espías de su propio país; segundo, que semejante maravilla fue apropiada por otro superservicio como la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, la mismísima Agencia Central de Inteligencia, seguramente por su Departamento de Análisis de Escritos, ese que opera dentro de la Oficina Técnica, o vaya a saber que otro monstruo aún peor y desconocido.
Ya casi afiebrado, su cerebro andaba solo, aquellos supra espías tomaron el mapa, y empezaron a escribir una historia. Exultante, el escritor cree que lo tiene, que le hincó el diente a una ficción que atraerá a millones de espectadores en su país, a decenas de millones en el mundo entero, hasta con producciones de Netflix en un montón de versiones “locales”, con escenas de sexo y todo, y que, ¡por fín! su cuenta bancaria tendrá razón de ser, engordará, engordará hasta reventar, hasta permitirle pasear por todos los países con los que fantasea y ya no tendrá que pedir prestado un departamento en la costa porque podrá comprarse varios, y tampoco penará por la falta de recursos y su vida, claro, será como la de los escritores de película…
Volvió a tierra, o a la pantalla, que es lo mismo, exprimió un poco más la fruta y el jugo le goteó otra “genialidad”, la de convertir ese texto digno de una denuncia de Edward Snowden, en un guión que le obligarían a escribir, de puño y letra, a aquel “tipo con portafolios” que creó inicialmente. Lo convirtió entonces en un “correo”, uno de esos personajes inspirados en los queribles carteros del pasado, o en los “comisionistas” de pueblo, antes del invento de Amazon, Western Union, FedEx o, porqué no, de Andreani y de los drones puerta a puerta.
Una de suspenso
La “cosa” estaba hecha, hubo que darle dinámica, ponerla en movimiento, ¿para qué cuerno puede servir semejante embrollo en la lógica de una ficción?, pues para dividir al mundo, como siempre en cualquier culebrón, en “malos” y “buenos”.
Ningún tonto el escritor con ganas de dejar de ser un fracasado: vuelve a montarse en el “clima de época” y aprovecha el trabajo de “agrietar”, profundizar diferencias y acusar al pasado de todo lo malo que es el presente exculpado de toda responsabilidad; da otra vuelta a la perilla e inunda su juego en las aguas de la política y los gobiernos.
Se le ocurre que lo más provechoso, lo que más le va a gustar a la productora a la que está tratando de meterle el invento, será tirar la criatura a la ciénaga de las denuncias sin pruebas y agregar protagonistas clave, encargados de detener sin pruebas a los primeros e ignorar las pruebas para no detener a los segundos, idea que robó a un periodista dominical que, seguro, no se enterará del modesto plagio de la obviedad. Así aparecen los jueces y los fiscales, esas maravillosas creaciones de la literatura policíaco investigativa, sobre todo desde el abogado Perry Mason para acá.
Y allá va, vuelan los dedos, pasan las líneas, suma caracteres, imagina escenas, trata de mechar golpes de efecto. En su cabeza reverberan los episodios de Espartaco que, además de contar la historia fascinante de un esclavo al borde de derrotar al más importante imperio de la época, incluían una pelea sangrienta a más no poder y una escena de un erotismo fuerte, tórrido, romano en cada emisión.
El morbo lo pondrán los millonarios que pasan no más de un café frente a los protagonistas judiciales, que torean con un par de rejas carcelarias a los que se resisten un poco y los fuerzan a conceder algo, lo que sea, para volver a sus bebidas importadas, sus despachos con vista al río y sus mansiones rodeadas de custodios.
Una de cuadernos
Sintió que estaba al borde del “toque” de magia, de la cumbre de su creación posible, cuando empezó a armar la escena en que los servicios de inteligencia recibían el guión final de sus mentores extranjeros, llamaban a su inminente “tipo con portafolios”, a quien tenían agarrado de… todos lados, y lo pusieron a copiar, copiar, copiar, copiar y copiar, hasta llenar un bloc tras otro, un cuaderno tras otro , incluso algunos con tapas que datarían de años atrás, cuando todavía la fábrica no los había fabricado, si se permite la redundancia.
Para no aburrir al imaginario público que lo haría más millonario que famoso, ni siquiera explicó que las primeras siete obras se limitaban a consignar lugares y kilómetros recorridos y la última, ¡pum!, estallaba con datos envenenados que llevarían a la cárcel a medio país + una ex presidenta, y este último fue un detalle de género, en tiempos de tal, inventarse una mandataria mujer, en lugar de esos aburridos señores de traje, a veces hasta medio tondos que, casi siempre, son los que gobiernan países.
