Las cartas sobre la mesa de juego chilena
Wilson Tapia Villalobos.*
Es algo así como la hora de la verdad. Saber qué es lo que se traía cada jugador entre manos. Y, claro, algunas veces la cosa puede terminar a los balazos. Así es en el póquer….y en la política. Pero hay diferencias. En el juego de cartas, los pistolones hablan cuando alguno de los jugadores se siente burlado, engañado, timado.
En lo otro, los que se consideran estafados son “mirones”. No participan en el juego. No porque no quieran, porque no se les permite. Pero cada carta que se lanza a la arena, son jirones de su propia vida.
La partida continúa, hasta que los “mirones” se cansan de mirar. Y no se van a sus casas a sentarse frente a la televisión para dejarse embaucar por las promesas, o aterrorizar por los noticiarios.
Es lo que está pasando entre nosotros. Ayer, el presidente Sebastián Piñera realizaba balances y anuncios espectaculares en el Congreso Nacional. Afuera, “los mirones” se confabulan para decir que están hastiados. Curioso, no sólo de su administración. El hastío también alcanza a los que hoy son opositores.
Si uno revisa lo que ocurre, se encuentra con sorpresas. La primera: las protestas no las preparan los partidos. Son redes sociales las responsables. Y eso ocurre a nivel global. La segunda: muchas veces no está claro lo que quieren, sólo lo que no quieren. El motor es el descontento, la desazón, el deseo de no ser más “mirones de palo”, como en el póquer. Ese es el comienzo.
Y cuando logran hacerse ver, viene la organización. Así ha sido en Túnez, en Egipto. Está ocurriendo en España, en Francia, en Grecia, en Italia. La tercera: la ideología política no juega un papel preponderante. Está presente en algunos, pero la mayoría prescinde de ella. Al menos de la conocida hasta ahora. Con seguridad, vienen otros parámetros para la política.
En Chile, las protestas tienen como elemento central la baja calidad de la educación, la destrucción del medioambiente. Pero detrás de los lemas que ostentan las pancartas, hay razones aún más profundas. Está la desigualdad. La ostentosa e hiriente concentración de la riqueza. Del sentir que hay chilenos que sobran. Y quienes manejan el país parecen ignorarlos. O porque no se atreven a rasguñar la piel del poder o porque, derechamente, ese poder les pertenece.
Lo dijo el ministro de Economía, Juan Andrés Fontaine. La Concertación de Partido por la Democracia “se sentía más obligada a hacerles (a los empresarios) más concesiones para ganarse su confianza”. En cambio, dice, a los miembros de la actual administración los conocen. No hay confianza que ganar.
Una argumentación interesante. Algo así como que aunque sean temas duros, nadie dudará que, en el largo o mediano plazo, lo que ahora complica se transformará en cuantiosos beneficios. Y esos compensarán con creces eventuales pérdidas relativas. De cualquier manera, los “mirones” están afuera de ese juego.
Como también lo están cuando se trata de la administración de Justicia. El general Pinochet no pudo ser juzgado y condenado en Chile. Y hoy nos enteramos que las cárceles no sólo son una vergonzante demostración de inhumanidad. Hay cárceles de primera, de segunda, de tercera. La de primera, para los responsables de crímenes de lesa humanidad. Todos militares. Residen en los penales de Punta Peuco y Cordillera. En uno, 75 gendarmes cuidan a 48 presos. En el otro, 35 funcionarios están para la vigilancia —¿o atención— de 10 militares detenidos.
Fueron construidos (1995) durante la administración del presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle, cuando la actual senadora Soledad Alvear era ministra de Justicia. Las condiciones que allí imperan distan mucho de lo que ocurre, por ejemplo, en la ex Penitenciaría. Allí, 7.200 reclusos están bajo la vigilancia de 530 gendarmes.
¿La explicación? El director Nacional de Gendarmería, Luís Masferrer, afirma que eso se debe a que los internos de Punta Peuco y Cordillera deben ser trasladados constantemente a clínicas para su atención. Y en cuanto a las comodidades de que gozan —canchas de tenis, TV por cable, asaderas, cobertizos de esparcimiento—, un alto oficial de la institución se limitó a decir que era por su calidad de militares….Y “les debemos respeto”.
Los “mirones” también están sujetos a cambios en las reglas del juego. El ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, resolvió suspender el uso de gas lacrimógeno para reprimir las manifestaciones. Su sensible decisión no alcanzó a durar una semana.
Y las cosas no están mejor en el seno confesional. El obispo de Aysén, monseñor Luís Infanti, es opositor al megaproyecto Hidroaysén. Y las emprendió contra el presidente de Colbún, una de las propietarias del negocio. Refiriéndose a Bernardo Matte -está entre los 400 multimillonarios más importantes del mundo-, prominente miembro de los Legionarios de Cristo, lo definió como “piadoso en sus devociones, pero quizás poco santo y bastante inmoral en sus negocios”. Y luego, se preguntó: “¿En qué Dios cree esta persona?”. La jerarquía se disculpó ante Matte.
Las cartas están sobre la mesa. Y el pedazo de fieltro que la cubre más parece una gelatina. Los “mirones” están cansados, desesperanzados, enojados. Se embarcan en peleas acotadas por la contingencia. Pero ya todos saben que el mal no viene de áreas específicas. La educación o el medio ambiente son consecuencias. Lo que hay que cambiar es el sistema. Es complicado. Pero hacia allá parece caminar el mundo, a pesar de todo.
* Periodista.