La literatura homoerótica en Latinoamérca

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Nieves y Miro Fuenzalida.*

Los tiempos cambian y con lentitud las layes que reglan las relaciones sociales se adaptan a esos cambios; las transiciones no son fáciles: ninguna lo es por más inevitablemente que se produzca. La polémica (y los exabruptos) a raíz de la reciente legislación argentina —que autoriza el matrimonio entre dos personas cualquiera sea su sexo— es buena prueba de ello. El texto que sigue es un pequeño muestrario de los exilios a que condena la divergencia en materia de sexualidad.

El exilio es amargo cuando es la única salida que le queda a un grupo subalterno perseguido por las estructuras de represión. Pero lo es mucho más cuando se aplica a la homosexualidad. Cuando hablamos de exiliados siempre hablamos del exiliado político y dentro de ellos el homosexual queda excluido.

Se nos hace difícil verlos como sujetos subalternos, no importa cuan obvio sea el que su mera existencia los condene en los países latinoamericanos a vivir en un mundo subterráneo y clandestino, con su cultura censurada, silenciada, invisible y secreta. Su exilio no se caracteriza por la deportación masiva, sino por la fuga individual.

Lesbianas y homosexuales han sido y continúan siendo victimas históricas de persecución al igual que los perseguidos por razones étnicas, religiosas o políticas, solo que a diferencia de estos últimos, siempre perseguidos como individuos solitarios que cuando la ley los atrapa los trata con una insidiosa crueldad diferente a la que se aplica a otros sectores de la población.

Durante la época de las dictaduras latinoamericanas los prisioneros políticos identificados como homosexuales eran objeto de una persecución mucho más siniestra, tortuosa y fatal al ser identificados no solo como enemigos políticos, sino también como síntomas de descomposición moral.

Hoya, cuando la carnicería militar finalmente ha sido contenida por la fuerza popular, la mayoría de los homosexuales todavía llevan una vida de marginalización y exilio interno. La trasgresión de los límites que separan al hombre de la mujer es universalmente considerada repugnante y en defensa de las "buenas costumbres" su visibilidad debe ser rechazada en todos los ámbitos sociales.

La herencia colonial del Código Napoleónico garantiza la privacidad del cuerpo, pero no la manifestación pública de la desviación sexual y su cultura. La opresión y la persecución de una identidad sexual transgresiva obligan al homosexual a una permanente emigración hacia ciudades donde las restricciones sean menos explicitas.

Según David William Foster (The Homoerotic Diaspora in Latin America) los comienzos de la literatura homo erótica en Latinoamérica, al igual que la literatura del "boom" de los años del neofascismo militar de los sesentas y ochentas, los encontramos mayormente en el exilio.

El beso de la mujer araña del escritor argentino Manuel Puig fue uno de los primeros escritos del continente que habla desde la perspectiva homo erótica dentro del contexto de la represión militar y su influencia en los escritores posteriores ha sido notable al proporcionar las bases de la crítica de la ideología sexual dominante.

Otros escritores cuyas obras han sido notablemente marcadas por el exilio homo erótico también dan cuenta de la trágica vida a la que están condenados socialmente quienes poseen un "sexo equivocado".

El también escritor argentino Héctor Bianciotti, nacido en 1930, ha vivido y trabajado en Francia desde 1961. En sus memorias —Lo que la noche le cuenta al día— el autor relata su experiencia en el Buenos Aires de los cincuentas después de haber dejado la tranquilidad pastoral de su vida en la pampa y la autoridad inflexible de su padre piamontés, que fueron el contexto de su infancia en que descubre su homosexualidad.

Uno podría creer, dice Foster, que el cuadro que pinta de Buenos Aires es el del derrumbe del proyecto peronista. Su intención, sin embargo, es la de evocar la pesadilla de la imposición draconiana del código heterosexual… la mas ligera desviación de las normas de la moda crea una rápida reacción de rechazo en los peatones…  Esta imagen, según Bianciotti, no es solo una metáfora, sino literalmente la historia social de la represión homo fóbica de Argentina. Salirse del código de la moda es signo visible de homosexualidad y sus consecuencias son desastrosas si uno cae en las manos de la guardia de la decencia pública.

Es solo después de 1983 que la disidencia sexual empezó a adquirir alguna libertad de expresión en el país, aunque el despliegue público del llamado escándalo sexual continua sujeto a la persecución social.

