La beligerancia de Trump hacia Venezuela —acciones militares frente a sus costas, la demonización de los inmigrantes venezolanos y su deportación masiva, junto con el endurecimiento de las sanciones— ha profundizado la polarización política en un frente inesperado: la oposición venezolana. Hasta las elecciones presidenciales de julio de 2024, los principales partidos opositores cerraron filas en torno a María Corina Machado y su candidato escogido, Edmundo González Urrutia. Hoy, esa unidad se ha resquebrajado, y gran parte de la división se explica por la política de Trump hacia Venezuela.
La situación es comparable a la polarización impulsada por Trump en Estados Unidos, que no se limita a la clásica dicotomía entre izquierda y derecha, sino que también enfrenta a Demócratas y Republicanos. En Venezuela, un sector de la oposición está conformado por dirigentes que, desde el inicio, se han mostrado férreamente anti-Hugo Chávez y anti-Nicolás Maduro, pero que ahora comienzan a tomar distancia de Washington. Ese bloque se encuentra enfrentado a otro que mantiene una línea abiertamente pro-estadounidense, alineada con Washington en todo: desde la política migratoria hasta la promoción del “cambio de régimen” en Venezuela por cualquier medio posible.

La intensidad de la división opositora desmiente la afirmación del Comité del Premio Nobel de la Paz de que Machado es una “figura clave y unificadora en una oposición política que antes estaba profundamente dividida.”
La polarización en Miami
Esta paradoja se hace particularmente evidente en Miami, donde siempre ha imperado un consenso anti-chavista. Casi la mitad de los venezolanos en Estados Unidos reside en Florida, la mayoría en Miami y sus alrededores. Muchos viven en el municipio de Doral, donde Trump superó a Kamala Harris por 23 puntos porcentuales. Menos de un año después de las elecciones, el Wall Street Journal informó que, por temor a la deportación, “uno a uno, los venezolanos y otros inmigrantes están comenzando a desaparecer de Doral.”
Muchos inmigrantes venezolanos que figuraban entre los seguidores más fervientes de Trump ahora expresan serias dudas sobre el desempeño del presidente. Su estado de ánimo ha sido descrito como “confundido”, en “desacuerdo” con Trump, “desilusionado” y “enfurecido”. El periodista Jorge Ramos sugiere que la palabra “traicionados” podría ser aplicable. En una arepera de Doral, un cliente resumió la amargura con humor mordaz: “Todos somos miembros del Tren de Aragua.” Se refería a la banda venezolana que Trump ha catalogado como “terrorista extranjera” dedicada al narcotráfico.
Solo el 15 por ciento de los venezolanos que residen en Estados Unidos —los que llevan más tiempo en el país— cuentan con ciudadanía; el resto está expuesto a detenciones arbitrarias. La primera oleada de inmigrantes venezolanos estuvo conformada por miembros de la élite que abandonaron su país en rechazo a las preferencias del presidente Chávez por los sectores populares.
Una segunda ola la integraron, en mayor medida, profesionales de clase media. Con la orden ejecutiva de Obama de 2015 que declaró a Venezuela una amenaza para la seguridad nacional de los EE.UU. — tras la cual empresas estadounidenses se retiraron del país y la economía se desplomó — la inmigración comenzó a abarcar un espectro social más amplio. Al mismo tiempo, los prejuicios de clase y raza, arraigados en la sociedad venezolana, se reprodujeron en suelo estadounidense.
La polarización venezolana en Miami tiene, por lo tanto, un componente social. Los venezolanos que han adquirido la ciudadanía estadounidense —a diferencia del otro 85 por ciento— no enfrentan la amenaza de la deportación, un factor que ayuda a explicar su inquebrantable apoyo a Trump. Erick Moreno Superlano, un estudiante de doctorado en la Universidad de Oxford cuya tesis se centra en los inmigrantes venezolanos en Estados Unidos, sostiene que el respaldo incondicional de los sectores pudientes a las políticas de Trump funciona “como una manera de reivindicar la blancura, la modernidad y la legitimidad”, al mismo tiempo que los distancia de los recién llegados más pobres.
Los miembros de la élite venezolana justifican la línea dura de la administración Trump afirmando que “estos venezolanos han abusado del sistema, han cometido delitos y han demostrado su falta de principios morales.” Moreno añade que, según esta narrativa, esa conducta es típica de “los seguidores de Chávez, acostumbrados a que el Estado subsidie sus vidas».