A esa altura empieza a perder el hilo, porque primero ubica al del valijín entregando cuadernos escolares, después papel de fotocopias, por último quemando las reliquias escolares. Mucho no importa, calcula que la audiencia ya está atrapada, lo que le tiren lo comerá.
Una de piruetas
Aunque prefiere en ron, nicaragüense aún mejor, él también toma sus whiskys, solo que de una calidad digna de ser escupida, y con esa tracción no para. Su delirio arrancó convirtiendo aquellos puntos del mapa inicial en valijeros de una asociación destinada a cometer ilícitos, graves, inmorales, faltos de toda ética, en la que las carreteras, los diques, las centrales nucleares, hasta los hospitales, en realidad, se hacen para sacarle coimas a los que van a construir y no para circular, retener aguas y evitar inundaciones, generar energía o proveer salud.
Lo pensó bien, muy bien lo pensó y, de repente, surgió una finta, el libreto tuvo más tensión cuando se le ocurrió que los empresarios que engalanarían la pantalla de su telenovela con trajes de maravilla acusando a los malos de cometer aquellas acciones, alterasen su papel en la megaproducción y pasasen a ser meros tontos que aportaron algunos dineros para campañas políticas, en realidad como lo habían hecho siempre, con todos los sectores. Con lo que tal vez perdió algo de efectividad fue con devaluar los treinta y pico de millones de dólares de su primera fantasía hasta los menos de 200.000. Igual, con un buen plano americano destinado a algún amplio centimetraje de piel de alguna amante o secretaria con derechos corporativos bastaría para mantener el morbo a tope.
¿Hecatombe sí o no?
El ya casi consumado guionista dudó, pero no mucho: por un instante pensó que estaba sobrecargando la cosa, que exageraba con sus dislates, después recordó que, al menos en su país, en la coyuntura que atravesaba su país, casi todo era posible, es más, la realidad siempre era forzada a superar la ficción. Llovía a cántaros y le contaban a la gente lo delicioso que era ese sol que ilumina las calles; se cerraban negocios y era que ya no se necesitaban locales porque volaban las ventas digitales; el hambre y el frío no eran más que consecuencias climáticas, los desocupados un dibujo mal trazado por algún trasnochado y, una vez más, no había males que no anclaran en el pasado.
Así que le dió para adelante y metió al mismísimo presidente de utilería en su diseño ficcional, lo llevó hasta el escenario judicial que construyó en base a datos e inventos de la mano del personaje que creó -no el escritor, sino el propio jefe de Estado imaginario- como su testaferro, detrás del que se ocultaban todos los delitos cometidos en una década como gobernante, que se sumabaa los ejecutados durante otro cuarto de siglo como empresario, miembro de una famiglia mafiosa llegada, por ejemplo, del pueblo de Corleone, sí, el de Marlon Brando.
Al final el juez de la película, que empezó destruyendo a “los malos”, se llevó puesto también a “los buenos”, porque no le quedó más remedio, o porque tenía ganas de ser el San Martín de un poder judicial embarrado hasta la coronilla de las cabezas de sus magistrados, sus fiscales, sus secretarios, sus cámaras y… su Corte; porque el jefe supremo ansiaba, con todas las fuerzas de su impotencia, sentarse en un sillón al que nunca lo llevarían los votos; o porque algunos políticos confabulados, también flojos de simpatías electorales, revolvieron las aguas para poder pescar en ellas.
La saga interminable
Hacía rato que el sol sobrepasaba el horizonte marino. Nuestro personaje no fuma, una lástima para esta ficción porque hubiese sido una frutilla visual enfocar dos ceniceros inmundos, rebalsando colillas de cigarrillos aplastados de ansiedad creativa.
Satisfecho con su delirio, antes de desmayarse sobre el colchón alcanzó a imaginar un contrato para que continuara con la serie, por ejemplo, para escribir los “Cuadernos Rivadavia”, en los que se relatasen todos los delitos cometidos entre 2016 y 2018, o para lucirse con imágenes en exteriores caribeños como soporte a los capítulos “Panamá” y “Paradise”.
Con el cuerpo ya derrotado llegó a la conclusión de que meterse con una ficción en la que aquellos mismos empresarios blanquearan sus millones a través de falsos aportes realizados por personas que no tenían idea de qué hacían, ni plata para hacerlo, en realidad no tenía mucho gancho.
Así fue que, de dormido no más que estaba el autor, la televisión mundial se perdió un éxito inigualable. De todos modos, él soñó que dominaba el planeta de las series con su obra “La Casa de Papel… Higiénico”.
(*) Psicólogo y periodista. Investigador argentino asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE) http://estrategia.la