Raúl Zibechi*

Se cuentan por decenas, tal vez cientos, las ocupaciones, agresiones y ataques que han sufrido los más diversos países de nuestro continente. Es la historia del colonialismo y del imperialismo.
Pero lo de Haití es algo diferente. Es cierto que participan países de varios continentes bajo la bandera de la ONU, pero eso no es lo fundamental.
Aquí lo decisivo, lo verdaderamente nuevo, es que se trata de una invasión comandada por Brasil (que como saben tiene el comando militar de las tropas) y es ejecutada por un conjunto de países entre ellos Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Peru y Guatemala.
La mayor parte de los soldados que están en Haití provienen de países cuyos gobiernos están administrados por fuerzas políticas que se dicen de izquierda o progresistas, y en algunos casos se proclaman como revolucionarios. En efecto, la mayor parte de los 8.700 militares pertenecen a países con esos gobiernos progresistas (4.435).
Eso merece alguna explicación:
Para Brasil la MINUSTAH es muy importante porque le permite colocarse como gran potencia y postularse como miembro permanente del Consejo de Seguridad ONU. Es la primera vez que encabeza una misión militar, y lo hace en un continente en el que busca convertirse en la potencia dominante.
Brasil definió un nuevo papel en el mundo bajo los dos gobiernos de Lula: articular un polo sudamericano que le permite jugar un papel de gran potencia en una región donde representa más o menos la mitad de la población y la mitad del PIB. ¿Porqué ese camino? Según los propios diseñadores de esta estrategia de integración, para evitar una crisis interna, ya que sostienen que si el país no se expande (exportando capitales, realizando grandes obras de infraestructura que benefician a sus empresas…) ingresaría en una fase de conflictos internos. Dicho de un modo más claro: la expansión hacia la región es el modo, ya probado en otros períodos históricos, que evita a las clases dominantes el doloroso camino de realizar reformas (como la reforma agraria) que eliminen algunas flagrantes desigualdades. Expandirse como potencia regional (¿imperial?) es el modo más ventajoso para esas clases de evitar conflictos internos.

La participación y dirección en la ocupación militar de Haití se inserta en ese gigantesco proyecto. El ex comandante de la MINUSTAH, general José Elito Siquiera, actual ministro del Gabinete de Seguridad del gobierno de Dilma Rousseff, dijo años atrás que en Haití están empleando las misas tácticas de control y gestión militar de las barriadas periféricas que ya pusieron en práctica en Rio de Janeiro (O Estado de Sao Paulo, 15 de diciembre de 2007). Esta afirmación muestra otra faceta de la intervención en Haitì. Digamos que es la cara oculta de la MINUSTAH.
Para el caso de Uruguay, ¿habrá algún interés similar?
Desgraciadamente los militares uruguayos no tienen siquiera el nivel de honestidad intelectual de los militares brasileños. Podrían decir que están allì para “ganar unos mangos”, y no estarían exagerando sino sincerando una situación que todos conocemos.
Pero Uruguay no tiene ni siquiera una hipótesis de conflicto como Brasil, país que se propone en serio defender la Amazonia y el petróleo de una posible invasión estadounidense. Por lo tanto, se acumulan las preguntas.
¿Será que un día nos despertaremos con una ocupación militar de barrios “peligrosos”, como sucedió en Chacarita, pero a manos de efectivos que ya tienen la “experiencia” de haber trabajado en barrios similares en Puerto Príncipe?
*Analista internacional uruguayo
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