El lado político de la polarización en Miami también se ha hecho cada vez más evidente. Los venezolanos anti-Maduro depositaron grandes esperanzas en la elección de Trump. Celebraron la campaña –amplificada por los medios locales– para revocar las licencias que Joe Biden había concedido a Chevron y a otras compañías que operan en el sector petrolero venezolano, convencidos de que la medida entraría en vigor en breve. La expectativa era que el colapso económico resultante allanara el camino para un cambio de régimen.
La estrategia de Trump hacia Venezuela, sin embargo, tomó otro rumbo. En dos ocasiones autorizó la renovación de las licencias de Chevron, mientras que el despliegue militar en el Caribe parece anunciar una acción militar en territorio venezolano. Leopoldo López, Juan Guaidó y María Corina Machado –quienes en distintos momentos fueron las figuras predilectas de Washington en Caracas– respaldan una intervención estadounidense en esos términos.
Numerosos venezolanos opuestos a Maduro en Estados Unidos han expresado su temor de que una intervención estadounidense con miras al “cambio de régimen” sumerja al país en un torbellino político y social. Quienes conocen la política estadounidense saben que los republicanos –y Trump en particular– llevan años fustigando las políticas de nation building y, en su lugar, se inclinan por acciones militares rápidas y contundentes, seguidas de un retiro total.
Henrique Capriles, líder prominente del sector opositor que se distancia de María Corina Machado, lanzó una pregunta desafiante: “¿Mencionen un solo caso exitoso en los últimos años de una intervención militar de Estados Unidos?” Además, subrayó: “La mayoría de quienes apoyan… una invasión estadounidense no vive en Venezuela”. Por cierto, muchos de ellos, Juan Guaidó por ejemplo, residen en Miami.

Machado procura disipar esos temores y por eso niega con vehemencia que el derrocamiento de Maduro “provoque caos o violencia”. Para respaldar su afirmación, sus asesores han elaborado un plan para “las primeras 100 horas” tras la salida de Maduro, que contemplaría la participación de aliados internacionales, “especialmente Estados Unidos”.
Trump y la polarización en Venezuela
El principal bloque de la oposición venezolana bajo los gobiernos chavistas siempre ha estado atravesado por ciertas tensiones internas. Durante el fallido golpe de abril de 2002 encabezado por Pedro Carmona, varios dirigentes opositores expresaron su incomodidad con la disolución del parlamento venezolano (como lo reportó NACLA en aquel momento). Posteriormente, Capriles y otros líderes se opusieron al boicot de las elecciones legislativas de 2005, aunque las diferencias quedaron contenidas. Capriles también cuestionó, aunque solo a posteriori, otras estrategias opositoras: desde las protestas callejeras de cuatro meses en 2014 y 2017 hasta la autoproclamación de Guaidó como presidente interino en 2019.
Ahora el enfrentamiento entre dirigentes que antes formaban parte del principal bloque opositor es abierto. A Capriles se le acusa de «colaborar» con Maduro o, peor aún, de ser un «alacrán», es decir, alguien que cobra en la nómina del gobierno. La polarización tiene en gran medida su origen en el dilema sobre cómo responder a las políticas de Trump.
La nueva realidad se impuso poco después de las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024 en Venezuela y los dos días de explosivas protestas que le siguieron. José Guerra, una figura opositora prominente cercana a Capriles, me dijo: “la gente está cansada de que le repitan una y otra vez que los días de Maduro están contados y que luego no pase nada.”
En efecto, la ofensiva de Machado para sacar a Maduro del poder no es más que una repetición de intentos anteriores de “cambio de régimen”, todos carentes de un plan de respaldo. Luis Vicente León, principal encuestador del país y presidente de Datanálisis, advierte que el apoyo a Machado “enfrenta un declive significativo e inevitable” y que sus propuestas para lograr un cambio de régimen carecen de popularidad. Según León, apenas un 12,6 por ciento de los venezolanos respalda las sanciones internacionales contra Venezuela, y aún menos –un tres por ciento– se inclina por la intervención militar.
