Mucho se afirma que la historia la hacen los pueblos, pero es innegable que el papel de los líderes es muy fundamental. La emancipación de nuestras naciones no podría explicarse sin atribuirle gran mérito al voluntarismo de líderes como Bolívar, San Martín, Sucre y O’Higgins. No cabe duda que en nuestro proceso de independencia la disposición libertaria y republicana de los habitantes de América se manifestó mucho más tardía y hasta renuente con el liderazgo de nuestros próceres, tanto que varios de estos terminaron en el exilio y tuvieron que pasar muchos años para que se les reconociera su arrojo y lucidez.

Equivocados están los que señalan que el liderazgo actual de nuestros mandatarios radica en su capacidad de asumir las aspiraciones de sus respectivas poblaciones. En Argentina, México y nuestro propio país fueron fundamentales, por ejemplo, el liderazgo de un Perón, Lázaro Cárdenas, Salvador Allende y tantos otros conductores visionarios que fueron capaces de convencer y movilizar a sus naciones en favor del cambio y la consecución de importantes transformaciones. Ya fueran estos de derecha o izquierda o, incluso, si solo promovieron ideas meramente nacionalistas y hasta divorciadas de las corrientes ideológicas vigentes.
Cuesta reconocerlo, pero los propios militares golpistas exhibieron liderazgos que fueron indispensables para mantener sus distintos regímenes en que, muchas veces, llegaron a contar con el consentimiento de parte importante de sus pueblos en la práctica del terrorismo de estado y las violaciones de los Derechos Humanos.
De esta manera a los gobernantes de hoy, al carecer de un ideario sólido e irrenunciable, termina importándoles poco las urgencias ciudadanas al propiciar, como objetivo fundamental, la concertación de las fuerzas políticas, rendirse a la política de los acuerdos y ceder a los arreglos cupulares. Con lo cual terminan favoreciendo cambios tibios y más cerca de lo que postulan sus detractores y expresiones retardatarias.
La posdictadura chilena tuvo innegables logros económico sociales, pero lo cierto es que sus respectivos gobiernos hasta hoy se han rendido a la Constitución pinochetista, a la economía neoliberal, como a los altos grados de impunidad. Ello explica la preeminencia de la inequidad, el aumento de las familias sin techo, las extendidas listas de pacientes en espera de tratamiento y cirugías. Así como, ahora, irrumpió el crimen organizado que se alimenta de la pobreza de millones de habitantes. Alentando como nunca antes, la corrupción de la política, de nuestros tribunales de justicia y de los poderosos empresarios. Concluyendo en una creciente dependencia económica y política del exterior.
Todos estos gobernantes creyeron que sus “liderazgos” personales iban a lograr los cambios prometidos para favorecer la justicia y la equidad, pero lo cierto es que, con un débil propósito democrático, terminaron favoreciendo a los que en el pasado se burlaron de nuestro orden institucional y desde La Moneda deshicieran los cambios ejecutados por los gobiernos progresistas de la Democracia Cristiana y de la Unidad Popular. Lo que explica que hoy estemos a punto de observar el triunfo electoral de quienes fueron partidarios del Golpe Militar de 1973 y estimaron “inevitables” sus horrores.
Todo puede suceder en materia electoral, pero lo claro es que, en este momento, los sondeos indican una amplia ventaja de los candidatos derechistas. Con lo que se augura su instalación en La Moneda y la posibilidad cierta de consolidar una clara mayoría en el Parlamento. Solo la falta de unidad entre las expresiones derechistas pudiera impedir la hecatombe electoral del centro izquierdismo y sus aliados del Frente Amplio y el propio Partido Comunista.
El más claro error de los últimos gobiernos ha sido apostar al acuerdo con la oposición para el logro de sus programas de gobierno, renunciando a la movilización popular que en el pasado obligara a los legisladores a aprobar, entre otros, la nacionalización del cobre y la Reforma Agraria. Así como materializar la profunda derrota electoral de los sectores reaccionarios a quienes solo le cupo alentar la sedición para frenar los cambios.
En su reciente mensaje a la nación, el presidente Gabriel Boric se ufanó, justamente, de la tibia reforma previsional conseguida con los votos de la derecha en el Poder Legislativo. Olvidándose de su promesa electoral que se proponía acabar, en vez de prolongar, el sistema de las AFP que administran los fondos ahorrados por los millones de trabajadores. Así como tampoco su gobierno será capaz de acabar con las poderosas isapres de salud. No en vano es que existen derechistas que prefieren que sean los gobiernos de izquierda los que desde el poder velen por sus intereses, para así evitar los estallidos sociales.
Parece que ahora su gran mérito el Presidente lo radica, no en sus realizaciones, sino más en la posibilidad de alcanzar acuerdos con la oposición. Buscando siempre arribar a un consenso político regresivo con el cual las democracias pierden credibilidad, justamente, en la tibieza de sus logros. Lector como se declara de la historia, olvida que los grandes líderes muchas veces han ido contrasentido de la apatía de sus pueblos para despertar su dignidad y movilización.
Su discurso, como se ha anotado, no se propuso dar cuenta de la marcha político administrativa de la nación sino más bien realizar una arenga hacia sus partidarios destinada a que se le confiera el liderazgo que no demostró, seguramente en la mira de su posible retorno a La Moneda. Dada, por supuesto, su juventud y la innegable mala memoria de una ciudadanía de muy escasa conciencia cívica y pobre nivel educacional. En relación a esto, ojalá el pueblo no olvide que los niveles de popularidad del actual mandatario no superaron el 30 por ciento de adhesión.
Muy lejos, en realidad, está el supuesto liderazgo de nuestros gobernantes respecto del valor, consecuencia y sana obstinación de nuestras más grandes figuras históricas nacionales y continentales. Si los sectores progresistas se proponen volver a gobernar será necesario que se sacudan de sus descompuestas organizaciones, de sus malos hábitos y revenidos dirigentes, para descubrir en otros ámbitos de la vida pública a sus genuinos líderes. Con ideas nuevas, frescas denominaciones y un tan necesario voluntarismo.
Qué duda cabe que los líderes son como los buenos pastores que marchan delante de sus ovejas hasta que ellas reconozcan sus verdaderos intereses y sean capaz de avanzar resueltamente y en unidad sin tropezarse con los obstáculos o desviarse en su camino. Ni menos entrar a contemporizar con sus depredadores.
* Periodista y profesor universitario chileno. En el 2005 recibió el premio nacional de Periodismo y, antes, la Pluma de Oro de la Libertad, otorgada por la Federación Mundial de la Prensa. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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