La religiosidad en Cuba: Opus de literatura abakuá en el Caribe
Santiago Masetti*
Junto a los yorubas y bantúes, los carabalíes fueron introducidos en Cuba como esclavos. Uno de los legados de esa cultura fue la fraternidad abakuá, asociación religioso-mutualista aparecida en el siglo XIX, como respuesta a la violencia esclavista.
Las autoridades coloniales les llamaron despectivamente ñáñigos o arrastrados, en clara burla de sus movimientos de baile, identificados como “diablitos”; pero la cultura abakuá, con sus figuras y sus voces, ha desempeñado un rol significativo en la formación de la identidad cubana.
Por mucho tiempo esta cultura fue mal interpretada, debido a lo prejuicios, tergiversaciones y esquemas heredados de la opresión colonial, discriminaciones que también castigaron a las manifestaciones de las clases desposeídas.
Desde la década de los ochenta del siglo XIX, comienzan a escribirse las primeras obras en las que se manifiestan la vida y la cultura de la sociedad abakuá, sociedad secreta y oculta, que tuvo que sobrevivir en el período colonial y en los primeros años del siglo pasado en absoluta clandestinidad.
En el año 1880, cuando el gobierno colonial español perseguía fuertemente al ñañiguismo, salió a la luz el primer texto con influjos abakuá, “Manga mocha”, escrito por R. Zoél, el cual relataba acerca de un trío amoroso donde estaban presentes la desesperación, la muerte y la violencia. Hubo que esperar un largo tiempo para que se publicaran “Las memorias de Ricardo”, que cuentan la historia de una familia cubana blanca, en la que los acontecimientos de su época son afrontados como abakuas blancos, obviamente relacionados con los negros.
Otra importante obra fue la escrita por Rafael Monteagudo, quien publica “La policía y sus misterios en Cuba”, que aborda un especial interés en la brujería, vista desde la óptica de un policía en la época de la colonia.
En la década de los cuarenta del siglo XX continúa enriqueciendo la cuentística abakuá, con “Fambá y 19 cuentos más”, de Guillermo del Valle, volumen en el cual aparece el ñáñigo con carácter voluble, jactancioso y de guapo.
Por su parte, Fernando Ortiz escribe los resultados de unos de sus estudios, llamado “Los negros brujos”. Esta es la primera publicación que aborda el tema de la presencia africana en las diferentes manifestaciones artísticas cubanas.
Alejo Carpentier no tardó en escribir “Ecue Yambao”, obra que narra el mundo de la marginalidad, la violencia y la delincuencia que rodeaba al espacio ñañigo de aquel entonces. Experiencia que atravesó y pudo relatar, cuando estuvo recluso en las cárceles de la tiranía de Machado, en los años ’30, en La Habana.
Luis Manuel Sáez publicó un libro que contenía siete relatos breves, entre los que se encuentra “El iniciado”, muy familiarizado con los pormenores de la cultura abakuá, en la que la violencia cumple un rol esencial.
En el campo de la novelística, en la importante obra de la literatura cubana, “Cecilia Valdés”, de Cirilo Villaverde, se encuentran rasgos de la presencia ñañiga, vinculados otra vez al submundo de la violencia y las riñas entre guapos.
Otra obra destacada del XIX fue, “La familia Unsúazu”, escrito por Martín Morúa Delgado, quien describe al esclavo Liberto como ñáñigo indómito y violento.
Por su parte Pascual de Riesgo y Soto escribió “Dos habaneras al negro Iñigo”, con la que recoge las condiciones depauperantes en que subsistía la Sociedad Abakuá, marginada y excluida en el barrio habanero de Manglar.
Después de 1959, Manuel Cofiño es quien aborda el problema religioso y la metamorfosis de Cristino Mora, el personaje central de “Cuando la sangre se parece al fuego”, novela de alto contenido literario y social. Sin embargo, la obra responde a un momento histórico en el cual predominó un discurso excluyente y ateísta, que lleva al protagonista a renegar de los ancestros, de las costumbres, de la cultura heredada.
También Pedro Pérez Sarduy describe en “Criadas en La Habana” a un obonekue que se integró en la sociedad, pero continuó en desventaja aun después de ocupar un cargo como dirigente sindical. La alusión que hace Amir Valle en “Habana Babilonia, las prostitutas en Cuba”, continúa con el estereotipo del ñáñigo inclinado a la actividad delictiva y alejado del trabajo, haciéndoles poco favor a los iniciados que cumplen con los códigos establecidos por la sociedad, incluso a pesar de una profunda crisis económica.
En la poesía también se trata el período de la negritud, cuando un grupo de autores utiliza el caudal abakuá en provecho de su inspiración. La lírica de los años 20-30 del siglo XX marcó el amanecer de una nueva era, que precisaba de nuevas letras para lograr una síntesis de la nacionalidad cubana.
Los autores pueden ser negros, mulatos o blancos, pero su estilo los encuadra dentro del mestizaje fraguado en Cuba durante su desarrollo histórico, con las diferentes formas que integraron el caldo étnico cubano. Nicolás Guillén y Marcelino Arozarena van a la cabeza, sobre todo el último, cuya obra alude a los ñáñigos y demás cultos de origen africano.
La influencia abakuá en la poesía cubana fue realmente muy fuerte, ya que los poetas lograron una fabulosa armonía entre la lengua española y el lunfardo abakuá, a tal punto que se llegó a recitar con acompañamiento de tambores, otros instrumentos y cantos.
*Agencia Periodística del Mercosur, desde La Habana