La ingenua inseguridad ciudadana, índices, hechos y olvidos

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Rivera Westerberg *
La tendencia bajista se extendió temprano desde Tokio, donde el Nikkei cedió 5 por ciento. Siguió en Europa, con declives de 2,9 en Francfurt; del 2,7 en París; 2,6 en Madrid; y del 2,3 por ciento en Londres. En el sacrosanto barrio del toro, en Wall Street, el Dow Jones cayó 1,3 y el Nasdaq, que mide los negocios high tech, el 1,1 por ciento.

El capitalismo representado en América Latina, entusiastamente precavido, se reflejó en la Bolsa mexicana, que se deslizó un 3,5 por ciento; la chilena cayó el 2,1 y en Brasil el descenso fue del 5,46. El Merval de Buenos Aires se empinó al revés hasta el 8.4 por ciento. En Brasil, además, se resintió el valor de sus bonos y del real. Subió, en cambio, la categoría riesgo país y la fuga de capitales.

El dólar se fortalecía, también, a esa hora en la Argentina mientras el presidente Kirchner, acorralado por las presiones internas y externas, meditaba enviar algunos cientos de soldados a Haití para colaborar con sus cofrades estadounidenses, franceses y chilenos. (Los chilenos, entonces, como para dejar en claro que pisan fuerte en este miniuniverso de dominios, subdominios y prefecturas saltaron con la idea de duplicar su contingente haitiano, estirándolo a poco más de 600 uniformados.

Haití es un buen lugar para comenzar un artículo sobre la inseguridad ciudadana por causa de la delincuencia y su sensación térmica.

El riesgo Haití, la realidad afgana

Quedó asentado en el informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), celebrada en 2003 en Santiago de Chile, que los niños y las mujeres son las principales víctimas de la criminalidad y la violencia asociadas con el narcotráfico en América Latina. Pero que las mayores ganancias de este comercio ilegal -sostiene el informe- se generan en los países industrializados, mientras los países productores, entre ellos los latinoamericanos, son los menos beneficiados por la llamada «economía de la droga». La JIFE es un organismo técnico de Naciones Unidas.

Como todos los negocios lucrativos lucrativas -legales o ilegales- la narcoproducción y el narcocomercio no son islas en el mapa de la criminalidad. Se unen, generan, dominan, subgeneran e incluso batallan con otras florecientes industrias y actividades, muchas de ellas legales: la prostitución, adulta e infantil, y el necesario comercio internacional de personas para alimentar la caldera; el lavado de dinero; el turismo sexual; el tráfico de armas; la construcción; las altas, y bajas, finanzas; el entretenimiento masivo, etc…

La política en sus distintos niveles y esferas suele aparecer -involuntariamente o incluso involuntariamente- muchas veces unida a la criminalidad. Tomemos el caso de Afganistán.

Cuando el movimiento Talibán controlaba la mayor parte del territorio afgano había logrado abatir el cultivo de opio, floreciente durante los años de lucha contra el otro invasor moderno, la URSS. El país asiático por entonces se convirtió en uno de los mayores productores y distribuidores mundiales; negocio ante el que los organismos estadounidenses cerraban los ojos. Tras el parcial desmoronamiento de su influencia en el país, producto de la invasión estadounidense, Afganistán vuelve a producir amapolas y el opio fluye hacia Europa y Rusia -y comienza a llegar en cantidad a Estados Unidos-. Un derivado del opio es la morfina; otro la heroína, una de las sustancias más adictivas que existen.

Afganistán viene a cuento por cuanto se teme que Haití -«el mayor paso de cocaína hacia EEUU»- pueda convertirse en una réplica de Afganistán si no se da una salida a su actual crisis y se procure su desarrollo económico y social, dice el citado informe de la JIFE.

La delincuencia, es decir, no es una flor en el desierto. «Vamos a invertir», se autoconvocan las pandillas juveniles en el puerto de Valparaíso, en la costa del Pacífico Sur. Invertir es para ellos robar. Cualquier parecido con otras realidades es mera coincidencia.

Urbes, países y regiones emergentes

El aumento de la tasa de criminalidad mundial comenzó a preocupar tanto a gobiernos como a corporaciones y fundaciones privadas en la segunda mitad de la década 1991/2000, tanto en los países industrializados como en desarrollo.

De 1980 a 1997, las denuncias de actos criminales aumentaron en 131 por ciento a nivel global, lo que equivale a una tasa promedio de crecimiento anual de casi 8 por ciento. En ese lapso América Latina ocupó el tercer lugar en el crecimiento de la criminalidad.

Por esos años el número de pobres creció en Tailandia de siete a 12 millones; la tasa de suicidios rozó 15 por cada cien mil habitantes. Y sólo entre 1997 y 1998 el número de reos condenados y en prisión pasó de 66.000 a 178.000. ¿Cómo andaba la economía entonces? «Ustedes han excedido los límites de sus funciones originales», dijeron al Fondo Monetario Internacional (FMI) los participantes en el simposio celebrado en Bangkok (1999) sobre las consecuencias de la globalización económica en Asia.

«La mayoría de las personas ahora consideran que su papel es el de amo, más que de facilitador, que interfiere con la política nacional de los países». En el simposio, se criticó con claridad la forma en que el FMI imponía sus puntos de vista a las economías nacionales de muchos países asiáticos. Tampoco se pasó por alto a la Organización Mundial del Comercio (OMC), a la que se instó con firmeza a suspender la mayor expansión de sus poderes con objeto de realizar una evaluación global de la incidencia de sus actividades. No se descartó la posibilidad de disolverla.

