Lagos Nilsson / Olguita, las mareas

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Me enteré de que Olguita –siemprte la llame doña Olguita– decidió calzar las botas marineras de la distancia y partir. No volverá a amanecer como antes, nada será será como antes. Ni el parrón, ni la música, ni la cocina de su casa, ni la humedad del patio que regó tanta poesía. A una indeterminada hora, luego del oscurecer del domingo, Olguita subió a la barca que no espera tripulantes ni pasajeros. En alguna parte del sur de Chile llovió.

Cuando niño, niño de provincia, escuche más de una vez en la radio un tango: Yo soy la muchacha del circo / por una moneda yo doy / un poco de tibio cariño / y un poco de tibia emoción. Tal vez la letra de ese tango es una fantasía de niño de provincia fría fascinado por el concepto tibieza.

Tuvieron que pasar muchos años para comprobar que eso de dar tibieza puede ser cierto. Sin monedas de por medio nos la dio a muchos doña Olguita. Y no sólo sin monedas, al contrario, convidándonos una taza de te, una tostada con palta (que algunos llaman aguacate) y en especial preguntándonos algo muy simple: que cómo estábamos.

Peinaba canas doña Olguita cuando los amigos de sus hijos terminaron el proceso de crecer; algunos se convirtieron en hombres de bien, otros simplemente en hombres; aquellos desaparecieron en el horizonte estrecho de querer ser alguien diferente de lo que eran, otros más todavía buscan; unos pocos simplemente somos. Todos tuvimos una palabra suya.

A veces, en la noche, "el tecito" mutaba en un vaso –un vaso, no una copa– de vino tinto. Los niños que la conocieron niños habían crecido: escritores, músicos, sociólogos, maestros, buscadores de cosas… Y don Mario, el cónyuge que la despidió desde un muelle precario, no olvidaba sacudir la cabeza: se las daba de hombre duro.

Lo único que Olguita nunca soportó fue la mentira que nace de engañarnos a nosotros mismos. Qué le vamos a hacer –decía cuando alguien llegaba a llorarle sus miserias–, somos todos adultos. Así es. Pero esta tarde no miento si digo que la lágrima que se me cayó fue de niño. Y es inútil ser adulto en este momento. No volverá a amanecer como antes. Doña Olga Salas ya no está con nosotros.

Si algo sobrevive será la poesía.

 

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