La política de la identidad

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Nieves y Miro Fuenzalida.*

A finales de los ochentas un grupo de mujeres nicaragüenses de la Unión de Trabajadores Sandinistas se cansó de la "política de clase” y abandonó la Unión para formar una organización separada dedicada a los intereses de la mujer trabajadora. El movimiento de campesinos y obreros, decían, no contenía ninguna referencia a la experiencia femenina, dejaba bien poco espacio para sus reivindicaciones específicas y no constituía ningún desafío serio al patriarcalismo.

Según la Academia Latinoamericana la política de la identidad es un término bastante conveniente para designar una serie de movimientos de oposición que indican un alejamiento de los proyectos populares con dimensión nacional y una vuelta a las sensibilidades y acciones colectivas provenientes de sectores sociales particulares que cuestionan las categorías universales que tienden a sumergir o suprimir estas particularidades.

Si este es el caso, como parecieran indicar los debates en la prensa y en las agrupaciones políticas ¿Cuál es el momento de esta transición y a que se debe? ¿Cual es su contenido y cuales son sus consecuencias?

El masivo surgimiento de organizaciones populares y de “nuevos movimientos”, segun Charles R. Hale (Cultural Politics of Identity in Latin America), muestra un cambio en la política de oposición en el continente. La evidencia mas clara, dice, es la aparición de la actividad política de los pueblos indígenas, su nueva influencia a nivel nacional y su audacia para hablar por si mismos.

Lo “nuevo” en estos movimientos se refiere a los procesos de reagrupamiento que le permite a la gente descubrir otras formas de expresión colectiva para defender sus demandas, intereses y valores específicos.

En el caso de los indígenas, por ejemplo, hay que reconocer que han sostenido diversas formas de resistencia por más de 500 anos y que los problemas de identidad colectiva no son nuevos, sino que se arrastran desde el siglo XVI. Pero lo que es posible notar hoy día es que ellos avanzan su lucha usando un discurso que liga la identidad de los pueblos indígenas con cuestiones territoriales, autonomía y derechos paralelos a los del Estado.

En un póster maya que circulo en Guatemala se leía que Solo cuando el pueblo acepta su historia y asume su identidad tiene el derecho de definir su futuro. Este eslogan destila la noción de identidad como una propiedad única y distinta, poseedora de su propia historia y dotada de derechos inherentes fundamentales. La política de la identidad comienza cuando este particular uso del término se generaliza y es apropiado por otros grupos comprometidos en una lucha política con el Estado y otros adversarios.

Lo general, lo peculiar

La etapa histórica previa a la “política de la diferencia” se distinguió por la creación de frentes nacionales populares que teóricamente reconciliaban la tremenda heterogeneidad social del continente con la necesidad política de la unidad del pueblo encabezada por una dirección intelectual con fuerte conciencia de clase. Esta visión de los frentes nacionales, que fue parte del flujo histórico de las sociedades occidentales modernas, fue prominente en la estrategia política latinoamericana durante todo el siglo XX hasta la derrota electoral sandinista en 1990.

Su erosión comienza con la crisis de los intelectuales como mediadores de su visión y estrategia política y se profundiza cuando los diferentes grupos que integraban los frentes populares empiezan a reclamar sus propios derechos, historias e identidades. Es en ese momento cuando uno puede decir que la política de la identidad entra en el juego político. No como una absoluta ruptura entre un antes y un ahora, sino como el reclamo de una historia que emerge de una ubicación social particular y la visión político cultural que de ella se deriva.

La primera indicación concreta de la existencia de esta política de la identidad la podemos encontrar en la Declaración de Barbados en 1971, que llama a la liberación indígena. El impacto de este llamado lo podemos apreciar posteriormente en la reunión de Barbados II de 1979, en donde los dirigentes indígenas llaman al alejamiento de toda forma de esencialismo, al énfasis de la tradición, al reconocimiento de la hibridad cultural y la multiplicidad de identidades.

Esta es la afirmación de la proliferación de identidades políticas particulares cuya acción no pretende encarnar una misión histórica universal predeterminada, una clase universal, una raza privilegiada o un principio abstracto. La tensión entre esas dos visiones, por ejemplo, pudo verse claramente en el movimiento sandinista entre la concepción de sus líderes de un sujeto unificado y la multiplicidad de sujetos que en la práctica componían la coalición revolucionaria (mujeres, indígenas, afro nicaragüense, campesinos, artesanos).

Algunos de los nuevos movimientos asociados con el derecho de las mujeres y las minorías raciales o étnicas, reconoce Charles R. Hale, tuvieron una cierta acomodación en las políticas populares nacionales, lo que posteriormente les permitió darle forma a un activismo propio que surge como respuesta a las frustraciones de una política que en la practica ignoraba sus demandas.

Otros grupos, en cambio, recibieron poca o ninguna representación, como los homosexuales, ambientalistas y activistas de derechos humanos. Notablemente estos últimos surgen durante las dictaduras de los 70 y 80 enfocándose en los desaparecidos y en traer a los responsables frente a la justicia.

