La responsabilidad penal de los menores, neurociencia y derecho
Mauro Zúñiga Araúz.*
La neurociencia es una de las disciplinas científicas que más se ha desarrollado. Cada día nos da más pistas sobre la conducta humana, alguna de las cuales quiero comentar con ustedes. El cerebro de un recién nacido no pesa más de 400 gramos, en tanto que el del adulto pesa alrededor de 1.400 gramos. Este crecimiento se debe, esencialmente, al aumento de las interconexiones entre las células. En cada individuo hay 100.000 millones de neuronas y cada una puede tener entre 30 .000 y 90.000 interconexiones.
Las interconexiones se producen por los estímulos que se reciben del mundo exterior, lo que va elaborando el proceso de memoria-aprendizaje. También aumentan por los mensajes de nuestro medio interno y nuestros pensamientos y recuerdos. El cerebro registra todo.
Antes de los tres años los niños no son conscientes de su individualidad, es decir, no tienen conciencia de sí mismos, pero todas sus percepciones son registradas en su inconsciente. Si se les agrede a esa edad, tal vez no lo registre en su memoria consciente, pero el inconsciente lo archiva. A partir de esa edad son conscientes de lo que sucede (no significa capacidad de juicio).
Los humanos vivimos en un entorno social y a medida en que crecemos, vamos aprendiendo de él: en la casa, en la escuela, en la calle. Constantemente variamos nuestras conexiones neuronales, es decir, vamos aprendiendo y memorizando. No hay aprendizaje sin memoria ni memoria sin aprendizaje. Si un niño crece en un entorno hostil, por ejemplo, si es víctima de agresión física, sicológica, sexual, de abandono o aprende valores distintos a la norma social aceptada, ese joven actuará según lo aprendido. La cultura no se hereda, se aprende.
Por otra parte, la neurociencia ha ido vinculando a la corteza prefrontal del cerebro con el control de las emociones y con los procesos cognitivos. Sus lesiones pueden llevar al individuo a realizar conductas violentas repetidas, lo mismo que las lesiones en la corteza orbitofrontal que es la que se activa en las relaciones sociales asociadas a recompensa o castigo.
De igual manera, se acumulan datos en los que vinculan a los psicópatas con las lesiones en el lóbulo temporal. Aparte de los tumores y los problemas de parto, muchas de esas lesiones son causadas por traumatismos voluntarios (maltrato).
La neurociencia, a través de métodos de investigación, como la emisión de positrones y la resonancia magnética funcional, presta sus servicios en los tribunales de justicia de algunos países del primer mundo, para determinar los niveles de responsabilidad de la víctima.
La neurociencia ha demostrado que la corteza prefrontal sufre un retraso de maduración considerable con respecto a otras áreas del cerebro. Esa parte del cerebro no termina de madurar hasta los 25 ó 27 años, cuando aparecen ciertos neurotransmisores, sustancias químicas que actúan en las interconexiones neuronales. Es decir, el desarrollo del cerebro de un adolescente no ha alcanzado la madurez de uno adulto.
El profesor Morse, de la Facultad de Derecho de la Universidad de Pensilvania, considera que uno de los criterios fundamentales para responsabilizar a una persona de un delito es: “el culpable debe ser un agente moral responsable, siendo el criterio básico para esto último que el individuo tenga la capacidad para razonar libremente”. ¿Tiene un menor esta capacidad?
Traigo esto a colación porque nuestras autoridades, de manera despiadada, apuntan sus cañones contra los menores. Se ordenó, inclusive, matarlos primero e investigarlos después.
No me causaría extrañeza que la pena máxima a los menores homicidas baje hasta edades preescolares y que lleguen a ser perpetuas o la pena capital, como piensan algunos funcionarios.
La seguridad ciudadana nos afecta a todos. La sociedad está alarmada, pero el problema no se resolverá matando con un revólver de reglamento, ni con una inyección letal, ni inundando las cárceles de jóvenes. Llevamos un año de gobierno y las zapatillas no han dado un solo paso en resolver los parámetros sociales de la violencia; al contrario, los mismos siguen empeorando.
La violencia no se combate con violencia. Los policías deben cuidar la vida y propiedad de todos, y el gobierno, velar porque los panameños tengan una alimentación balanceada, un trabajo bien remunerado, que se proteja su salud y se atienda su enfermedad, una vivienda digna, una educación humanista, un transporte decoroso, y a expresarse con libertad.
Puede ser que nuestro gobierno aproveche que hay un jurista en el Ministerio de Seguridad, para aproximar el derecho a la neurociencia y todavía ir más allá: determinar si esos cambios funcionales en el cerebro son resultantes de traumas sociales.
* En www.panamaprofundo.org —que cita como fuente al diario La Prensa de Panamá.