La Marsellesa en la Puerta del Sol

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 Juan Carlos Monedero*

 

Se sabía que tenía que llegar, pero no sabíamos cuándo. Todos los indicadores nos decían: hay demasiada gente que no tiene razones para mantener la obediencia política. Pero la fórmula para predecir qué hará que el hielo se resquebraje y por dónde romperá ni existía ni existe.

 De pronto, casi sin esperarlo, se juntaron las constelaciones y parte de los millones de damnificados del modelo neoliberal decidieron que les merecía la pena hacer algo con su enfado. La convocatoria a una concentración en el centro de Madrid, rompeolas tradicional de todas las manifestaciones en la capital, tenía, además, dos ventajas de salida, en especial para un grupo de gente algo más que descreída con el sistema político: no convocaban los partidos ni los sindicatos, sino grupos ciudadanos que habían ido acumulando su indignación. En el ambiente, además, existía algo así como una necesidad intuida de que se salía a la calle o la afonía iba a convertirse en algo crónico. Y Madrid despertó y mucha gente se dio cuenta de que tenía ganas acumuladas de opinar, de participar, de ser escuchada. La Comuna de Madrid estaba en marcha.

El principal efecto de las protestas en la Puerta del Sol de Madrid es la ruptura de la rutina sobre la que se ha deslizado plácidamente la democracia liberal. Si el neoliberalismo se ha sostenido sobre la mentira de la imposibilidad de la alternativa jaleada por Margaret Thatcher, el modelo democrático ha aguantado porque se redujo a un juego cupular, prácticamente bipartidista, televisivo, descafeinado ideológicamente, financiado privadamente (o con dinero público privatizado) y ajeno a una militancia constantemente decreciente. Este quehacer construyó finalmente un cártel con una reglas tan severas que iba dejando fuera a quien no las asumiera. 

Poder político, poder económico y poder mediático, entremezclados, se convirtieron en rigurosos guardianes de su propio privilegio.  Como ocurre con los cárteles, la disciplina se fue aplicando con cada vez mayor sesgo autoritario, de manera que los que no estaban dentro, habitaban necesariamente afuera. La desafección ha sido el resultado necesario de ese desprecio. Cuando el pueblo desafecto deja hacer, hasta la doctrina democrática lo celebra (¡Todo funciona incluso sin necesidad de votar!). Pero la legitimidad difusa del sistema va debilitándose y la máquina más perfecta de producir obediencia que es el Estado, empieza a fallar como una escopeta de feria cuando la gente dice basta. 

ZP, aunque se le dijo desde el minuto uno de su mandato “no nos falles”, terminó fallando. Además compungido. Las concentraciones por una Vivienda digna fueron reprimidas y el “queremos un pisito, como el del principito” se quedó grabado a fuego monárquico en las conciencias de los que tenían que seguir viviendo en casa de sus padres. Alguien dijo que los internautas eran “piratas como los terroristas” y pese a que el PP intentó ponerse de lado, quedó claro que el “no les votes” afectaba a todos los que se posicionaban con la industria. La Universidad sufría en sus doctas carnes la maldición señalada por Boaventura de Sousa Santos: “cada reforma, se hace para recortar derechos”, y ser mileurista, que ayer era un estigma, se convirtió en un privilegio de casta de los tocados por la fortuna.

 La concentración de Democracia Real Ya se ha dado una organización asamblearia, y es en asamblea en donde se votan las propuestas que van configurando su cuadero de quejas. Propuestas que apuntan todas a un incremento de la democracia y a un mayor deseo de participación popular, así como a una reclamación radical de igualdad, rota por la grosera avaricia que construye la salida financiera a la crisis. Acabar con los privilegios de los políticos (varios trabajos, varios sueldos, ausencia de incompatibilidades, sueldos vitalicios, jubilaciones privilegiadas), poner fin a los paraísos fiscales y a los rescates bancarios, así como a las primas a los banqueros, cambios en la ley electoral que terminen con la desproporcionalidad y el bipartidismo o democratización de los medios de comunicación.  Se están recuperando las propuestas que abandonaron los sindicatos de reparto del trabajo, y también que no se alarguen las jubilaciones para que ni los viejos trabajen tanto ni los jóvenes se queden sin trabajo. Sin préstamos hipotecarios posibles, reclaman un mercado público de alquileres que permitan salir de la casa de los padres, de la misma manera que se cambie la ley que permite a los bancos, cuando no se pueden cubrir las hipotecas, quedarse con el piso y, además, seguir cobrando el préstamo (algo que, también apuntan, solventaría una banca pública). Entre las propuestas también están las ayudas a los parados de larga duración, y la necesidad de que los que más tienen paguen más, porque si los ricos siguen sin pagar impuestos, no es posible que existan políticas públicas redistributivas. Nada de esto sería posible en ausencia de información veraz, libre y plural (donde los propios periodistas, que son víctimas de sus jefes, los empresarios de medios de comunicación, puedan también recuperar la dignidad). De manera clara, saben y lo reivindican, sin un poder judicial independiente que haga real la división de poderes, la justicia seguirá siendo una burla en manos de poderes políticos enmarañados con poderes económicos.