Los campesinos y obreros que una vez fueron los sujetos políticos de los proyectos populares empiezan a perder su lugar privilegiado. Por supuesto que todavía existen y que son políticamente activos, incluso en algunos lugares, dramáticamente. Pero difícilmente uno podría encontrar hoy día una iniciativa política de alcance nacional que transformen a los campesinos y obreros en sujetos privilegiados de la acción política.

Hoy tienen que compartir el espacio político con otros, en el mejor de los casos estableciendo alianza precarias y en el peor compitiendo por los escasos recursos de ayuda internacional cuya atmósfera ideológica es mas favorable a la causa “indígena” que la campesina y la política sexual atrae mas atención que los derechos de los trabajadores.

¿Qué es lo que la política de la identidad ha logrado, que es lo que los diferentes grupos aspiran a lograr y cual es el impacto en su vida diaria?

El termino subversión pierde su carácter de conspiración en contra del sistema y adquiere el de “arte de trabajar los intersticios”, encontrar las contradicciones en la identidad del opresor o en sus practicas institucionales para usarlas como ventajas.

La fragmentación y la política multidimensional abren un tercer espacio diferente a la contraposición maniquea de opresor y oprimido. La inserción en el mercado ofrece mejores oportunidades de afirmar estilos de vida que una resistencia desde fuera del sistema político económico.

Los defensores de la cultura maya han creado un espacio dentro de la política nacional subvirtiendo la dicotomía tradición/modernismo desde dentro del sistema, en lugar de una confrontación radical con el sistema desde fuera. Las consecuencias materiales de esta política son auto evidentes.

La vitalidad, la politización y, en algunos casos, la ganancia que han obtenido en el continente los movimientos de mujeres y, a excepción de Chile, los indígenas son bastante significativos. El carácter político de estos nuevos movimientos no está dado desde el comienzo y, en gran medida, va dependiendo de las alianzas que establecen con otros discursos y luchas sociales.

El abandono del paradigma de un movimiento social unificado implica el abandono de un criterio unificado para evaluar el impacto de la política de la identidad y la búsqueda de nuevos criterios que reconozca la distinción entre diferentes formas de resistencia.

Las batallas de la política de la identidad son legítimas. El peligro que corren es que su actividad política solo se reduzca a una serie de luchas por el derecho a ser incluidos, a estar dentro del sistema. Es cierto que la lógica del patriarcalismo y el racismo es más vieja que la del capital. Pero lo que no debemos perder de vista es que hoy esta logica se manifiesta dentro y a través de la estructura dominante del capital, de la subordinación social a un sistema en el que los aspectos básicos de la sexualidad, la raza y la naturaleza necesariamente giran alrededor del eje de la ganancia.

La prevención de la violencia, dominación y discriminación masculina hacia la mujer, la preservación de la foresta o la erradicación del racismo, es primariamente una cuestión de calculo. El capitalismo, en sí mismo, no se opone a ello e, incluso, puede apoyarlo, siempre y cuando no implique una perdida económica. Pero, violentamente, se opone tan pronto como estas demandas exijan una diversificación sustancial de la plusvalía social.

El neo-liberalismo, la expresión contemporánea del capitalismo, es la re-afirmación brutal del mercado en su ataque al Estado de bienestar y la expansión sin límite del intercambio mercantil. Cada uno de los objetivos del movimiento social es rechazado porque el interés de las corporaciones insiste en la prioridad de la austeridad estatal para competir exitosamente en el mercado global.

La economía posee un cierto estatus primario al ser una matriz generarativa de fenómenos que en una primera instancia pareciera que no tuvieran nada que ver unos con otros. Lo que no debiéramos perder de vista en las luchas étnicas, ecológicas o feministas es que la lucha económica no es solo una más en la serie.

La erosión de los frentes populares pone de manifiesto, entre otras cosas, la crisis ideológica de la izquierda intelectual latinoamericana. Paso el tiempo en que los intelectuales de izquierda se auto presentaban como la vanguardia que tenia la responsabilidad de explicar la totalidad social, de desarrollar una gran narrativa en donde todo encontraba su propio lugar.

Hoy se resignan a la oscuridad y la insignificancia porque la producción intelectual no logra extenderse más allá del contexto local ya que las condiciones materiales que facilitan su comunicación existen precariamente o, los que tienen ambiciones políticas, se transforman en expertos en la ola de gobiernos neoliberales. Charles R. Hale advierte que el papel del intelectual como intermediario que provee datos, interpreta y teoriza en cuestiones políticas confronta serios desafíos. Su relevancia podría reencontrarse otra vez en la reinvención de una relacion y compromiso más constructivo con las múltiples desigualdades que caracterizan el mundo en que vivimos y evitar así la actividad auto referencial.

La re-invención de la izquierda puede aprender de los nuevos movimientos sociales. Pero, al mismo tiempo, no puede darse el lujo de perder el foco en las contradicciones específicas del capitalismo y renunciar a la posibilidad de redescubrir la transformación social.



 

* Escritores y docentes. Residen en Canadá.

 

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