La sombra sobre Israel
Margaret Atwood.*
Recientemente viajé a Israel. Los israelíes que conocí no pudieron ser más amables. Vi muchos logros impresionantes y proyectos creativos, y hablé con mucha gente diferente. El sol brillaba, las olas oleaban, las plantas estaban en flor. Los turistas hacían jogging a lo largo de la playa en Tel Aviv, como si todo fuera normal. Pero… estaba la Sombra.
¿Por qué todo temblaba un poco, como un espejismo? ¿Sería como ese momento antes de un tsunami, cuando los pájaros vuelan a lo alto de los árboles y los animales se dirigen a las colinas porque presienten lo que se avecina?
“Todas las mañanas me despierto atemorizado”, me dijo alguien. “Eso es solo auto-compasión, para justificar lo que sucede”, dijo alguien más. Por supuesto, tanto el temor como la autocompasión pueden ser reales. Pero por lo que “está sucediendo” querían decir la Sombra.
Me habían dicho anteriormente que los israelíes tratarían de ocultar la Sombra, pero por el contrario hablaron de ella constantemente. Después de dos minutos de conversación, la Sombra aparecía. No le llaman la Sombra, la llaman “la situación”. Lo ronda todo.
La Sombra no es los palestinos. La Sombra es el tratamiento a los palestinos por Israel ligado con los temores de los propios israelíes. Mientras peor se trata a los palestinos en nombre de esos temores, más crece la Sombra, y luego los temores crecen y se multiplica la justificación para el tratamiento.
Los intentos de impedir la crítica no auguran nada bueno, así como el lenguaje utilizado. Una vez que se empieza a emplear insultos como “víboras” para nombrar a otras personas se implica su exterminio. Para mencionar solo un ejemplo, esas etiquetas se aplicaron a gran escala a los tutsis meses antes de que comenzara la masacre en Ruanda. Los estudios han demostrado que la gente común y corriente puede ser llevada a cometer horrores si se le dice que va a actuar en defensa propia, para la “victoria” o en beneficio de la humanidad.
Nunca había estado antes en Israel, a no ser en el aeropuerto. Como mucha gente ajena —ni judía ni palestina ni musulmán— yo no había seguido de cerca “la situación”, aunque, también como la mayoría, había deplorado la violencia y deseaba un final feliz para todos.
Igualmente como la mayoría, yo había evitado las conversaciones acerca de este tema porque pronto se convertían en discusiones a gritos. (¿Por qué sucedía eso? Enfrentado a dos posibilidades no deseadas, el cerebro —según nos dicen— selecciona la menos malvada, la declara como buena y demoniza a la otra.) Yo sí tenía algunos antecedentes distantes.
Como “Egipto”, en un Modelo de la ONU en 1956, la delegación de mi escuela secundaria había defendido el caso de Palestina. ¿Por qué era justo que los palestinos, testigos inocentes del Holocausto, hubieran perdido sus hogares? A lo cual el Modelo de Israel replicó: “Ustedes no quieren que Israel exista”. Apenas una década después de los campamentos y los seis millones borrados del mapa, tales palabras eran el fin de la discusión.
Luego fui contratada para comenzar un programa de Naturaleza en un campamento de verano liberal judío. La gente era inteligente, simpática, ingeniosa e idealista. Estábamos muy a favor de la Paz Mundial y la Hermandad entre los Hombres. Yo no podía congeniar esto con la experiencia del Modelo de la ONU. Estas dos realidades, ¿se anulaban una a la otra? De seguro que no, y seguramente la humanitaria Hermandad Judía de Conducta, numerosa en el campamento de verano y en el propio Israel, pronto solucionaría este conflicto de manera justa.
Pero no lo hicieron. Y no lo han hecho. Y ya no es 1956.
La conversación ha cambiado significativamente. Recientemente fui atacada por aceptar un premio cultural que anteriormente habían recibido Atom Egoyan, Al Gore, Tom Stoppard, Goenawan Mohamad y Yo-Yo Ma. Este premio es concedido no por un instrumento del poder israelí, como algunos creían, sino por un comité moderado de una fundación independiente.
