La rabia que hoy se mastica en Chile puede transformarse en una potente ola de rebeldía

226

La democracia de seguridad nacional y el sistema de dominación en su expresión neoliberal implementados por la dictadura civil militar y plasmados en la Constitución del 80 se ha mantenido inalterable en sus principios fundamentales hasta el día de hoy, más allá de que haya sufrido distintas transformaciones y readecuaciones mediante las diferentes reformas aplicadas durante los gobiernos civiles de la post dictadura.

Son más de treinta años en que las políticas de guerra interna se han “modernizando”, pero se han mantenido intactas las definiciones y conceptos propios de la Doctrina de la Seguridad Nacional del siglo XX, lo que queda de manifiesto con la guerra declarada por el Estado chileno en contra del pueblo nación mapuche, de lo contrario, no tendría ninguna explicación la creación de una “Comisión Para la Paz y el Entendimiento” impulsada por el gobierno de Gabriel Boric.

Como dicen los abogados “a confesión de partes, relevo de pruebas”. Si se impulsa una comisión por la paz es porque se considera implícitamente al plantearla que se está en guerra, y, obviamente, dentro del concepto más básico de la doctrina de seguridad nacional, el de la guerra interna y del enemigo interno son elementos de primer orden. Eufemismos más, eufemismos menos, ese es el concepto que se desprende de esta nueva iniciativa para la “pacificación 2.0 de la Araucanía”.

Cualquier gobierno que se defina como democrático se pondría al menos colorado después de mantener ininterrumpidamente un Estado de Excepción Constitucional en el Wallmapu desde su instalación en el poder, aumentando en forma considerable el gasto en recursos militares y militarizando cada día más dicho territorio, más aún, cuando dicho gobierno, sin vergüenza alguna, se define como progresista, feminista, ecologista, ambientalista, indigenista, por el respeto de los pueblos originarios, el buen vivir y todos los “istas” que queramos agregar.

Pero la soberbia y arrogancia de quienes ostentan el poder es de tal envergadura que ni siquiera se ruborizan por esta deleznable situación y siguen adelante aplicando políticas económicas y represivas, aceptando e implementando nuevos instrumentos legales, como la Ley Naim-Retamal, conocida coloquialmente como “ley de gatillo fácil”, la ley por el robo de madera, junto a otras en carpeta como la ley anti usurpación o anti tomas, medidas e instrumentos que favorecen a los grandes grupos empresariales internacionales y nacionales, a las élites y a la clase dominante. Total, mediante el uso y abuso de la semiótica, la publicidad más básica y efectista con ideas fuerza centradas en los conceptos del “desarrollo y la seguridad”, se sienten respaldados para seguir navegando con sus conciencias tranquilas por las aguas virtuales de la manipulación mediática.

Pero lo que les funciona muy bien en el aspecto económico y represivo, que es aplaudido por la derecha tradicional, se les vuelve un boomerang cuando se trata de utilizar los recursos públicos para obtener réditos políticos y/o personales, lo que, si bien sigue siendo legal al utilizar las múltiples artimañas y mecanismos que el sistema de dominación permite, es ilegítimo y repudiable. La subsidariedad del Estado, en la práctica concreta, se traduce en la entrega de dineros públicos a entidades privadas para que realicen funciones que son responsabilidad del propio Estado y, de paso, los abultados montos de los dineros entregados van disminuyendo su monto paso a paso entre las distintas etapas y personas que “intermedian” dichos recursos antes de satisfacer los derechos y las necesidades de los sectores hacia los cuales han sido destinados.

El “estallido” político autogenerado con el comportamiento de la fundación Democracia Viva y otras que comienzan a participar en este baile de máscaras, que ha sido una vez más utilizado en forma inteligente por la oposición política, es una muestra de la soberbia de que están impregnadas las nuevas generaciones que han batallado por acceder a las esferas del poder burgués, pero al mismo tiempo -y esto es más dramático aún- es una muestra de lo internalizada que tienen la alienación cultural neoliberal, que ha transformado todo en productos, mercancías, emprendimientos y consumo en sus más variadas formas de expresión. Todo lo hacen pensando en los nuevos nichos de trabajo, en las oportunidades de emprender, en las ganancias particulares que se pueden obtener, aun cuando esto lo envuelvan en el papel multicolor de la “sensibilidad y del compromiso social”. Se han transformado rápidamente en expertos letrados en tejer redes de clientelismo. Los proyectos brotan día a día como callampas, abarcando las más insospechadas y creativas “formas de lucha mercantil”.

