Las muchas caras de la crisis rural mexicana

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Luis Hernández Navarro*
Smithfield, el más importante procesador de puerco en el mundo, se puso el año pasado en el centro de la tormenta. Científicos y analistas determinaron la probabilidad de que el brote de influenza porcina que asoló al mundo se relacione con Granjas Carroll, una de sus dos empresas subsidiarias en México. Muy probablemente la enfermedad fue gestada en el modelo de producción industrial de puercos.

La Gloria es una pequeña comunidad del municipio de Perote. Su territorio está rodeado por las instalaciones de la empresa. Allí se detectó el primer caso de gripe A/H1N1: un niños de 5 años de nombre Edgar Hernández.

La contaminación que ha provocado Granjas Carroll y su impacto en la salud de los pobladores de las comunidades que se encuentran alrededor de los centros de producción, así como las lagunas en que depositan los desechos animales ha propiciado todo tipo de males. Los habitantes de las localidades respiran día y noche una peste infernal. Las tolvaneras arrastran la fetidez a muchos kilómetros a la redonda. Ellos creen que sus enfermedades respiratorias se deben a la empresa.

En México Smithfield es propietaria del 50 por ciento de las acciones de Granjas Carroll, en Puebla y Veracruz, y de Agroindustrial del Noroeste (Norson) en Sonora. Durante el año fiscal 2008, Granjas Carroll produjo 950 mil animales, mientras Norton crió 467 mil puercos. El 10 por ciento de la producción porcícola nacional.

Smithfield, el gigante agroalimentario productor de puercos, es una de las más grandes empresas del mundo. En 2008 ocupó el lugar número 222 entre las 500 firmas más importantes de Estados Unidos, según la revista Fortune. Es la tercera compañía más poderosa en la producción de alimentos, después de Archer Daniels Midland y de Tyson Foods. Durante 2008 sacrificó más de 31 millones de marranos y empacó alrededor de 3 millones de kilos de carne de cochino. Sus ingresos superaron los 11 mil 351 millones de dólares. Controla 31 por ciento del mercado de Estados Unidos.

La compañía líder en la engorda y procesamiento de puercos es también una formidable maquinaria contaminante. Cada año genera toneladas de basura que destruyen ríos, matan millones de peces y enferman personas.

La reputación de la compañía es terrible. En tres ocasiones (1997, 2000 y 2006) ha aparecido en la lista que la revista Multinational Monitor elabora para designar a las peores empresas del año. La primera se dio en 1997: por la contaminación ambiental que provoca. La segunda fue por sus prácticas para monopolizar la cría y engorda de marranos, dejando fuera del mercado a los pequeños productores familiares. La tercera por sus prácticas laborales, antisindicales y violatorias de la legislación estadunidense.

Smithfield creció más de mil por ciento entre 1990 y 2005. Su proceso de concentración fue posible gracias a una estrategia empresarial en la que controla cada eslabón de la cadena de producción, desde el momento en el que el puerco nace hasta que pasa a la carnicería. Ha conquistado y monopolizado los mercados quebrando a todos los pequeños ganaderos alrededor suyo.

Para evadir las regulaciones, Smithfield ha trasladado parte de sus operaciones a países en los que las leyes que protegen el medio ambiente son más laxas, y los políticos están más dispuestos a ayudar a la empresa. Es así como ha instalado fábricas productoras de cerdo en otros países. En México se instaló aprovechando el Tratado de Libre Comercio.

Las granjas de Smithfield son verdaderas ciudades de puercos, rodeadas de mares de mierda y desechos, que crecen a la sombra de regulaciones ambientales débiles y autoridades permisivas. Su proceso de producción ha convertido la cría y engorda de los cerdos en una actividad industrial. Los animales viven en jaulas que impiden su movimiento, en barracas con ventilación deficiente, con iluminación constante para estimular su crecimiento. Mal viven respirando aire saturado en gases, sin ver la luz del sol, expuestos a todo tipo de enfermedades y hongos, con su sistema inmunológico lastimado, los puercos-industriales verían en cualquier chiquero de una granja familiar un paraíso. En ocasiones se asfixian al pisotearse unos a otros. Un animal enfermo contagia a los demás fácilmente.

Los puercos generan, en promedio, tres veces más de materia fecal que los seres humanos. El volumen de excremento que evacuan los animales de Granjas Carroll es superior al producido por los habitantes de las ciudades de Guadalajara y Monterrey en conjunto. La diferencia entre ambos es que mientras esas ciudades poseen sistemas de drenaje y alcantarillado para el manejo de las aguas negras, las compañías porcícolas no cuentan con ellos.

Los desechos fecales provenientes de las granjas-factorías de puerco están llenos de sustancias tóxicas. En ellos viven cerca de 100 microrganismos patógenos que pueden hacer enfermar a los humanos, tales como salmonella, cryptosporidium o giardia. Cada gramo de excremento de un cerdo industrial contiene 100 millones de bacterias coliformes.

En el caso de Granjas Carroll, las heces fecales de los cochinos son depositadas en lagunas de oxidación a cielo abierto distribuidas por el valle de Perote. Todo tipo de gases volátiles son expulsados a la atmósfera, junto con millones de gérmenes patógenos. Muchos científicos señalan que éstas son un foco de contaminación de agua, suelo y aire.