Ese grupo promueve la verdadera democracia, el diálogo abierto, una solución de dos Estados y la reconciliación. No obstante, ya he escuchado todas las cosas negativas posibles acerca de Israel –es más, he tenido un abrupto y punzante curso de inmersión en la política de nuestros días. Toda la experiencia fue como aprender a cocinar cayéndome dentro del pote de la sopa.
El lenguaje más virulento era verdaderamente anti-semita (a diferencia de la etiqueta usada a menudo para evitar la crítica). Hubo ardientes debates entre los activistas acerca de si el boicot a Israel “funcionaría” o no; acerca de una solución de un solo Estado o de dos; acerca de si un boicot debiera excluir la cultura, como el puente que es. O si era un sueño hipócrita.
¿Y si se “deslegitimizara” el estado de Israel? ¿Era apropiado el término “apartheid” o solo una distracción? Durante décadas, el debate había adquirido un vocabulario y un conjunto de rituales que los que no hubieran estado en el mundo universitario —como era mi caso— sencillamente no entenderían.
Algunas buenas personas, indignadas por la frustración y la injusticia, comenzaban gritándome; pero luego, supongo que al decidir que yo era como un bebé en medio del tráfico, trataban de ayudarme. Otros consideraban que mi mención de PEN Internacional y sus esfuerzos de excluir la cultura del boicot para liberar a escritores presos son estupideces irrelevantes.
(Una opinión cara a todo gobierno represivo, religión extremista y grupo de línea política dura en el planeta, que es la razón por la que tantos escritores de ficción son prohibidos, encarcelados, exiliados y muertos a tiros).
Nada de esto cambia la esencia de la realidad, que es ese concepto de que Israel como Estado humanitario y democrático está en graves problemas. Una vez que un país comienza a prohibir la entrada a gente como Noam Chomsky, impidiendo a sus ciudadanos el derecho de usar palabras como “nakba” y calificando de “anti-Israel” a cualquiera que trate de decirles lo que necesitan saber, surge la amenaza de medidas de estado policial.
¿Tendremos una traición de las antiguas tradiciones humanitarias judías y el imperio de la ley justa, o un cambio hacia la reconciliación y una sociedad verdaderamente abierta?
Se está acabando el tiempo. La opinión acerca de Israel puede que se esté endureciendo, pero en Estados Unidos las cosas se mueven en dirección opuesta. La actividad universitaria está aumentando; muchos judíos norteamericanos no quieren que Israel hable a nombre de ellos. Estados Unidos, entrampado en dos guerras caóticas y enfrentándose a una creciente indignación por el caso de Palestina, debiera comenzar a ver a Israel no como una baza, sino como una rémora.
Y hay gente como yo. Debido a que últimamente he estado preocupada por las extinciones en masa y los desastres medioambientales, y por tanto me he acercado al tema del Medio Oriente con una mente tan abierta como puede ser sin estar vacía, he resultado alterada.
¿Muerte a los niños en Gaza? ¿Matar a los que traen ayuda en barcos en aguas internacionales? ¿Desnutrición entre los civiles gracias al bloqueo? ¿Prohibir el papel para escribir? ¿Prohibir la pizza? ¡Qué mezquino y vengativo! ¿La pizza es una herramienta del terrorismo? ¿Estarán de acuerdo la mayoría de los canadienses? ¿Soy yo un instrumento de los terroristas por decir esto? No lo creo.
Israelíes y palestinos trabajan de conjunto en muchos grupos en temas de interés común, y eso demuestra lo que un futuro positivo depara; pero hasta que el problema estructural se arregle y Palestina tenga su propio estado “legitimizado” en sus fronteras internacionalmente reconocidas, la Sombra permanecerá.
“Sabemos lo que hay que hacer para arreglarlo”, dicen muchos israelíes. “Necesitamos pasar de Nosotros a Ellos y a un nuevo Nosotros”, dijo un palestino. Este es el camino de la esperanza. Tanto para israelíes como para palestinos, la región en sí es lo que está amenazada, a medida que el globo se calienta y el agua se desvanece. Dos traumas no crean una tachadura ni una invalidación: ambas son reales. Y la catástrofe para uno sería una catástrofe para el otro.
* Escritora, feminista y luchadora social canadiense.
En http://progreso-semanal.com —que cita como fuente al peródico Haaretz (www.haaretz.com).