La nueva política

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Wilson Tapia Villalobos.*

Se habla mucho del cambio, de lo nuevo, aunque hasta ahora nadie ha dicho en qué consiste la “nueva política”. Hay atisbos variopintos. Nada muy concreto, ni menos demasiado cargado de esa ideología que acercaba a uno u otro sector social.

Para algunos con cierto sentido poético, es como el arco iris. Una actividad integradora, en un ambiente limpio y equilibrado. El símbolo lo utilizó la Concertación en su presentación en sociedad, en 1989. Pero lo que hoy vemos en política es distinto. Más que un arco iris, podría ser un cajón de sastre. Uno es ordenado en una escala cromática que constituye casi deleite estético. El otro, un conjunto de artefactos cuya funcionalidad está en lo disímil.

De allí, creo yo, que hoy la política sea difícil de comprender, incluso para los que piensan estar trazando camino nuevo. Si aceptamos que la política “es el arte de hacer posible la vida en sociedad”, es evidente que se impone la búsqueda de equilibrios. Especialmente en el reparto de los bienes, de la riqueza, de los elementos que, graciosamente, entrega la naturaleza para nuestro disfrute. Sin embargo, en estos más de diez mil años que llevamos probando fórmulas, el problema lo ha puesto siempre el manejo del poder. Quien lo tiene es el que disfruta de sus beneficios. Para el resto quedan los retazos.

En el siglo XX, y hasta la caída de los socialismos reales, el mundo se debatió, por más de setenta años, entre dos sistemas que privilegiaban visiones diferentes. El socialismo marxista enarbolaba la igualdad, mientras el capitalismo optaba por la libertad. Hoy, estamos en una etapa que es unívoca. El neoliberalismo se ha impuesto como esquema aupado por una economía globalizada. La concentración de la riqueza ha ampliado la brecha entre ricos y pobres. Estos últimos hoy no tienen banderas de lucha reconocidas. O, al menos, son variadas y recién comienzan a tejerse redes que permitan agruparlas.

Lo único evidente es que el contrapeso no existe. Y entre la crisis económica que aún vivimos y los postulados de un socialismo del siglo 21 más vociferante que de peso específico, la nueva realidad política se torna difusa. Al menos para quienes creen que el cambio es lo que facilita la evolución y el conservadurismo es el estancamiento.

A nivel mundial, ya no se habla de izquierda o derecha. Son centro izquierda o centro derecha. Un cambio de vector que enreda más las cosas. En el estrecho punto de encuentro del equilibrio, parecen superponerse los contrincantes de ayer. ¿Qué significa este acercamiento hacia la medianía?

Si se analiza con alguna perspectiva, es la izquierda la desperfilada. La derecha, en cambio, sigue manteniendo sus mismos postulados y sólo ha cambiado el nombre.

La izquierda, por su parte, se ha transformado, como en Chile, en gerente del neoliberalismo. Por eso es que acá las posturas socialistas se acercan cada vez más a las sustentadas por la Tercera Vía. Una baraja de ideas esbozadas por Anthony Giddens y apoyadas entusiastamente por Blair, Clinton, Prodi, Schroeder y, en general, por lo más granado de la socialdemocracia mundial. Pretende ser un punto equidistante del socialismo y del capitalismo, manteniendo el sistema democrático. Sus detractores han llegado a hacer la comparación con la Tercera Posición, que entrega identidad al fascismo y que también pretendía ser la alternativa al capitalismo y el comunismo.

Hasta ahora, a nivel planetario, pareciera que el aporte más innovador es, finalmente, el centrismo. Aunque, en realidad, por el grado de concentración económica alcanzado y la fuerza adquirida por las transnacionales, esto resulta no ser más que un maquillaje para una nueva y poderosa derecha económica transnacionalizada.

En resumen, nada nuevo bajo el sol. A no ser que se considere novedosa la descomposición de la idea política antigua y de los partidos políticos que nacieron bajo su alero. En la derecha, tal proceso no resulta demasiado impactante. Finalmente, la esclerosis derechista se ha vivido desde hace tiempo y la renovación ha dado nuevas imágenes para encerrar los mismos contenidos básicos. En el otro bando, en cambio, el ocaso es un proceso que aún no se encaja bien. De allí que resulte tan llamativo escuchar a socialistas asumiendo roles empresariales o pretendiendo transformarse en adalides de las aspiraciones de tales sectores.

Para algunos líderes de la otrora llamada izquierda, la nueva política nacerá de una mezcolanza lo más amplia posible. En América Latina, una buena demostración de ello es lo que está haciendo Tabaré Vásquez, en Uruguay. O lo realizado hasta ahora por la Concertación, en Chile. Acá, al menos, el resultado ha sido ubicar al país entre las diez naciones que peor reparte su riqueza en el mundo.

Ajenas a todo este ajetreo, las organizaciones sociales parecen buscar nuevos derroteros. Aún no resultan muy claros. Pero hay un evidente desencanto que se advierte en el escaso interés por participar en política, incluso negándose a votar.

Habrá que esperar. Porque lo que está claro es que las nuevas caras no necesariamente representan una nueva política que sea un verdadero aporte y no más de lo mismo.
 

* Periodista.

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