Lagos y la nueva fronda aristocrática chilena

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Roberto Trejo Ojeda*

Ricardo Lagos ha sido tal vez, para muchos, uno de los grandes presidentes que ha tenido Chile. Su gestión en los campos de la economía, las políticas sociales, la inversión en infraestructura, las relaciones internacionales y la acción política estratégica puede ser considerada como una de las más solventes y eficaces de los últimos 50 años.

Quizás porque su administración es considerada exitosa por la mayoría de los votantes, sus opositores –al interior y fuera de la Concertación– han exacerbado hasta el cansancio sus talones de Aquiles: el caso MOP–GATE y  los casos de corrupción en el aparato estatal; las irregularidades en la ejecución del plan estratégico de la empresa EFE; el puente sobre el Canal de Chacao y, sobre todo, se le asigna responsabilidad política e intelectual del fracasado modelo del Transantiago (sistema de transporte público de pasajeros para la capìtal del país).

Recordándonos los gobiernos aristocráticos del siglo XIX y a la fronda aristocrática de comienzos del siglo XX, en su carta enviada al PPD Lagos coloca una serie de condiciones políticas para encabezar una candidatura presidencial, así como exige una serie de atribuciones que –según él– le corresponderían como eventual candidato presidencial. La más polémica tal vez es la capacidad de nombrar los candidatos a parlamentario por parte de un candidato “suprapartidario” y “nombrado” por las directivas partidarias

El mesianismo de su misiva al, así como su falta de autocrítica –que ha manifestado en los últimos meses– deben hacernos meditar sobre dos fenómenos que se dieron en su gobierno y que permiten explicar este comportamiento.

El primero de esos fenómenos fue el brutal proceso de concentración de la riqueza en las manos de unos pocos y el aumento de las desigualdades sociales en un país con importantes tasas de crecimiento económico. No podemos olvidar que el gobierno de Lagos fue uno de los más aplaudidos por el empresariado y los grupos financieros ligados al capital transnacional.

Bajo su mandato se liberalizó un conjunto de trabas del mercado financiero, entre ellas el aumento de los porcentajes de inversión de las AFP en el extranjero y en instrumentos de renta variable. Si bien ello dinamizó el sector financiero nacional, su resultado lo vemos hoy: aumento de las ganancias de los grandes grupos económicos y los fondos de pensiones de los trabajadores disminuyendo en casi un 30% como resultado de esas políticas.

Ambos procesos ni siquiera han significado una “indignación moral” de Lagos, pues en el fondo estima que –como el viejo despotismo ilustrado de Luis XIV– que la riqueza generada por el país en esos años es su legado a la posteridad.

Junto con la acumulación de la riqueza en manos de unos pocos, se verificó con gran fuerza bajo el mandato de Lagos una profundización y ampliación del proceso de “oligarquización de la vida política”. Este segundo fenómeno no nace con su gobierno, aunque bajo su dirección de expande y consolida socialmente. En efecto, tal vez es en su gobierno donde se expresó con mayor fuerza el nepotismo; el clientelismo político; el enquistamiento de los llamados “operadores” partidarios en la administración de recursos fiscales y la oligarquización de la clase política.

– ¿Acaso no era normal ver a hermanos, cuñados, hijos, yernos o esposas de parlamentarios o ministros en altos cargos del gobierno?

– ¿No es cierto acaso que los cargos parlamentarios y municipales comenzaron a transmitirse a familiares, en una práctica extendida en todos los partidos del espectro político?

– ¿Acaso no se hizo normal ver a ex parlamentarios y ex ministros transitar alegremente hacia altos cargos en empresas privadas?

– ¿Y no es cierto que el propio Presidente de la República no encontraba nada reprochable en aquello?

Concentración de la riqueza, oligarquización de la política, centralización del poder, discrecionalidad, clientelismo, mesianismo, autoritarismo son cuestiones que todos los analistas coinciden en señalar como elementos que tienden a deslegitimar el sistema político en su conjunto. Sin embargo, esas cuestiones son “naturalizadas” y entendidas como “virtudes políticas” por el entorno político oligarquizado del ex presidente Lagos, que se ha convencido de que su candidatura puede llevar aun nuevo éxito electoral a la Concertación. 

Es el mismo entorno palaciego, donde se percibe el autoritarismo de Lagos como asertividad; su soberbia como grandeza moral; su mesianismo e iluminismo como “visión de estadista”; y su talante neoliberal es presentado como pensamiento moderno.

Espero que en la dirigencia concertacionista prime el rigor intelectual y la racionalidad política estratégica para entender que esas conductas son la muerte de un proyecto democrático avanzado, a la vez que históricamente han sido el germen de populismos, nepotismos, protofascismos y corruptelas clientelistas. Creemos que todavía hay tiempo para revertir esas peligrosas tendencias en el sistema político chileno y no olvidar que Lagos no es ni el comienzo ni el fin del movimiento democrático del país. Sin embargo, siendo las directivas concertacionistas parte de esa nueva fronda aristocrática cobijada por Lagos, no me hago muchas ilusiones….

* Lic. Filosofía, magíster en Comunicación.
Arena Pública, plataforma de opinión de Universidad ARCIS.

 

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