La Via Campesina

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Entre los asuntos más acuciantes que aprobleman a la humanidad, el de la soberanía alimentraria no es el menor. El creciente proceso del patentamiento de semillas ysu reverso: las modificaciones genéticas no sólo ponen en peligro y agreden el trabajo agrícola, representa un riesgo cierto, una espada de Damocles con el hilo cortado que caerá sobre los pueblos del mundo.

No son las plagas naturales, ni el cambio climático el principal peligro de la agricultura en todos los países del mundo, todavía hay recursos —aunque falta voluntad política— para investigar sus causas y evitar sus consecuencias.

El mayor peligro es uno que se disfraza de desarrollo tecnológico e incluso de ayuda para combatir el hambre que ya campea por doquier, hasta en los paìses que se autodenokmuinan Primer Mundo. Ese peligro lo constituye en muchos casos lisa y llanamente el robo —saqueo en verdad— que vienen sufriendo los campesinos de sus semillas.

Durante siglos, en cada región del planeta, el pequeño campesinado ha ido seleccionando y perfeccionando sus cultivos a través de la pràctica y el intercambio de semillas y métodos con sus pares.

Desde hace unos años la situación viene cambiando drásticamente. Las poderosas industrias transnacionales —un puñado de empresas— dedicadas a lucrar a costa de la necesidad más básica de todas, comer, intentan convertir toda parcela arable en mercado para sus productos. Sus productos son conocidos como agroquímicos.

Éstos consisten en una amplia gama de venenos que, se supone y es la promesa del negocio, impediran que los insectos y la maleza invadan los cultivos menguando las cosechas. La tragedia es que esos venenos también agreden los sembrados y —de paso— perjudican, a veces hasta la muerte, la salud de los trabajadores agrícolas —y su descendencia.

Que nazcan bebés malformados o que sean presa de diversas enfermedades a loo largo de su vioda (o que ésta se acorte en forma dramática) no es algo que les interese a la industria. El problema a resolver es que sus "agentes" contra las plagas no dañen el rendimiento. Que se coseche, no importa qué, pero que se coseche . Y en su ayuda vino la ciencia mercenaria por la vía de intervenir el núcleo mismo de la vida de las plantas: modificar sus genes para hjacwerlas resistentes a los plaguicidas.

Las plagas son dañinas, evidentemente, pero los agricultores que lidian con ellas por generaciones han logrado a lo largo de las edades superar sus efectos; la naturaleza al fin de cuentas es un delicado juego de equilibrios vitales. proceder a investigar medios no agresivos para mejorar los rendimientos es caro y lento.

Tal solución no es viable para el negocio. Así que —con la complicidad de gobiernos y políticos varios de todos los países— se "inventó" que las especies vegetales pueden patentarse, dejar de ser algo natural y ponerle etiqueta. Para cerrar el círculo los laboratorios agroquímicos consiguieron de esos gobiernos y políticos las autorizaciones para apoderarse de las semillas, modificarlas y luego venderlas a los campesinos que con ella han trabajo por centurias.

Pare mejor resultado las hicieron, quieren hacerlas, híbridas, esto es: estériles, de la modo que los campesinos debieran comprarlas cada año. El uso de semillas no modificadas genéticamente y parientes de aquellas se convierte en delito. No es delito que las semillas modificadas en muchas ocasiones sí se reproduzcan, invadiendo y dañando aquellas silvestres o todavía en uso en algunas regiones. Ocurrió, para citar un ejemplo, con el maíz en regiones de México.

Este breve documental recoge la voz de la Vía campèsina, un movimiento mundial de pequeños agricultores, que relatan su terca, obstinada y solitaria batallas contra la acxción de esos gigantes que —y no es alarmismo— pueden hacer que la humanidad caiga por el despeñadero del hambre y quizá de la esterilidad del planeta.

Una realización de Antonio Pacor y Bettina Gozzano, 20.03 minutos.

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