El principal resultado de la Comuna madrileña ha sido la quiebra del objetivo primordial de unas elecciones: la autorización al poder político para gobernar legítimamente. Esa placidez de las democracias satisfechas se ha roto bajo los toldos improvisados de la Puerta del Sol. Después del 15-M, como aprendieron en Ecuador, Argentina o Islandia, ganar unas elecciones no va a significar sin más estar autorizado para seguir haciendo lo mismo. Así se va haciendo virtuosa la democracia. Esto no nos lleva a falsas ilusiones democratizadoras. Mucha gente que se está pasando por la Puerta del Sol acude a un fenómeno que ya es mediático. Como podrían acudir a la boda de los Windsor o al funeral del Papa. Pero cuando caen por allí,  se dan cuenta de que lo que se busca en el kilómetro cero de Madrid tiene mucho que ver con su propia vida. 

Las quejas siempre se hacen desde el lugar del que se parte. Por eso las comparaciones no terminan de funcionar. Cuando un joven dice que los bonos de los banqueros no son ni de derechas ni de izquierdas, está diciendo: no estoy politizado como vosotros, pero tengo algo muy claro: en mi idea de democracia, hay cosas que deben quedar fuera de la disputa política. Y al igual que acabar con la pederastia no debiera ser ni de derechas ni de izquierda, que unos tengan tanto y otros tan poco está fuera de mi idea de entender la democracia. La idea de igualdad está muy fuertemente prendida en la gente joven. No han necesitado luchar por ella, pero entienden a la perfección cuando les falta. Por eso ninguno de los lemas que leen les es indiferente: “manos arriba, esto es un atraco”; “Bob Esponja busca un trabajo digno”; “Tu botín, mi crisis”, “Violencia es cobrar 600 euros”, “Esta crisis no la pagamos”, Y como si pisar esa plaza fuera tomar la píldora roja de Matrix, opera un cambio en sus conciencias. Vinieron para una cosa, pero salen con la cabeza dando vueltas. Se ha roto una rutina. Y afirman: “estoy aquí porque no estoy de acuerdo con lo que está pasando”.

La Comuna de París de 1871 recuperó un elemento democrático central endemoniado por la democracia representativa: la revocación de mandatos, enemigo del liberal “vota y no te metas en política”. Es el mensaje que la Puerta del Sol está recuperando: si el sistema sigue siendo antinosotros, señor Presidente, señora Diputada, señora Jueza, señor banquero o señora policía, toca, por supervivencia, pensar en otro sistema. Claro que la comparación es excesiva. Estamos en el siglo XXI. Pero hay elementos de democracia real que nos llevan directamente a aquello que llevó a los comuneros a las barricadas. Lo mismo que llevó a los republicanos españoles a defender en las trincheras los valores de una República que le paró tres años los pies al fascismo. Madrid resistió y luego fue arrasada. Madrid se está reivindicando. Los nostálgicos de sí mismos hablan de mayo del 68. Ese que no aplicaron cuando han tenido mando en plaza. Pero, por fortuna, los “ismos” no cuentan entre los nuevos comuneros. Allí reivindicaban, sobre todo, la libertad. En la Puerta del Sol, el Movimiento 15-M reclama la igualdad.

Bajo los toldos que nos resguardaban de la lluvia en la Puerta del Sol, un viejo con un largo abrigo y una usada armónica empezó a tocar la Marsellesa. La luna llena hacía reflejos antiguos. Poco a poco, la gente empezó a escucharle atentamente. Cuando cesaron los aplausos se acercó pausado a la esquina donde, desde el suelo, unas jóvenes le habían escuchado con la sonrisa en la cara. Preparó la armónica golpeándola suavemente contra la palma de la mano, carraspeó y, en medio de un gran silencio, preguntó: “A ver si conocéis ésta. Es como la Marsellesa pero de aquí”. Y empezó a tocar el Himno de Riego.

*Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

 

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