La temperatura a la que se queman y arden las libertades

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Lagos Nilsson
Dos noticias contradictorias referidas a un mismo hecho ayudan a comprender el proceso de globalización. El hecho es que está listo para ser exhibido el último filme de Michael Moore. Las noticias: una, Farenheit 911 se estrenará en el Festival de Cannes este mismo mes; la otra, que Miramax no distribuirá la película. Miramax es propiedad de la empresa Disney y contribuyó al financiamiento de la producción.

Michael Moore ingresó universalmente en el listado de los ricos y famosos en 2002, con el éxito de su documental costumbrista sobre ciertos aspectos de la vida estadounidense Bowling to Columbine. El intelectual había proclamado urbi et orbi que su nueva película tendría por objeto ayudar a impedir que George W. Bush fuera reelecto presidente de EEUU en noviembre de este año.

De acuerdo con la prensa especializada estadounidense, el agente de Moore reconoció que hace un año Michael Eisner, CEO de Disney, le pidió que interpusiera sus buenos oficios para dejar sin efecto el acuerdo con Miramax. Eisner entonces manifestó cierto temor de perder los beneficios fiscales que recibe la compañía por su parque de diversiones, hoteles y otras actividades en Florida, estado del que es gobernador Jeb Bush, hermano menor del presidente.

Remember Quebec

En abril de 2001 los gobernantes reunidos en la Cumbre de las Américas, realizada en la ciudad canadiense de Quebec, dijeron a coro en la declaración de estilo: «Hemos adoptado un plan de acción para fortalecer la democracia representativa, promover una eficiente gestión de gobierno y proteger los derechos humanos y las libertades fundamentales». Una de ellas es la de expresión.

Mientras el escándalo originado por la determinación de Disney-Miramax de no distribuir internacionalmente Farenheit 911 comenzaba su peregrinaje mediático el 5 de mayo, atizando las discusiones en los foros que se organizan en la internet, en Santiago de Chile Andrea Sanhueza, directora ejecutiva de la Corporación Participa, analizando el incumplimiento de los acuerdos de Quebec por parte del Estado chileno, afirmó que todavía existe censura en el país.

La aseveración fue realizada a raíz de una entrevista concedida por Sanhueza al director de la radio de Universidad de Chile, Juan Pablo Cárdenas, reproducida en el Portal del Pluralismo, que agrupa a los medios de prensa independientes.

La Cumbre de las Américas dijo Andrea Sanhueza, es el primer foro intergubernamental de la región, donde los presidentes se reúnen cada cuatro años aproximadamente y acuerdan ciertas prioridades. Esas prioridades son en teoría mandatos, por lo tanto, compromisos para los gobiernos.

Señaló la directora de Corporación Participa que, si bien desde 1999 en Chile se ha avanzado en materia de legislar en el acceso de la información pública por parte de los ciudadanos, también la ley les dio a los servicios públicos la facultad de redactar su propio reglamento y a definir cada uno qué entiende por información reservada o información secreta. Entonces, dijo, en la ley avanzamos, pero los servicios han dictado reglamentos donde han impuesto que no poca información sea considerada reservada o secreta. Por lo tanto, los ciudadanos no tenemos acceso a ella. Fue un revés a este marco legal. 

Las restricciones ciudadanas en lo que atañe ala libertad de expresión y derecho a un juicio justo son sistemáticamente recortadas por el gobierno estadounidense a partir del 11-S, y en el caso de los ciudadanos extranjeros la situación es algo más que preocupante, como lo demuestran los prisioneros en Guantánamo, el trato discriminatorio en los aeropuertos a los viajeros internacionales que desembarcan en EEUU, dispuesto unilateralmente por las autoridades y el descubrimiento esta semana por parte de la opinión pública mundial de las atrocidades cometidas por las fuerzas de ocupación en Irak.

De la altisonante Declaración de Quebec los gobiernos parecen recordar sólo el alegato estadounidense por la seguridad y el comercio.

Moore y el dedo en la llaga

El conflicto que desató el documental de Michael Moore, a raíz de la negativa de Disney-Miramax a honrar el compromiso de distribuirlo a través de sus redes mercantiles, va mucho más allá de una diferencia contractual entre particulares o una cuestión de expectativas del cineasta. Conforma una situación que apunta a las nuevas definiciones del orden unipolar globalizado.

La Casa Blanca, siempre dispuesta a cautelar los intereses de los particulares, aun en otros países, guarda un silencio -más culpable que prudente- en el caso de una película sin dudas llamada a tener una importante repercusión internacional. Cabe preguntarse por qué.

Farenheit 911 -el título parafrasea el de la famosa novela de Ray Bradbury Farenheit 541 , la temperatura a la que se quema y arde el papel. Según el cineasta 911 -setiembre 11, fecha de los atentados presuntamente perpetrados por Al Qaeda en EEUU– es la temperatura a la que se quemó la libertad. La confesa intención de Moore al realizar el documental fue rastrear los lazos económicos entre Bush y sus colaboradores y la familia de Osama ben Laden, por una parte, y por otra documentar una crónica sobre la erosión de las libertades que asegura la Constitución a los ciudadanos estadounidenses tras el 11 de setiembre.

Los vínculos entre los Bush y los Ben Laden, fueron establecidos -según el cineasta- por los padres del actual presidente de EEUUU y Osama ben Laden, y se mantuvieron hasta bastante después de la destrucción de las torres neoyorquinas.

La libre empresa, a la que no se debe -según los adalides del neoliberalismo conservador y la mundialización a la americana– poner trabas, las padece en el país-centro. El sistema de libertades, que a bastonazos propinados con proyectiles recubiertos de material nuclear empobrecido, intenta universalizar la versión contemporánea del concepto imperial, no es cautelado en su lugar de origen. Y eso constituye una tácita declaración de principios planetaria. O un instructivo que el mundo debe acatar.

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