LA MEMORIA INEVITABLE: YO PISARE LAS CALLES…

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Doña Ninfa Espinosa barre el olvido con sus manos y su esfuerzo al sol de la mañana. En el Cementerio General de la ciudad de Santiago de Chile, ella es la responsable del Memorial a los compañeros detenidos y desaparecidos durante la dictadura pinochetista.

La lista de nombres parece interminable –más de 3 000 y no son todos, porque hubo también quienes notaron la falta infinita de un ser querido, pero nunca hicieron la denuncia, la denuncia de que alguien, de súbito, no estaba de vuelta en casa después de que saliera o se lo hubieran llevado a la fuerza–.

Es desolador el número de tumbas vacías porque se sabe que las personas fueron ejecutadas o no volvieron, pero los cuerpos aún están en la memoria; no hallados en lo físico, pero perennes en el pensamiento, tal como la última vez que fueron vistos, con la misma voz o la mirada de entonces.

Doña Ninfa nos abraza porque venimos de Cuba.

Ella tiene a una hermana entre esos muertos que no aparecen, que son verdad inasible, ausencia presente. Doña Ninfa nos dice en un susurro: “Recuerdo que salíamos escondiditos a pegar propagandas por Cuba en aquellos tiempos tan duros”. De súbito se le ilumina el rostro: “Qué bueno lo de Maradona, compañera, ¿puede llevarle mi abrazo al pueblo de Cuba?”.

Entonces la estrecho fuerte para traer ese abrazo conmigo en toda su calidez efusiva. Alzamos la vista como quien mira al cielo y leemos las tantas cosas que la gente ha escrito en mármol u hojas de un cuaderno:

“Nancho: tu recuerdo está vivo. No perdemos la esperanza de encontrarte”, o al pie de una fotografía de un joven casi niño: “La llamita de tu amor no se apagará nunca”, y en otra piedra al desnudo versos de enérgica convocatoria al recuerdo:

“Yo no vengo a llorar aquí donde cayeron.

Vengo a vosotros. Acudo a los que viven.

Acudo a ti y a mí y en tu pecho golpeo.

Cayeron otros antes ¿Recuerdas?
Sí, recuerdas.
Otros que el mismo nombre y apellido tuvieron”.

Y en lo alto, palabras del presidente Allende: “Todo mi amor está aquí y se ha quedado pegado a las rocas, al mar y a las montañas”.

En otra calle de la ciudad sepulcral, aún canta Víctor Jara acompañado de su guitarra, junto a otros que también murieron en septiembre, y un compañero del Partido Comunista, Miguel Beltrán, rememora conmovido el instante en que a Víctor lo apartaron del grupo en que todos hacían lo posible por protegerlo, porque no lo reconocieran, a él que era fuego y viento en la garganta y los dedos.

Después, por una veredita estrecha bajo los árboles frondosos en trinos, silencio y follaje, el paso se encamina al Memorial de Salvador, mientras el pensamiento confirma fiel a los afanes y empeños, el nombre de aquel hombre que al final, cercado por los bombardeos y la muerte, dijera:

“Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y en su destino, superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que más temprano que tarde de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor».
(Salvador Allende. La Moneda, 11 de Septiembre de 1973).

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Publicado en el periódico Crónica Digital (www.cronicadigital.cl).

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