La razón: una proporcionalidad de la conciencia

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Puesto que el pensamiento se hace de la experiencia o del aprendizaje que conlleva conocimiento, puesto que el conocimiento ha de recibirse del medio -no de la nada-, puesto que el medio existe al ser el sustento por el cual se actúa, se interacciona, se comunica su naturaleza.

No, la razón no es una opción, sino que «ya está» en una proporción mínima y, a partir de ahí, cada cual evita o disimula o, por el contrario, se abre para «producir» un mejor producto -resultado- sobre ella, en calidad. Considérese esto, en cuanto el ser humano piensa ya razona, en cuanto conoce algo también, en cuanto no quiere conocer ése algo en concreto también porque se dispondrá o procederá a otro conocimiento, otro inevitable conocimiento, aunque prescinda de una mejor calidad.

Así, cualquier conocimiento, cualquiera, siéndolo arrastra o contiene una dosis de racionalidad; bien, el que el mito pueda enseñar por ejemplo. Pero, por siempre, el mito es racional de base porque sencillamente los elementos por los cuales se enraíza -o se enraizó- son racionales (el descubrir la causa de algo ya hecho o creado, la veneración o protección de ese hecho o el temor o sufrimiento a perderlo). Lo que ocurre, siquiera, es que ciertos conocimientos se dirigen -en cuanto se cohesionan para «aunar» más realidad- hacia el reconocimiento de lo que actúa -es realidad- sólo de una forma en determinadas circunstancias; como ejemplos: el respirar, el comer, la evaporación, la deshidratación, etc.

Sí, con esto -con tal disposición- se consigue una razón mayor, un mejor conocimiento consciente de la realidad, una objetividad.

De entre los conceptos, un concepto subjetivo, desde luego, no es lo mismo que otro concepto subjetivo -ni con el que se le parece- desde otra parte del mundo, sólo -por discernimiento- es un concepto subjetivo. A ver: ilusión no es lo mismo que sueño, por cuanto son dos conceptos subjetivos o usados por la libertad de tal o cual ser humano, pero los dos derivan de una objetividad o hecho común -que se proporciona desde un hecho-, los dos se producen por la esperanza, por la «acción de la esperanza» -en China, en Madagascar o en Filipinas-. Claro, digamos que de la «acción» de quienes esperan, de tal capacidad, unos prefieren llamarle sueño, otros ilusión u otros quimera a medida que sus circunstancias quedan determinadas de una muy personal predisposición o forma – derecho tienen sus sentimientos a que la busquen, ¿cómo no?-.

En cambio, otro asunto es que un chino se dirija a su médico para que le ampute un dedo gangrenado y le hable de la cabeza; he ahí que sólo sirve, sólo lo discierne, un concepto universal -a través de una palabra u otra, ya que se trata de un «contenido» identificativo-: el que contiene la realidad que significa un dedo, no una cabeza, no una serpiente voladora. He ahí que la razón corresponde a que, en verdad, sea utilizada por comprender o conocer la realidad; y no elige ella, sino que es elegida ante todo.

Para cualquier ser humano el concepto de «frontera» propende a un sobreentendido cuando, al menos, se alude en un contexto físico; en realidad un concepto objetivo es un sobreentendido -como son los conceptos instintivos-. El mar lo es, todos saben que es una acumulación de agua y que existe para… todos -al margen de lo que se le añada de connotaciones o de sugerencias que, en «suma», también son necesarias-.

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Desde eso, el racionalismo filosófico que se constató en el siglo XVII no descubrió la razón, sino que se «desembarazó» de un prejuicio establecido en torno a ella, de ése que insistía e insistía en concebir que cualquier conocimiento contenía el mismo grado o nivel de racionalidad, es decir, desinhibiéndose del geocentrismo imperante en tanto que no consintió todos los métodos como válidos -el todo vale- y, así, se avino a un discurso más racional, a una argumentación que eficazmente dio el primer paso -después del oscurantismo medieval- para desligar la filosofía y la ciencia de la metafísica teológica.

Cuando se habla de «idealismo» o cuando se defiende, no, no se exime del pensamiento o del análisis racional ya que la idea, eso, es una proyección del concepto -bien, a veces para verificar otro concepto-, sino que no quiere o prefiere no desligarse del subjetivismo por cuanto también interviene en la realidad social e individual; pero mezcla o «une» o elige confundir los conocimientos por una conformación kantiana o trascendental con las riendas del todo -de los conocimientos no discernidos- sin más pues, para que no sobre nada, mejor esa mezcolanza y que… salga lo que salga, lo que Dios quiera.

La razón, por supuesto, no reivindica: únicamente se reconoce con unos conocimientos y, tras ellos, con una conciencia conseguida al cohesionarlos -que es otro tipo de conocimientos-. A veces no se reconoce porque no se llega a un resultado consciente; como es el caso de Schopenhauer cuando propugna que no hay razón de ser de la voluntad y, de inmediato, concluye que sólo quiere repetirse. ¡Ah!, pues entonces ahí está una razón, una: precisamente la de querer repetirse.

La primera falta de reconocimiento empieza en que la voluntad sólo es una «ansiedad de conocimiento» -o por aplicarlo- y, si lo es, implica el ansia misma de la razón o del pensamiento en su devenir. En otras palabras, ansía el pensamiento -no la Luna-, lo que se tiene, no lo que no se tiene y, en efecto, todos los tipos de conocimiento inevitables. Por ello, es una trampa el uso partidario de la voluntad para hacer de ella una exclusión de su atribuido sujeto que la ejerce o un juego sin salida, pues la voluntad no la posee sino un ser, un ser con conocimientos que para seguir inevitablemente conservándolos o aumentándolos necesita voluntad.

Es decir, tampoco es opcional la voluntad, no lo es, pero sí cuantitativamente o el incentivo personal que se le da para que aumente. ¡Ah!, pero para que aumente se requiere una conciencia de que así se desea, se requiere una conciencia o unos criterios madurados porque por ellos se oriente la voluntad hacia donde sea -considerando que la voluntad no existe sin orientación, sin orientación racional-.

Schopenhauer (en la magen), además, sitúa a la voluntad en un proceso únicamente azaroso, como si estuviese existiendo con una establecida independencia con respecto al ser humano -o algo «metareal» por encima de él mismo-.

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De José Repiso Moyano puede también leerse en Piel de Leopardo El hombre acecha.

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