La senil política chilena

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Wilson Tapia Villalobos*

Hoy todos estarán buscando al Obama chileno. La política virtual es así. El impacto mediático nos obnubila. Y si viene del Norte, de inmediato se transforma en referente. De ahora en adelante, la palabra cambio se escuchará con mayor insistencia. Pero tengo la sospecha que será una repetición tipo cacatúa, loro tricahue o de algún plumífero similar.

Joaquín Lavín la utilizó profusamente en sus campañas presidenciales. Hoy, Piñera se ha apropiado de concepto. Pero una cosa es hablar de cambio y otra ofrecer propuestas o encarnar en sí mismo un salto al futuro o hacia lo inexplorado.

Y necesitamos cambio. Las instituciones básicas de la democracia están soportando tensiones graves. Que más de dos millones de jóvenes chilenos se resten al ejercicio democrático, algo señala. Que un porcentaje similar, estando inscrito, no vote, lo haga en blanco o anule su sufragio, algo querrá decir. Sobre todo si cinco millones de ciudadanos representan cerca del 50% de la masa electoral que debería tener el país.

Con todo nuestro conservadurismo a cuestas, nos dirige una presidenta. Que debe ser algo similar a tener como mandatario a una persona de color en los Estados Unidos. Hace un poco más de cuarenta años allí los hoy afroamericanos, eran negros a secas, y no tenían ni siquiera derecho a voto. Para qué decir de sentarse en los asientos reservados a los blancos en la locomoción pública.

Que Michelle Bachelet esté en La Moneda y Barack Obama se apreste a ingresar a la Casa Blanca, representa un cambio. Pero las sociedades no se transforman ni se ponen al nivel de las exigencias de la nueva realidad con trueques de género o apariciones raciales. Son pasos importantes, pero que no bastan por sí solos.

Estamos en una etapa cultural distinta a los Estados Unidos. Allá, por ejemplo, se acepta que la alternancia en el poder ejecutivo es una cuestión normal en el juego democrático. Y hasta reconfortante. Es la comprensión de que republicanos y demócratas, con matices, representan más o menos lo mismo. Para decirlo en términos concretos, Obama no hará una revolución, no rayará profundamente la pintura del poder de los grupos económicos. Tal vez pondrá el acento en algunas políticas sociales. Nada turbulento, sólo un poco más sensible. Algo así como lo que hizo George Bush al rebajar los impuestos a los más ricos, pero hacia el otro lado.

En Chile, la alternancia todavía es vista como una amenaza. Y las razones que se esgrimen son reales y virtuales. No hemos llegado a sincerar el juego democrático. Venimos saliendo de una dictadura brutal y muchos de los que hoy aspiran a reemplazar a la Concertación en el gobierno ejercieron cargos ejecutivos en entramado dictatorial. Ese es un freno real que para muchos pesa de manera determinante. Y hace mirar la alternancia como un riego, no como una oportunidad de presionar para mejorar las cosas.

Hoy, la política chilena está entrampada. No cuenta con herramientas eficientes para enfrentar el cambio. Y lo vimos en la última elección municipal. ¿A quién echó mano la Concertación para arreglar su tinglado electoral? A los mismos viejos tercios.

Es cosa de mirar los potenciales candidatos presidenciales.

La carta fuerte concertacionista, Ricardo Lagos, tiene 70 años. Eduardo Frei Ruiz Tagle, 66. José Miguel Insulza, 65. La derecha tampoco posee juventud para derrochar. Eso sí, aporta al benjamín de los presidenciables: Sebastián Piñera frisa los 59 años.

Pero la senilidad política no es cuestión de edad. Hay jóvenes que son viejos y que difícilmente estarían en condiciones de encabezar los cambios que se necesitan. Y éstos son variados.

Mientras Obama encantó al electorado de Estados Unidos hasta el punto de elevar las cifras electorales a récord histórico, en Chile las cosas son diferentes. Los jóvenes no se sienten interpretados por la clase política. Y ésta ni siquiera da muestras de una sensibilidad fina para entender sus requerimientos. Es cuestión de mirar hacia la educación.

Esta política desgastada, senil, no encanta. Razones puede haber muchas. Una de ellas es que se habría transformado en un fin en sí misma. No es un canal de transmisión bidireccional, por el que transitan la participación ciudadana y las soluciones políticas. En el Chile de hoy, la política pareciera estar hecha para los políticos, para su propio disfrute. Y eso el ciudadano común lo asume con hastío.

Cuando la alternancia se confunde con el desalojo, la democracia toma el cariz de un enfrentamiento violento. Y ese no es el cambio que nos está mostrando el mundo. Es lo que puede ver la mente anquilosada y comodona de la clase política chilena.
     
 * Periodista.

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