La Maskirovka los tiene locos
A medida que se desmorona el escenario de la enésima «inminente» invasión rusa a Ucrania, el corresponsal de la BBC en Moscú, Steve Rosemberg se queja de que los rusos no abren su juego. Dice: «¿Has intentado alguna vez hacer un puzzle al que le faltan la mitad de las piezas? Es frustrante. Es confuso. Nunca ves la imagen completa. Bienvenido al mundo del Kremlin». Se llama «Maskirovka», el complejo entramado de distracciones y engaños tácticos y estratégicos en que los militares soviéticos, y sus herederos rusos, alcanzaron maestría y que hoy tiene locos a los estrategas estadounidenses.
Al parecer en Washington contaban con un conflicto local interminable que desgastaría a Rusia como en Afganistán, en que ellos venderían muchas armas, y los muertos correrían por parte de los rusos y del cliente, Ucrania, que además al endeudarse con bancos occidentales para pagar las casi cien toneladas de pertrechos que ha recibido en estas semanas, incrementaba el negocio.
Los analistas militares occidentales consideran que la maskirovka fue uno de los elementos decisivos para la victoria soviética contra los invasores alemanes en la Gran Guerra Patria (Segunda Guerra Mundial), jugando con sus propios prejuicios y percepciones.
Básicamente, consiste primero que nada en conocer o intuir el pensamiento enemigo para reforzarlo en sus conclusiones y luego actuar de una manera diferente a la que el adversario anticipa, y golpearlo por sorpresa.
En el caso de los alemanes, según relatan en memorias sus ex-generales, invariablemente los soviéticos los indujeron cuidadosamente a esperar el ataque donde y cuándo ellos mismos (los generales nazis) lo hubieran efectuado.
El periodista británico implica que de esa manera, Rusia está jugando sucio en Ucrania: no se sabe si va a atacar o no, ni cuándo, ni donde, mientras siembra rumores y juega con el silencio ¡Así no se puede pelear!
Putin, el astuto malvado
Los medios corporativos le atribuyen toda la astucia y todas las decisiones al presidente ruso, Vladimir Putin. Es una vieja táctica mediática: personalizar y demonizar todos los días del año al adversario, y hacer pensar que es un déspota solitario que resume toda la maldad. Las tropas son de Putin, los tanques son de Putin, los aviones son de Putin.
Pero la historia militar soviética da cuenta de otro método, incluso cuando el ogro Stalin estaba en el poder. Una de la más grandes operaciones ofensivas y de maskirovka la realizó el mariscal Ivan Konev, precisamente en el Frente Ucraniano, contra la opinión de Stalin y de toda la Stavka (Cuartel General).
Mientras la tensión nerviosa que provoca la maskirovka sube, la matonería se va desgastando, en primer lugar porque ninguno de los matones tiene la menor intención de bajar a la arena y enfrentarse a los rusos. Los españoles mandan una fragata a Rumania, los británicos venden cargamentos de armas, la OTAN amenaza, pero ninguno ofrece soldados.
El caso de los españoles debe ser el más patético, porque su gobierno de «izquierda» ofrece aviones y naves sin que nadie se las pida, y en la reunión virtual que sostuvo Joe Biden con los jefes de Gobierno de la OTAN, no incluyó al súper dispuesto socialista Pedro Sánchez.
Y ahora la exasperación aumenta más aun, porque los ucranianos se percataron de que toda la factura corre por cuenta de ellos, incluida una profundización de la debacle económica del país, sin perspectiva alguna de éxito, a menos que una guerra nuclear mundial sea un éxito.
Tal como lo había hecho la cancillería ucraniana en días anteriores, el viernes el presidente Volodymir Zelensky declaró que no hay peligro inminente de guerra, y pidió que los países occidentales terminen con la campaña del terror: «Hay señales de líderes respetables, de que mañana empieza la guerra. Esto es pánico… ¿Cuánto le cuesta eso a nuestro Estado?»
Y como Ucrania -que fue parte de Rusia por siglos, y de la Unión Soviética después- también conoce a fondo la maskirovka, Zelensky dio indicios de por donde va la cosa: «La desestabilización interna es la principal amenaza», dijo.
El incendiario nacionalismo ucraniano agitado por los medios internacionales se sustenta sobre grupos de poder minoritarios en la sociedad ucraniana, que en su mayoría habla ruso, y la población difícilmente absorbe con placer el culto de las sectas paramilitares (como el «Ejército de Azobv»), al fascista Stepan Bandera, que durante la ocupación alemana contribuyó al genocidio de su propio pueblo.
Estados Unidos hizo ya lo que dijo que jamás haría: darle a Rusia garantías por escrito de que no se afectaría su seguridad. Un documento (hasta ahora) secreto que los rusos rechazaron porque no incluye la principal demanda: que Ucrania no será incorporada a la OTAN, y que se desmantele el sistema de misiles ofensivos desplegados a lo largo de toda la frontera rusa.
En el juego de la maskirovka se incluyen las conversaciones de Putin con los presidentes de Cuba, Venezuela y Nicaragua, en que no se dice, pero se insinúa, que se discutió la posibilidad de establecer en esos países sistemas avanzados de misiles rusos, operados por rusos. O sea, rodear a Estados Unidos con la misma amenaza terrorífica que los rusos tienen hoy en sus puertas (se estima que los misiles de EU estacionados en Ucrania alcanzarían Moscú en cinco minutos).
Rusia dispone hoy de los misiles hipersónicos más avanzados del mundo, que por ahora son indetenibles. Según especialistas en artillería, Rusia alcanzó una ventaja estratégica de 15 años frente a sus oponentes estadounidenses. Pero esos misiles no serían capaces de responder a una andanada desde Ucrania.
«¡Tienen que hacer algo!»
Frente a tanta provocación, «Putin tiene que hacer algo, no puede no hacer nada», dijo el presidente Biden, exasperado, cayendo de lleno en el juego de las distracciones rusas.
El pánico ya está instalado, y Ucrania podría cometer el error de intentar recuperar Lugansk y Donietsk, las dos regiones industriales auto-declaradas «repúblicas populares» en 2014. De ser así, lo más probable es que ambas terminen incorporadas a la Federación Rusa, como ocurrió con la península de Crimea tras los bombardeos ucranianos.
O también podría ser que Putin «haga algo» y Rusia asegure en un golpe fulminante la anexión de estas repúblicas, que sería recibida con alborozo por su población.
Las tensiones no son entre Rusia y Ucrania, como dicen los medios. Ni siquiera entre Rusia y la OTAN, ni menos con la Unión Europea. Y en rigor, tampoco sólo entre Rusia y Estados Unidos.
Ucrania es hoy parte del terreno en que se manifiesta la batalla de la reorganización mundial del capitalismo, que comenzó cuando Donald Trump fue elegido presidente de Estados Unidos; expresión patente de la decadencia del imperio a manos de la globalización neoliberal.
El desenlace en Ucrania bien puede marcar un hito en la reorganización capitalista global, reforzando el nuevo eje de poder representado por China y Rusia, y el llamado Grupo de Shanghái.