Las mujeres y la mala suerte

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

fotoLos griegos consideraban de mal agüero que una mujer sola fuese la primera en entrar a un bosque. Los romanos recogieron esta superstición y le añadieron la prohibición de que acompañaran a las partidas de caza. Entre los marineros ha sido creencia firme el considerar que la mala suerte sube al barco acompañando a una mujer. Incluso el que una señora se pusiera una gorra de marino ha sido tradicionalmente interpretado como un mal «fario» para el buque.

Curiosamente los mascarones de proa de los veleros reproducían en muchas ocasiones las formas de una mujer. Si la figura era dañada, se caía al mar o sufría cualquier contratiempo se consideraba el preludio de un naufragio. El mascarón de proa, en las creencias marineras, iba unido inseparablemente a la nave. En los desguaces de los veleros nadie solicitaba llevarse ese recuerdo, en ocasiones verdaderas obras de arte. Se lo consideraba el espíritu del barco y el único elemento femenino con permiso para permanecer a bordo.

Los mineros repiten una historia parecida. La pérdida de una veta o el riesgo de derrumbes eran las previsibles consecuencias de la bajada de una mujer a las entrañas de la tierra.

Otras explicaciones a esta serie de creencias ponen el acento en que el origen de la prohibición buscaba evitar enfrentamientos en trabajos rudos donde el aislamiento y la fortuna tienen un peso importante.

En ocasiones, la discriminación ha sobrevivido intacta hasta nuestros días en España. Fue el Tribunal Supremo el que hubo de dictaminar el derecho de las mujeres a pescar en el lago de La Albufera. Desde que en 1353 el rey Pedro de Aragón otorgara los Reales Privilegios de pesca a la ciudad de Valencia y en 1857 la exclusividad recayera sobre la Comunidad de Pescadores de El Palmar, sólo hombres han sido los que han podido faenar en La Albufera. La pesca en el lago se ha regido siempre por el derecho consuetudinario. La tradición manda.

Sólo los hijos de los pescadores, respaldados por algún socio, podían formar parte de la organización. Ni siquiera los nietos varones, descendientes de hijas de pescadores de la comunidad, han tenido acceso al privilegio de la pesca. El artículo 14 de la Constitución, que prohibe cualquier discriminación por razón de sexo, fue el contundente argumento utilizado por el Supremo para inhabilitar la tradición en el contencioso de La Albufera.

Impureza femenina

La sangre menstrual ha sido uno de los condicionantes más fuertes a la hora de impedir que la mujer fuese admitida como miembro de pleno derecho en la sociedad. La «impureza» derivada de esta situación era y es el argumento esgrimido para evitar, por ejemplo, que la mujer manipulara la carne de cerdo durante la matanza.

La mitología popular sostiene también que no es conveniente que una mujer riegue las plantas durante el período. Cortarse el pelo en esos días puede acarrear esterilidad. De la misma forma tiene prohibido asistir a la fermentación del mosto en las bodegas. La «impureza» podría agriar el vino o dotarlo de aromas extraños.

La religión ha servido también como un justificante de la desigualdad. Hasta hace pocas décadas una mujer con la regla no podía entrar en una iglesia ni comulgar. Entre los musulmanes no puede pisar una mezquita, están exentas de las cinco oraciones diarias y tienen prohibido tocar el Corán.

Los cristianos ortodoxos, por su parte, consideran que durante la menstruación la mujer no puede besar iconos. Los seguidores del calendario antiguo son aún más severos. Las mujeres han de asistir a misa con la cara lavada, el cabello cubierto y faldas hasta los tobillos. Durante la ceremonia han de quedarse de pie.

La iglesia ortodoxa, al igual que las sinagogas judías, dividen a los fieles en las homilías. Las mujeres a la izquierda, los hombres a la derecha. Entre los ortodoxos, al igual que los católicos, la mujer puede buscar el auxilio espiritual de una monja, pero la oración de absolución de los pecados sólo puede ser hecha por un sacerdote. Tampoco en esta confesión ninguna mujer puede entrar en el hiero (sacristía) pues se las considera impuras. La única excepción es la señora de la limpieza a la que el pope bendice y purifica antes de cada fregada de suelos.

fotoCirugía contra el mal

Quizás la discriminación más cruel y peligrosa sea la de la ablación clitorideana. La tradición es, de nuevo, la razón más invocada a la hora de explicar la mutilación genital femenina. En ocasiones esta práctica se considera necesaria para certificar el paso de la niñez a la edad fértil. El control de la sexualidad femenina es otro de sus motivos.

Con la ablación se mitiga el deseo sexual de la mujer y, por lo tanto, se reducen las posibilidades de infidelidad. En algunas sociedades es imposible que una mujer se case si no se ha sometido previamente a esta práctica. La limpieza y la higiene son otras tantas excusas que buscan justificar esta práctica bárbara. En algunas sociedades africanas a las mujeres no mutiladas se las considera impuras y no se les deja manipular el agua.

Otras creencias mantienen que los genitales femeninos crecen durante toda la vida y que por comodidad es conveniente cercenarlos. El clítoris cuenta con su propia mitología y las versiones que lo consideran peligroso son comunes. Según ésto el hombre podría correr peligro de muerte si lo toca con su pene. Otra versión mantiene que el bebé pudiera malograrse si lo roza con la cabeza durante el alumbramiento.

La forma más brutal de ablación es la infibulación, también conocida como circuncisión faraónica. A las niñas víctimas de esta práctica se les cortan los labios mayores y el clítoris. Las superficies carnosas resultantes se unen para que al cicatrizar cierren la vagina. En ocasiones se cosen directamente. El órgano sexual femenino queda reducido a un agujero por el que la víctima podrá orinar y expulsar los flujos menstruales.

Esta mutilación hace que el primer acto sexual se convierta en una tortura. Es necesario volver a agrandar la vagina, por lo que se practican cortes que permitan la penetración. Después del alumbramiento es habitual volver a coser la vagina de la mujer.

Aunque la práctica de la ablación y de su variante más agresiva, la infibulación, es anterior al Islam, hoy día la mutilación genital femenina se relaciona con esta religión. Quizás la culpa de este hecho recaiga sobre los propios líderes islámicos, que no se muestran unánimes a la hora de condenar esta práctica. Si bien es cierto que El Corán no contiene ninguna defensa de la ablación, algunos proverbios atribuidos a Mahoma recogen la opinión del profeta. Según la misma fuente la respuesta dada fue «reduce pero no destruyas» con lo que se dejaba la puerta abierta a una forma leve de mutilación.

La ablación, que pudiera parecer una práctica lejana, se practica en Europa. La llegada masiva de inmigrantes subsaharianos al viejo continente ha traído también esta práctica ancestral a nuestro suelo. Las fiscalías de Londres y París ya han puesto en marcha procedimientos legales para erradicar lo que nuestra civilización ha tipificado como una violación a los derechos de la mujer.

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* Periodista español.

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