A la luz de esta realidad, Capriles y el excandidato presidencial Manuel Rosales, del partido Un Nuevo Tiempo (UNT), hicieron un llamado a reevaluar la estrategia de la oposición. Ambos sellaron una alianza que presentó candidatos en las elecciones legislativas de mayo de 2025 y respaldó la participación en los comicios municipales de julio. En ambas contiendas, Machado y sus aliados optaron por el boicot.
Capriles confía en que, cuando asuma en enero su cargo como diputado electo a la Asamblea Nacional, podrá reagrupar a los sectores opositores que rechazan la línea dura de Machado. Su apuesta es atraer a muchos de los que en 2020 rompieron con el bloque opositor mayoritario y conformaron partidos paralelos, que recibieron de inmediato el reconocimiento del gobierno. En aquel entonces, los opositores más radicales tildaron a esos dirigentes de “alacranes” por mostrarse indulgentes con Maduro, el mismo señalamiento que ahora recae sobre el propio Capriles.
Uno de los principales dirigentes del grupo original de los llamados “alacranes”, Bernabé Gutiérrez, presidente de una facción de Acción Democrática, instó a los venezolanos a alistarse en la milicia activada por Maduro en previsión de una posible invasión estadounidense. José Guerra califica a Gutiérrez de “sumiso a Maduro”, una opinión que sin duda comparten Capriles y Rosales.
Tras las elecciones municipales de julio, Maduro, en una clara alusión a Capriles, Rosales y sus aliados que un año antes habían estado alineados con Machado, ofreció extender “mis manos para el diálogo por el país, para pasar la página de tantos capítulos horribles, de golpes de Estado, llamados a bloqueos, a sanciones, a magnicidios, llamados a intervención militar extranjera”. En la práctica, Maduro buscaba forjar una nueva polarización que enfrentara a Machado con su gobierno, sin mucho espacio intermedio. El argumento era la apremiante necesidad de una “Unidad Nacional” ante la amenaza externa.
Capriles se encontró con Maduro a mitad de camino. Condena de manera inequívoca las acciones y amenazas de Trump contra Venezuela, así como las deportaciones. El dirigente opositor, que en el pasado acusó a Maduro de estar implicado en el narcotráfico, ahora exige que la administración Trump “presente las pruebas” de la existencia del supuesto “Cartel de los Soles”, presuntamente encabezado por el mandatario venezolano.
Capriles, al igual que Rosales, insiste en que la negociación con el gobierno es la única salida a la crisis nacional. Pero la dirigencia chavista ha dejado en claro que el diálogo tiene una condición: respaldar la “unidad nacional”, concebida como actuar como una gran familia y alinearse con la postura más conciliadora de Gutiérrez. Capriles, sin embargo, plantea otra agenda, que incluye la liberación de presos opositores y una reforma electoral. Para abrir un diálogo nacional sin ataduras, el dirigente apuesta a la presión de Lula y de Gustavo Petro, aunque anteriormente se quejó de que ambos líderes habían “tirado la toalla” en cuanto a Venezuela.
La oposición venezolana se ha polarizado en torno a dos temas clave: la participación en la política electoral y la postura frente a las políticas y el discurso de la administración Trump. Machado y su círculo más cercano se ubican claramente en un extremo, al evitar cualquier crítica al presidente estadounidense, incluso en el delicado asunto migratorio. José Guerra reveló: “Uno de los más estrechos colaboradores de Machado me dijo que no pueden arriesgarse a perder el respaldo de Trump; han decidido apoyar todas sus acciones, aunque existan algunas diferencias.”
El declive del respaldo a Machado en 2025 es revelador. En 2024 alcanzó una popularidad considerable a pesar de su adhesión al neoliberalismo extremo, pero este año su apoyo ha mermado debido a su alineamiento con Trump. El hecho de que haya recibido el Premio Nobel de la Paz difícilmente cambiará la impopularidad de sus posiciones. La conclusión es evidente: la campaña impulsada por figuras de derecha como Steve Bannon para conformar su propia Internacional choca –al menos en América Latina– con las políticas de “América Primero” de Trump en materia migratoria y arancelaria, así como con su reivindicación de la Doctrina Monroe, todas ellas en abierta contradicción con el sentimiento nacionalista.
*Profesor jubilado de la Universidad de Oriente en Venezuela, donde residió por más de 40 años. Actualmente es Editor Asociado de Latin American Perspectives.
Los comentarios están cerrados, pero trackbacks Y pingbacks están abiertos.