San Pablo, la megaciudad industrial de Brasil, tiene una pujante actividad dedicada a brindar protección a sus magnates: autos blindados, barrios amurallados, helicópteros, sistemas electrónicos de espionaje, guardaespaldas, etc… que se hacen comunes en la Argentina, Chile, Colombia, México, Perú, Venezuela y otros países de la región-. Las capas medias y los asalariados un peldaño más abajo nunca accederán a ellos; deben confiar en la sola protección de una policía tan sobrepasada como casi indiferente -si no cómplice- del raterío cotidiano.

Los índices de malformaciones congénitas y enfermedades respiratorias y del sistema nervioso en los niños paulistas son de los más elevados de la Tierra. Representa una potencial catástrofe para la población la contaminación de las aguas y el aire del Dock Sur, un poblado colindante con la ciudad de Buenos Aires y a la vera del Riachuelo, afluente del Río de la Plata que ya en 1930 constituía un peligro público por la suciedad de sus aguas. Como en San Pablo, aquí las causas pueden atribuirse a los efectos de la empresa privada: fábricas, destilerías, refinerías.

Acaso por mera coincidencia la provincia de Buenos Aires, es la que mayor cantidad de delitos reúne. En 2002- -últimas estadísticas confiables- representó el 26,9 por ciento de los hechos delictivos del país. No muy a la zaga la Ciudad de Buenos Aires aportó en el mismo período el 15,1 por ciento. Los incrementos respecto del año anterior fueron, respectivamente, del 228 por ciento para la provincia y de un 373 para la ciudad.

Cabría enmarcar los datos poniendo en evidencia una realidad: desde 1996/97 la cesantía y la deserción escolar, también de los índices de prostitución callejera y telefónica, subían como nunca antes en la historia del país. Hasta el desastre de 2001, con fuga presidencial y virtual quiebre de la actividad productiva y del sistema financiero.

En Chile el 80,5 de la población percibe que la delincuencia ha recrudecido a nivel nacional. Los consultados reportan como los principales problemas nacionales la pobreza (25,2%), el desempleo (16,9%) y la situación económica (14%).

El norte estable, pero temeroso

En octubre de 2003 pudo leerse en The Economist: que en Japón durante 2002 se habían cometido 2.85 millones de delitos; un incremento del 60 por ciento sobre el año anterior. Y aunque sólo el uno por ciento fueron graves -asesinatos, violaciones, secuestros-, éstos habían aumentado en un 75 por ciento desde 1998. La estrella roja se la llevó la conducta antisocial juvenil.

También en Japón la industria de la protección es un buen negocio.

El promedio de homicidios en la capital federal de EEUU -informa el Wáshington Post de fuentes oficiales- en 2003 fue de 4.32 por cada 10 mil habitantes, muy por encima de los índices de otras ciudades consideradas violentas, como Nueva York (0.72) y Los Ángeles (1.30).

Datos que de algún modo engarzan las dudosas perlas de un collar cuyo broche bien pudiera ubicarse en la ciudad de Milán -epicentro orgulloso de la economía fabril italiana-. Allí dos respetables joyeros dejaron e lado los buenos modales para perseguir y matar a un ladrón a balazos. La criminalidad aumentó en el último tiempo en un peligroso 10 por ciento -y no se detiene-.

La ciudadanía recupera la voz perdida en los abismos del consumo ante estos hechos; pero cómo: en la Argentina, en abril, decenas de miles de personas -en lo fundamental capas medias, anque fueron vistos militantes y estandartes del Partido Obrero y algunos representantes del movimiento piquetero- se reunieron en la Marcha por Axel, un joven asesinado tras su secuestro, se exigía mayor dureza por parte del estado y se conminó al gobierno que frene la inseguridad de los ciudadanos. En Milán otros tantos millares marcharon por los joyeros homicidas exigiendo el «derecho a la autodefensa».

Un 70 por ciento de los italianos piensa que la ley los tiene indefensos ante la acción de los delincuentes. Entre ellos el ministro de Justicia; Roberto Castelli, en efecto, ha sostenido -como los manifestantes en Buenos Aires- que las normas del Derecho Penal favorecen al criminal sobre la víctima. Castelli milita en la Liga del Norte.

Puede no ser casual que esto ocurra cuando la crisis económica europea golpea a la antes dinámica y adaptable economía italiana. Una crisis, no está de más recordar, que se expandió como una marea desde EEUU, que avanza desde mucho antes del fatídico 11 de setiembre-.

Si esta gran aldea acostumbrada a considerar los resultados estadísticos como reflejo único de la verdad, y no como lo que con demasiada frecuencia son: acomodo de la realidad, olvida que los fenómenos sociales están -todos- íntimamente ligados, el problema de la criminalidad civil -que la militar se analiza de otra laya, como nos lo dicen maese Bush y maese Blair y maese Putin, etc…- sólo conducirá al fortalecimiento de la capacidad y calidad coercitiva de los Estados.

………………………………………

* Editor de la revista Piel de Leopardo.

Fuentes:

www.elpais.es

www.warc.ch

www.corpamex.org

www.economist.com

www.ipsnoticias.net

www.washingtonpost.com

www.nuevamayoria.com

www.terra.cl

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