El novelista cubano Reinaldo Arenas se suicida en 1990 después de completar el manuscrito de su novela Antes de que anochezca. Diez años antes había salido de Cuba y en sus memorias describe la larga serie de hostigamientos, persecuciones y cárcel que allí sufrió por ser homosexual. Fueron su insaciable panerotismo, su sensualidad corporal ilimitada y los incontables encuentros sexuales que vivió en Cuba brutalmente cercenados por el autoritarismo revolucionario y su compromiso con la opresión de la sexualidad.

Uno podría decir en defensa del régimen que la severidad moral de la revolución tiene que ver con su oposición a prácticas burguesas decadentes que no tienen lugar en la nueva sociedad o que Arenas usa demasiado simplísticamente la dicotomía binaria Eros contra civilización. Lo cierto, sin embargo, es que sus textos no son análisis antropológicos, como dice Foster.

Son la crónica del encuentro con la moralidad revolucionaria, el relato del fin del erotismo hedonístico por las fuerzas de Tanatos que destruyen la dignidad del individuo. Son textos llenos de detalles que proveen una rica descripción histórica de la homofobia encarnada en la fuerza revolucionaria militar y la persecución material de la disidencia sexual.

Estas historias de transgresión sexual seguidas de persecución y exilio las volvemos a encontrar con una insistencia odiosa en las obras de los autores portorriqueños Daniel Torres (Cabronerías o Historias de tres cuerpos…) y Luis Rafael Sánchez que no emigra ni se autoidentifica como homosexual, pero que ha tenido que publicar sus obras fuera de la isla porque contienen una sensibilidad  queer  que la hipocresía moral del país no permite.

Virgilio Piñera, otro cubano, que muere en 1979, pudiera muy bien elegirse como la figura paradigmática del exilio homosexual latinoamericano. A pesar de que sus historias y antologías fueron publicadas fuera de la isla, exiliado por la derecha y rechazado por la izquierda, el grueso de su obra permanece desconocida, perdida para la cultura cubana, que solo vio en él un ejemplo de la degeneración capitalista.

La obra de Piñera es valiosa, dice Foster, en cualquier intento de recuperación del grotesco impresionista latinoamericano y su subtexto homoerótico puede responder a las cuestiones relacionadas con la construcción de las diferencias y disidencias sexuales que en la década de 1951/60 no tenían ninguna resonancia.

El colombiano Fernando Vallejo (El río del tiempo, Los caminos a Roma, El fuego secreto, Chapolas y El mensajero) desarrolla los temas del exilio interno y actual relacionados con el homoerotismo en el trasfondo de la moral católica represiva característica de Colombia y del resto del continente.

Pedro Lemebel, homosexual y cronista empedernido, retrata la realidad social chilena no con la perspectiva de un mero observador, sino con una experiencia profundamente comprometida, transgresora y desgarrada, llena de sarcasmos e ironías que ponen al descubierto el mundo de las minorías, de los desposeídos, de las mujeres, de las "poblaciones callampas" y de la vida doblemente marginal de la homosexualidad (Incontables,  La esquina es mi Corazón, Crónica Urbana, Loco afán, Crónicas de Sidario, De perlas y cicatrices, Tengo miedo torero y Zanjon de la Aguada). Se hace conocer en los ochentas como integrante del colectivo de arte Las Yeguas del Apocalipsis.

Curiosamente la recepción de su obra pone de manifiesto la naturaleza tremendamente contradictoria del país sureño. La sociedad chilena es la sociedad más católicamente conservadora y moralmente represiva del continente. Y, sin embargo, en los centros urbanos siempre es posible encontrar grupos contraculturales que son los que aclamaron y recibieron favorablemente la obra de Lemebel. Su penúltima novela se mantuvo casi 60 semanas entre los libros más vendidos.

Jaime Bayly imagina el exilio en su novela No se lo digas a nadie como una simple extensión de los horrores de la vida social en Lima que es neuróticamente homofóbica. Miami, lugar de exilio del protagonista, no es el lugar en donde se pueda escapar a la hipocresía y encontrar algo positivo acerca de la propia vida. Al final es solo otro escenario para repetir el pasado.

 Escribir acerca de la disidencia sexual en América Latina es una de las estrategias significativas que estos autores, entre otros, han venido usando para contrarrestar el impenetrable silencio que siempre rodea a la homosexualidad.  Pero las prácticas homofóbicas en el continente en verdad no son diferentes ni peores que en otros lugares del mundo.

Y, al igual que esos otros lugares, también ha producido un exilio homoerótico que, mayormente, cubrimos con las sombras del pasado y del que no queremos hablar mucho.



 * Escritores y docentes. Residen en Canadá.

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