LA VIOLENCIA DOMÉSTICA (I)

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Hasta hace poco el concepto de violencia dentro del núcleo familiar era impreciso y controvertido, ya que algunos actos que hoy son considerados agresiones, antes eran plenamente aceptados por la sociedad. Pero el aumento de la participación de la mujer en la vida social y laboral, junto con las políticas de educación igualitaria, ha permitido que salgan a la luz casos de maltrato físico y psicológico que hasta entonces habían permanecidos escondidos en el seno familiar o de pareja.

El reconocimiento de los distintos géneros de violencia ejercida contra las mujeres ha facilitado que éstas se identifiquen las situaciones de abuso y conozcan sus derechos. La declaración de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, elaborada en diciembre de 1993, define este tipo de agresiones.

Lo son: “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para las mujeres, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o privación arbitraria de la libertad, tanto si se produce en la vida pública como privada”.

La mujer maltratada es aquella que se ve sometida repetidamente a abusos por parte de un varón con el que mantiene o ha mantenido una relación, bien sea de hecho o de derecho. Estas agresiones van desde amenazas e insultos verbales hasta golpes y actos homicidas.

Las campañas de concienciación han permitido conocer que el maltrato es la mayor causa de lesiones a las mujeres y prevalece sobre la violación callejera, asaltos o accidentes automovilísticos. La violencia doméstica se produce en todas las clases sociales, independiente de motivaciones raciales, económicas o religiosas.

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Las mujeres maltratadas de menores recursos financieros son más visibles debido a que buscan ayuda en las entidades estatales y figuran en las estadísticas. Tienen menores inhibiciones para hablar de este problema que consideran “normal”. Las de mayores recursos buscan apoyo en el ámbito privado y no figuran en los registros. Cuanto más importante es el nivel social y educativo de la víctima, sus dificultades para revelar el problema son mayores por diversas razones.

El origen de esta criminalidad

La violencia siempre ha estado presente en la historia del ser humano, pero esto no quiere decir que sea apropiada o necesaria para su supervivencia. La violencia se aprende observando a las personas que nos rodean, en la televisión, etc. De lo que se concluye que el comportamiento pacifico también puede formarse.

Los estudiosos coinciden en que el origen de la violencia contra las mujeres en el seno familiar se remonta a la histórica concepción de poder, y al uso tradicional de la fuerza por parte del padre, marido o pareja hacia los hijos y la esposa con el fin de mantener el equilibrio de la estructura patriarcal.

Las tradiciones culturales, las costumbres sociales y las normas religiosas también han defendido e inculcado la subyugación absoluta de la mujer al hombre y de los hijos a sus progenitores. Al varón se le ha adjudicado una autoridad incuestionable sobre su descendencia y sobre su mujer. Por ello se ha creído con derecho a la obediencia y al respeto incondicional.

La protección e intimidad propia de la estructura familiar facilita la existencia y el ejercicio de la violencia y el maltrato contra la mujer, ya que constituye el núcleo en el que se produce una mayor interacción e implicación afectiva. Sobre este particular la doctora Blanca Morera, médico psiquiatra de Guipúzcoa, autora del informe Violencia Doméstica: actitud del médico, señala:

“En su seno se resuelven de forma explicita e implícita aspectos relativos a la convivencia, valores, deseos, adscripción a roles y opciones sobre decisiones incompatibles. Soporta un grado de conocimiento biográfico mutuo muy alto, solapamiento de aspectos de intimidad y estrés tanto de causa interna como externa. De hecho, el maltrato se produce con más frecuencia en la relaciones comprometidas que en la casuales o sin proyecto vital común”.

Aunque ningún estrato social es ajeno al ultraje, resulta más frecuente en grupos sociales con menor nivel educacional y económico, lo que refleja una gran carencia cultural. Afortunadamente, el desarrollo de nuevos valores sociales y, especialmente, la incorporación de las mujeres al mundo laboral, han permitido que éstas ganen más autonomía e independencia, abandonen su situación de víctimas y consigan una posición igualitaria respecto al hombre.

En la mayor parte de los casos no puede establecerse la existencia de patologías o trastornos psicológicos en el agresor. Sin embargo, existen tres perturbaciones en los que el maltrato es un hecho recurrente: dependencia al alcohol o a otras sustancias sicotrópicas, trastornos exaltados en que los celos relacionados con la pareja son el motivo central del delirio y la depresión en la mujer, que algunos estudiosos consideran como un factor precipitante de la violencia familiar.

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Factores

Según el informe elaborado por la Federación de Mujeres Progresistas de España, hay al menos dos factores de riesgo que pueden favorecer la violencia en el hogar.

La desigualdad económica: la mujer económicamente independiente tiene muchas menos probabilidades de mantener una relación violenta durante largo tiempo.

Reparto de roles y de funciones dentro de la familia, en la que la mujer sigue teniendo la consideración de subordinada. La permanencia de los roles femeninos tradicionales –pasividad, subordinación, tolerancia, sentimientos de sacrificio– dan como resultado la aparición de una mujer desvalorizada y frustrada que intenta adaptarse a las circunstancias del maltrato.

El ideal de amor romántico refuerza la idea de sumisión. Genera una fuerte dependencia de la pareja y una necesidad constante de aprobación. La mujer no percibe la humillación a la cual está siendo sometida. Si se toma el estereotipo femenino de amor romántico, es fácil comprender cómo se puede llegar a ser una mujer maltratada.

