La sensación térmica luego de Fahrenheit 9/11

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El último filme de Michael Moore barre con los récords anteriores de audiencia en las salas donde se exhibe, dentro y fuera de EEUU. Es una película dura y con imágenes de extrema crudeza. Obliga a pensar.

El filósofo Bertrand Russell dijo alguna vez: «La mayor parte de las personas moriría antes que ponerse a pensar, y muchos hacen exactamente eso». Mueren sin nunca pensar en su vida.

Pero al final de eso se trata: de que la gente comience a pensar: que analice los hechos y los haga propios; que los viva íntimamente, puestoque como nunca antes es necesario ser un ciudadano despierto y participar de los acontecimientos sociales.

Fahrenheit 9/11 , de ella hablamos. ¿Qué dicen los grandes medios de comunicación en la crítica del filme? Dicen que la película fue realizada para hacer la contra a la campaña de Bush; que la pagaron los demócratas para mostrar los errores y horrores de la administración republicana; que no aporta nada nuevo a lo ya sabido; que Moore no produce cine, produce discursos; que nunca se detuvo ante la manipulación de algunos aspectos de la realidad para amoldarla a sus fines, etc. etc.

En esencia, y como siempre, «hombre mirando al sudeste». Mejor dicho: el síntoma del avestruz, que para no ver el peligro -en este caso la verdad- esconde su cabeza debajo de la arena.

Llama la atención que ningún comunicador haya mencionado (o si lo mencionó quizá no supio ver) el rostro de Bush puesto al desnudo por la incisiva visión de Moore cuando, el 11 de septiembre del 2001, a la nueve de la mañana, de visita en una escuelita para presenciar un acto escolar poco importante, alguien se le acerca y le dice al oído que un segundo avión acaba de atacar las Torres.

Ninguna sorpresa en la cara del presidente, ni emoción, ni sobresalto, ni susto, ni asombro, ni pasmo, ni extrañeza, ni desconcierto, ni confusión. Lentamente la cámara va desgranando las imágenes que permiten alguna reflexión: El rostro de Bush se va sutilmente saturando de lo que pareciera ser una expresión de pequeña y secreta íntima satisfacción. Como de ¡Objetivo en curso!

Interpretar siete minutos

fotoMoore parece confuso frente al episodio y no consigue explicarse a qué atribuir esa inactividad -de siete largos minutos por parte de su presidente- ante una noticia de tamaña importancia. La atribuye a que en la cabeza de Bush solo había espacio para pensamientos livianos y no asimilaba en toda su gravedad y con responsabilidad acontecimientos de semejante tamaño.

Sin embargo, en los siete largos minutos durante los cuales el rostro de Bush es enfocado, el espectador tiene tiempo para pensar y darse cuenta que esas expresiones solo pueden ser atribuidas al rostro de una persona que debía saber que se iba a producir el ataque.

Casi se intuye la emoción intima del poder ejercido a pleno, la emoción de quien sabe que se ha cumplido una etapa importante de su mandato. ¿A que otra cosa imputar los breves y significativos brillos de sus ojos, mordiéndose los labios casi para disimular una sonrisa?

Pensado desde este punto de vista las expresiones de Bush encajan perfectamente con la realidad y deben haber quedado bien grabados en la memoria de los espectadores atentos. Atentos… algo difícil de encontrar en estos tiempos que la TV se encarga de un constante lavado de cerebro con programas de distracción extrema, sin ofrecer al espectador ninguna posibilidad de educarse a través de contenidos serios y sustanciosos.

Resulta muy sospechoso que un presidente estadounidense elija un peueño jardín de infantes para presenciar un acto de mínima importancia protagonizado por unos pocos chicos. Y dadas las circunstancias había modos de pedir disculpas y salir de inmediato para saber cuál era la situación.

No. ¡Eso no! Tardó siete minutoss. No es mero ejercicio paranoico, así, pensar que alguien le advirtió con suficiente anticipación que ese día fuese a presenciar una cereminia cualquiera y no estuviera en la Casa Blanca… ¿Por qué? Porque los «terroristas» no sabían que el presidente sabía, y la Casa Blanca podía ser objeto de una embestida por un avión, como lo fueron las Torres Gemelas y, aparentemente, el Pentágono.

Recuerdo que se comentó que la Casa Blanca era objeto de un posible atentado. Simple precaución frente a un probable error de «terroristas» que fueron entrenados (¿por la CIA?) para odiar todo lo que fuera estadounidense.

No se sabía donde podrían decidir hacer caer el cuarto avión que finalmente ¿fue abatido?

Como un adolescente irresponsable

Bush es un pésimo actor y no se preocupa de disimular en lo más mínimo su aire de impunidad. La fuerza del dinero y el poder le permiten vivir emociones como un adolescente a quien inesperadamente le permiteron manejar una Ferrari y a quien le dijeron que si la rompía, nada le iba a suceder.

Bush rompe la Ferrari como una broma más, no por tener la certeza de que pisa bien y está seguro de sus límites. Además despliega siempre todas las sonrisas posibles con malos chistes a los periodistas que le preguntan por qué no trabaja o por qué sus vacaciones son tan prolongadas.

«No se trabaja sólo detrás de un escritorio» -Dice como riendose de su audiencia, y añade inimputable-: Se trabaja también con el teléfono, el fax… (No comment: Imaginemos una reunión con teléfonos y fax. Solo un «cow boy» puede decir semejante cosa.

¿O era en realidad que sus largas vacaciones estaban destinadas a retemplar el espíritu por todo el trabajo que se debía enfrentar después con las acciones bélicas ya previstas?

Naturalmente a ninguno de los críticos de Fahrenheit 9/11que yo leí se le ocurrió que fuera sospechoso -tal vez un verdadero trofeo de guerra- que las empresa Halliburton, proveedora de alimentos y seguridad a los soldados estacionados en Iraq fuera manejada por Dick Cheney, vicepresidente, mentor y tándem con Bush, y su amigo en los negocios.

Tampoco les resulta sospechoso que gran parte de las inversiones árabes en los Estados Unidos, que conforman el 7% del PBI (US$ 860.000.000.000) sean en parte destinadas a la industria armamentista; por ejemplo los capitales árabes del Carlyle Group, constructora de los tanques que dominan el escenario de guerra iraquí. Con esto se comprende por qué otros países musulmanes se quedan quietos y hacen «la vista gorda» frente a esos acontecimientos horrorosos de una guerra injusta que mata a sus hermanos.

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*Fotógrafo y periodista ítalo-argentino.

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