La caída de los precios de las materias primas agrícolas durante 2008 obedeció a una razón fundamental: con el dólar revaluado y temiendo una disminución de la demanda de cereales por la recesión económica, los fondos de inversión se retiraron de esos mercados, empujando las cotizaciones a la baja. Las posiciones pasaron de 58 mil millones de dólares a 8 mil millones.

Amarga ironía, apenas el 4 de junio de 2009, la FAO señalaba en su informe Perspectivas alimentarias, que, gracias a las expectativas de una segunda cosecha récord de cereales para este año y las reservas restablecidas, el suministro mundial de alimentos parecía menos vulnerable a sufrir vaivenes. No hay en ello novedad. Durante 2007 la producción mundial de granos aumentó 4 por ciento en relación con 2006. y a pesar de ello los precios se dispararon.

Un pequeño déficit en la producción mundial de alimentos, o la amenaza de él, combinado con un dólar débil y el aumento de precios del petróleo, podría ser suficiente para crear otra explosión de la actividad especulativa de alimentos básicos.

Más allá de los factores climáticos provocados por el aumento global de la temperatura, los incendios en Rusia, los conflictos en algunas regiones y factores de orden macroeconómico, detrás de esta nueva alza en el costo de los alimentos se encuentran tanto factores coyunturales como estructurales. Entre los primeros son evidentes el papel de la especulación en los mercados de futuros de granos y la renovada demanda por parte de las empresas productoras de agrocombustibles. Entre los segundos está la crisis de un modelo de desarrollo agrícola basado en el impulso a la agricultura industrial, la intervención estatal en el sector de los países desarrollados con fuertes subsidios y las nuevas modalidades de intervención del capital en el mundo rural.

Tres bolsas de valores en el mundo fijan el precio de los alimentos en los mercados a plazo: la bolsa de Chicago, de Kansas City y de Minneapolis. Los precios a futuro contratados en Estados Unidos en estas bolsas impactan los precios agrícolas en todo el mundo. De la misma manera, condicionan tanto el precio a futuro como el actual.

En el mercado de Chicago se negocian alrededor de 25 productos agrícolas como mercancías. Los Hedge Funds actúan tanto en el mercado de futuros como en la compra de compañías especializadas en el almacenaje de la producción agrícola.

Diversos analistas señalan que es muy difícil cuantificar exactamente la inversión financiera en el sector agrícola que puede considerar especulativa. Sin embargo, diversas estimaciones concluyen que al menos un 55 por ciento de la totalidad de la inversión financiera en lo agrícola cumple con estas características. En caso como el trigo, el porcentanje es aún mayor: los fondos de inversión controlan entre el 50 y 60 por ciento.

Asesinato silencioso

Para los pequeños agricultores y los campesinos la situación es difícil. Pero para las grandes empresas, la caída en el valor de las commodities agrícolas no supuso un problema. En la recesión económica de la década de los setenta, compañías como General Mills y Kellog se expandieron y tuvieron un mejor desempeño bursátil.

En cambio, para los pequeños productores rurales la situación es radicalmente diferente. La mayoría de ellos no se beneficiaron de los altos precios que hasta hace poco se pagaban por los granos básicos. En ocasiones llegaron cuando sus cosechas ya estaban vendidas o debieron pagar más por el crédito, los fertilizantes, plaguicidas y combustibles. Las ganancias quedaron en manos de las grandes productores, las empresas agroalimentarias y los especuladores.

Ahora, su futuro va a ser más difícil. De entrada, durante 2008 sufrieron la acción combinada de precios de cosechas más bajos y altos costos de producción. Muchos realizaron grandes inversiones. Difícilmente recuperaron el capital que le metieron a las cosechas. Las empresas de insumos agrícolas, desde los fertilizantes hasta las semillas, aprovecharon el auge para cobrar más por sus mercancías. Los agricultores medianamente prósperos aplazaron la compra de maquinaria.

La crisis financiera global contrajo y encareció el crédito destinado al campo. En todo el mundo los productores rurales enfrentan grandes dificultades para tener acceso a él. Y para los campesinos y pequeños productores familiares será casi imposible recibirlo; esa puerta se ha cerrado para ellos.

Para los pobres del mundo, las noticias no son buenas. El futuro inmediato será de penuria alimentaria y altos precios. No hay perspectiva de comida barata.

El asesinato silencioso en masa que viven hoy las naciones no desarrolladas y sus pueblos debe ser detenido. Ello sólo será posible cambiando drásticamente el actual sistema agroalimentario. La solución al problema está en manos de 450 millones de campesinos minifundistas, a los que, por todos los medios, se ha tratado de expulsar de sus parcelas. Tres cuartas partes de los pobres del mundo sobreviven de la agricultura, y 95 por ciento de los campesinos habitan en países pobres. Es a ellos a quienes debe apoyarse.

También deben impulsarse políticas públicas que defiendan la soberanía alimentaria de las naciones. Cuando sea necesario, los gobiernos deben tener el derecho a cerrar sus fronteras para defender su producción interna, a apoyar a sus productores con los estímulos que consideren convenientes. Hoy, más que nunca, la agricultura debe estar fuera de la Organización Mundial del Comercio.

Como lo saben quienes han vivido guerras, la mayor debilidad de una nación es depender de otras para alimentar a sus ciudadanos. La comida más cara es la que no se tiene.

*Periodista y escritor mexicano, coordinsdor de las páginas de Opinión de La Jornada

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