La memoria… esa cosa oportunista.

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Luigi Lovecchio.*

No siempre la historia que escriben los vencedores es la historia real. Al contrario, la historia de los vencedores es para "convencer" conciencias y justificar su accionar. Poniendo en contexto las páginas de la historia actual, por ejemplo, las torturas en las cárceles de Abu Ghraib son apenas eso: torturas, pero ¿qué pasaría si una mañana no muy lejana, dentro de diez años por ejemplo, descubrimos que bajo estas torturas  murieron, de manera infame un millar de personas? Cambiaría nuestra visión del episodio, podríamos hasta decir que fue un holocausto.

¿Y qué decir de Guantánamo, de los prisiuneros no registrados, de las torturas autorizadas en las cárceles de Israel, de los jovencitos y adolescentes encarcelados de manera injustificada?

¿Qué diríamos en 60 años y cómo justificará estos hechos la memoria colectiva? Una vez más serán los ganadores del momento quienes apuntarán la atención de la conciencia del futuro sobre el valor de los hechos.

¿Y la verdad?
La verdad será la que nos cuente la oficialidad del futuro.

Algo de eso sucedió con el holocausto judío. Al momento nadie advirtió que era un holocausto. En la prensa de la época, incluyendo la inglesa y la estadounidense, no se encuentra relato de que un holocausto estaba aconteciendo. Además no era visible. Alemania no tenía alimentos, Francia, Italia tampoco. Había urgencias para las subsistencias primitivas. Nadie se iba a preocupar  si unos prisioneros en los campos de concentración se morían de hambre. Menos si estos eran judíos, gitanos, comunistas o discapacitados. En las ciudades, quienes no eran prisioneros también pasaban hambre.  Menos aún se preocupaban si algún alemán loco llevaba adelante experiencias médicas –como si estos seres humanos fueran perros de la calle.

Ricardo Kirschbaum, editor general del periódico argentino Clarín, escribió una columna, hace un par de años, sobre un talentoso joven periodista judío del New York Times (no recuerdo el nombre) que quiso hacer una investigación sobre el holocausto de la época, pero no encontró registros de los acontecimientos. Es que en aquel entonces los hechos se clasificaban de otra manera. La visión del horror solo era visible para los políticos, quienes hicieron justicia a través de Nüremberg.

Exactamente lo que acontece hoy con Abu Ghraib.  Quién sabe, acaso Abu Ghraib en 30 años sea considerado el peor de los horrores: según quien sea el ganador de la guerra.

Tengo un episodio vivido de manera personal que me gustaría añadir al relato: en el año de 1975 yo trabajaba por la revista Manchete de Brasil, publicada por Bloch Editora. Me tocó cubrir  el encarcelamiento de Gustav Franz Wagner, un genocida alemán, según su acusador, del cual tampoco recuerdo el nombre, pero conservo algunas fotos del hecho. Durante el acontecimiento mediático, vi que la esposa del acusador quedaba apartada en silencio en el umbral de una puerta. Le pregunté al hombre que acusaba a GF Wagner si esta mujer solitaria tenía alguna relación con los acontecimientos. Me respondió en confianza, sabiendo que yo trabajaba para una editorial amiga: “Sí, es mi esposa. Pero no le saques fotos y no la pongas en la nota porque ella iba a trabajar en los campos de concentración y cobraba un sueldo por eso” (¡sic!).

¡Cuantas lecturas puede tener un acontecimiento de esta naturaleza para el hombre ingenuo que yo era y soy aún!

Según otras observaciones personales, consolidadas por lecturas esporádicas, atando cabos, la creación del Estado de Israel responde a un plan preciso, pensado en el largo plazo, con la finalidad, más allá de “la Tierra prometida”, de apropiarse de las fuentes de energía que descansan en el subsuelo de la región.

El mecanismo sería el siguiente: Israel crea pretextos que fomentan las revueltas en la región; luego Estados Unidos e Inglaterra invaden las zonas "por razones de seguridad mundial" y la conquistan. Un trío perfectamente organizado, astuto, que mira atento la tarea a completar.

Sesenta son muchos años para no llegar a la paz a la región. Es un caso inédito en la historia del  mundo para un país que pide paz a cada rato, pero a la vez se la ingenia para levantar un muro o cometer atropellos que arruinan las buenas intenciones predicadas. Lo cierto es que las personas comunes (como yo) no conseguimos comprender tanta contradicción –toda junta y al mismo tiempo.

Desde el principio de la fundación de Israel se dijo que los israelíes sólo estarían seguros si poseyeran un Estado propio. Pasaron 60 años y están más inseguros que antes. Vivir en Israel es un infierno. No es descabellado pensar (abreviando) que sólo habrá pacificación cuando todas las reservas de petróleo estén bajo control del occidente asociado.

A propósito de memoria: esta región es codiciada desde la época del imperio otomano por los ingleses. Crearon continuas desestabilizaciones en los varios Estados del imperio otomano hasta éste desaparecer con la llegada de la primera guerra mundial. Hacía el final del siglo XIX, en pleno imperio, comenzaron a llegar los israelitas a Gaza. Como obedeciendo a una voz misteriosa e irresistible, primero fueron mil, luego cinco mil. Luego ochenta mil. Luego millones… Finalmente pretendieron un Estado independiente que llamaron Israel.

La lógica de las personas comunes casi nunca consigue ver los acontecimientos en el largo plazo, ve lo inmediato (el árbol, no el bosque). Pero, reflexionando, todo estaba planificado desde el final del siglo XIX. Cuando por fin, más adelante, se descubre el potencial del petróleo (esto también es pensar en largo plazo) se piensan las estrategias para la apropiación. El largo plazo es una capacidad natural de los imperios que transmite de padre a hijo (de reinante a descendiente) el objeto de las conquistas y mantiene el objetivo a través del tiempo.

Las “conquistas” que por lo general se llaman de “gloriosas”, son a todo los efectos “robos” a los países más débiles conquistados. Pero como la Biblia, que impugnamos para conquistar,  dice que es prohibido robar, se clasifica el robo con la palabra conquista. Está claro que para que la conquista ocurra se inventa una guerra y un montón de mentiras.

Luego está el antisemitismo. Siempre quise saber porqué una persona no semita puede sentir odio hacía los judíos. No encuentro una explicación lógica. “El odio”, en mi opinión, es una tremenda estupidez. Se debería sentir admiración y no odio por la cantidad de genios que nacen de la estirpe. Pero, evidentemente, es posible que las razones políticas influyan para confundir y fomentar este sentimiento.

* Periodista. Director de www.losbuenosvecinos.com.ar –donde se publicó originalmente.

Addenda

I. Se agradece al señor. Daniel Muchnik por haberme sugerido de manera indirecta estas reflexiones luego de leer en el "Blog" de Perfil su intervención ¿Y la Memoria?.

II. Antisemitismo; he ahí una apropiación indebida del término, porque son semitas también los árabes, sólo que nadie dice "antisemitas" a aquellos contrarios a aspectos culturales o simplemente polìticos de los paìses árabes…

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