Como en todas las esferas del quehacer humano existen, sin duda alguna, muchachas y jóvenes que siguen con sus opciones y convicciones políticas intactas, volcando su energía hacia el trabajo político social y debiendo muchas veces utilizar los “mecanismos del mercado neoliberal” para poder desempeñar adecuadamente dicho trabajo político, pero me atrevería a aventurar que son un porcentaje muy acotado. Más acotado aún es el porcentaje de muchachas y jóvenes que realizan su trabajo político popular basándose en la autogestión y la solidaridad.

A la mayoría de las y los integrantes de las nuevas generaciones se les ha ido impregnando por los poros y a fuego lento, de manera imperceptible, los valores culturales del modelo neoliberal instaurado desde de la dictadura en adelante, un proceso lento y silencioso del cual ni siquiera son capaces de darse cuenta. Comenzaron transformándose de estudiantes en clientes de la educación, de ciudadanos en consumidores, y de luchadores sociales en emprendedores, sin siquiera percatarse ni detenerse a cuestionar dichos comportamientos.

Quiero puntualizar que la reflexión que estoy haciendo se refiere a todas y todos aquellos personajes, muchachas, jóvenes, y también antiguos militantes de partidos de la denominada izquierda tradicional, que han abrazado con ímpetu los caminos institucionales para acceder a las cuotas de poder que el sistema de dominación les permite. Al llegar a estos puestos de poder se mimetizan cual camaleones con las generaciones anteriores que vociferaron repudiar y combatir, a los “viejos y avezados políticos” que se acomodaron al sistema de dominación y al modelo creado en dictadura, transformándose de un plumazo en nuevos y connotados maestros para administrar y perfeccionar el modelo económico, político, social y cultural creado por la dictadura civil militar. El popular tango “Cambalache” sigue más vigente que nunca.

Desgraciadamente, bajo esta misma alienación cultural neoliberal, de carácter económico, político y social, han ido cayendo organizaciones sociales y populares de distinto tipo, que antes funcionaban bajo principios de autogestión y solidaridad de clase, pero que hoy se han acomodado a los lineamientos del sistema capitalista y su funcionamiento se hace cada día más dependiente de proyectos y apoyos institucionales que, además, los obligan a comportarse de determinada manera, cumpliendo con protocolos y actividades que, lejos de ser elaboradas en forma autónoma, participativa y deliberativa, obedecen a las directrices emanadas desde los espacios institucionales que les proveen los recursos para su funcionamiento. Me atrevo también a plantear que incluso el ámbito de los derechos humanos no es ajeno a esta situación.

Este complejo escenario hace cada día más difícil el camino de construcción de espacios de poder popular para los compañeros y compañeras que políticamente optan por caminos extra institucionales, autónomos, autogestionados, con un claro sentido de clase, anticapitalista, antipatriarcal y anticolonial.

Si a esto le agregamos el reflujo en el cual se encuentra el movimiento social en su conjunto, el panorama actual es bastante gris y desalentador.

Para terminar esta subjetiva lectura de la coyuntura política no hay que dejar de lado ni minimizar el hecho de que las condiciones de vida se hacen cada vez más difíciles de sobrellevar, precarizando y empobreciendo aún más a los sectores populares y, como consecuencia de esto, la rabia con las elites y el poder institucional se acumula y eso se percibe en las conversaciones y actitudes que se observan cotidianamente en los espacios públicos. Es una rabia que se mastica, por ahora, en silencio, que permanece como un mar de fondo, pero que en algún momento y bajo cualquiera situación inesperada puede irrumpir y transformarse nuevamente en una potente marea de rebeldía, aunque esta vuelva a tener características caóticas e inorgánicas.

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.