Los núcleos familiares propensos a la violencia también reúnen una serie de características especificas; afectos caóticos, cambiantes, asociados con el miedo, las relaciones devaluadoras e hiperdependientes. La comunicación entre los integrantes de la familia se fragmenta. Surgen secretos familiares que prohíben que salga de la familia ninguna información sobre conductas o actos potencialmente sancionables.

Esta implicación de los miembros impide la autonomía y favorece las alianzas patológicas entre sus componentes. El padre adopta el rol parental único y la madre, junto con los hijos, el papel infantil, por lo que se genera una desigualdad de papeles, y el aislamiento progresivo del exterior salvo por parte del agresor, lo que dificulta la detección del problema.

Tipos de violencia

El abuso corporal, que se ejerce mediante la fuerza física en forma de golpes, empujones, patadas y lesiones provocadas con diversos objetos o armas. Puede ser cotidiana o cíclica, en la que se combinan momentos de brutalidad física con periodos de tranquilidad. En ocasiones suele terminar en suicidio u homicidio. El maltrato se detecta por la presencia de magulladuras, heridas, quemaduras, moretones, fracturas, dislocaciones, cortes, pinchazos, lesiones internas, asfixia o ahogamientos.

El abuso sexual, es difícil de demostrar a menos que vaya acompañado por lesiones físicas. Se produce cuando la pareja fuerza a la mujer a mantener relaciones sexuales o le obliga a realizar conductas sexuales en contra de su voluntad. Los principales malos tratos sexuales son las violaciones vaginales, las violaciones anales y las violaciones bucales. También son frecuentes los tocamientos y las vejaciones, pudiendo llegar hasta la penetración anal y vaginal con la mano, puño u objetos como botellas o palos.

Los factores que influyen en el abuso psicológico son muy variados: emocionales, económicos, sociales, etc. La mujer se ve dominada por el varón, quien la humilla en la intimidad y públicamente, limita su libertad de movimientos y la disposición de los bienes comunes.

Resulta complicado detectar este tipo de abuso, aunque se evidencia a largo plazo en las secuelas psicológicas. En este caso la violencia se ejerce mediante insultos, vejaciones, crueldad mental, gritos, desprecios, intolerancia, humillación en público, castigos o amenazas de abandono. Conduce sistemáticamente a la depresión, y en ocasiones, al suicidio.

La gravedad de estos despotismos varia en virtud del grado de violencia ejercida sobre la mujer y normalmente se combinan varios tipos de excesos, ya que dentro del maltrato físico siempre hay un abuso psicológico. En la opinión de la Psicóloga Alejandra Favieres, del Servicio de Atención a la Mujer en Crisis, de Madrid, España, “el maltrato psicológico es peor que el maltrato físico –y señala–: Evidentemente, el atropello físico severo puede dejar consecuencias muy graves, como rotura de un brazo o pérdida de la audición, pero las secuelas psicológicas son las que perduran. Es difícil que la mujer identifique el maltrato psicológico cuando este es muy sutil”.

Ciclo de la violencia doméstica
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El ciclo de la violencia doméstica es repetitivo, se agrava con el tiempo, se transmite de generación en generación, y se extiende a otros miembros de la familia, tanto por parte del agresor como del agredido.

De acuerdo a los especialistas, existen tres momentos clave en la relación de pareja que preceden al origen de la violencia: inmediatamente después del inicio de la convivencia o matrimonio; durante el primer embarazo, y tras el nacimiento del primogénito, probablemente porque provoca cambios significativos en la dinámica de relación familiar.

La intimidación es desencadenada por una actitud, una conducta o una palabra interpretada por el agresor como una amenaza a su autoridad o a su autoestima. Los actos violentos son, a menudo, una autoafirmación de la identidad.

El período de la conducta agresiva se desarrolla en tres fases:

– Acumulación de tensión: Las ofensas son leves y los incidentes poco frecuentes. La mujer se sirve de tácticas para eludir la cólera de su pareja, y el hombre interpreta esta actitud como una aceptación de su autoridad. Generalmente, las estrategias de la mujer no solucionan los episodios de agresión, y el temor y las ansias de evitarlos favorecen la aparición de trastornos psicológicos.

– Explosión violenta: los incidentes comienzan a ser periódicos y las lesiones más graves. La víctima ya no intenta evitar las situaciones que desencadenan la violencia y sólo espera que pase lo antes posible. Esta fase puede durar días y es controlada totalmente por el agresor.

– Arrepentimiento: El ofensor se muestra amable, cercano y en ocasiones pide perdón o promete no ejercer más la violencia. La víctima aliviada por el cese de la agresión, le cree o quiere creerle y pone bajo su propia responsabilidad la continuidad de la relación familiar. El sentimiento de culpabilidad impide el abandono del agresor.

Este ciclo de violencias se repite constantemente, ya que la fase de arrepentimiento suele durar muy poco. Explica Alejandra Favieres “Durante el acto de contrición el hombre cede el dominio a la mujer, pero es momentáneo, porque en cuanto la mujer intenta ejercer ese poder recién adquirido vuelven a acumularse las tensiones y se produce una nueva descarga violenta”.

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* Periodista venezolana.
La segunda parte se publicará el próximo martes 23 de mayo.

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