La hipocresía (a la colombiana)
En nuestro país, Colombia, tenemos una larga historia de cuerpos, troncos y extremidades flotando en los ríos, pero nosotros preferimos contar los muertos del país vecino. Me duelen esos muertos, claro que sí, pero a nadie pareció dolerle que en un año de paros la violencia, la sangre y la muerte, también estuvieran presentes entre los olvidados de nuestra tierra. Ellos riegan con sudor y lágrimas los alimentos que producen y nosotros comemos viendo desde la cajita de colores las miserias del país en modo espectáculo.
Es lamentable que prefiramos ignorar a los que flotan en el río. Cuerpos que con sevicia fueron mutilados para que el terror nos paralice. Y paraliza, pero no a nosotros sino a quienes tienen algo distinto que contarnos sobre los mandamases de un pueblo y las angustias en territorios sin Dios ni ley. Entonces militarizan Buenaventura después de tantos años de soledad y cuando el terror ha vuelto en forma de piquetes.
Tenemos el descaro de lamentar la “falta” de garantías para la democracia en Venezuela. Acá con una contundente historia de muertes físicas y políticas a líderes opositores, no hemos hecho un alto en el camino.
Tras la más descarada persecución política que llevó a la destitución e inhabilidad a Petro, dejamos que el Presidente se burle en nuestra cara defendiendo el principio de institucionalidad que irrespeta untándolo de mermelada e ignorando unas medidas cautelares que le facilitaban una decisión con unos costos políticos importantes para quien gobierna con el hambre de la reelección. Nuestro cinismo apabulla.
Acá con un gran abstencionismo, redes clientelares y delitos electorales todavía pensamos que tenemos elecciones legítimas y habituados por la fuerza de la costumbre, volvemos cultura una práctica que soslaya la democracia y reviste de normalidad que candidatos de dudosa procedencia sean elegidos una y otra vez y hasta en cuerpo ajeno.
También nos horrorizamos con la “censura” a la prensa en Venezuela, donde al menos, hay canales de la oposición que se dedican todo el día a criticar al régimen. En nuestro país, la prensa que “pesa” se arrodilla al sistema de turno, ayer fueron uribistas, hoy son santistas y su alegría es inocultable tras la destitución de Petro.
Ahora bien, no por las anteriores razones estoy de parte de quienes piensan que no podemos sufrir y preocuparnos por el país vecino. Somos libres para expresar nuestra solidaridad y desear una mejor suerte a ese alma vino tinto que con pasión vibra y defiende lo que cree, produciendo cambios significativos en su historia. En 50 años no ha habido cambios que frenen los ríos de sangre que corren por las venas abiertas de nuestras poblaciones pobres y horrorizadas. Es la radiografía de nuestra hipocresía. “El que escupe para arriba, le cae la saliva en la cara”.