Laura Forchetti: Somos esos que andamos forzando el lenguaje
Profesora especializada en Educación Especial y en Estimulación Temprana, es la poeta Laura Forchetti, nuestra entrevistada, quien, entre otros tópicos, declara ‘El feminismo ha sido un elemento de influencia ineludible en mi poesía’, así como que ‘Difundir la obra de escritoras se ha convertido en un objeto central para mí’.
— Fue por teléfono que me explicaste lo concerniente a tu versión libre, lúdica e inédita a partir del poema de Pier Paolo Pasolini: “Who is Me?”, y entonces yo te invité a que incluyéramos ese texto de septiembre de 2011 al principio de nuestra conversación. ¿Quién sos vos, Laura?
— Soy una
Soy una
que nació en un pueblo de la llanura pampeana en 1964.
Tengo por consiguiente cuarenta y siete años llevados
(hace un rato me miraba al espejo
y veía las manchas lívidas alrededor de mis ojos);
mi padre murió en el 2000, mi madre está viva.
Ya no lloro cada vez que lo recuerdo,
pienso en sus manos femeninas
con olor a madera, naranjas.
Él había llegado de Italia en el ‘49.
Venía de un pueblo alargado como una serpiente
sobre los Apeninos centrales: Casalanguida;
pude ver, después, sus campanarios.
(Esta mañana me despertó el reloj de la torre de la iglesia
con su campana de las cinco y media
y pensé por primera vez en eso.)
En cuanto a la poesía, empecé a los nueve años:
pero no era precoz, sino quieta y tranquila.
Quería ser una poeta de nueve años,
como las poetas ahogadas en el mar.
Ahora, en este pueblo en silencio,
donde la lluvia muere lentamente
y la tierra demora sus dones,
en diciembre las segadoras deshuesan el cielo
—ya no alimentan gaviotas
ni nacen hierbas sin nombre,
amargas y llenas de lo que se llama vida—
en otoño las abejas arden los girasoles
por el aire interminable y ausente.
Ahora, en este pueblo, todavía escribo
cuadernos y libretas que se olvidan.
La cosa más importante de mi vida ha sido la escritura,
hecha posible por lo indispensable: mi madre, mi padre,
mi hermana, Alejandro, los hijos, la compañía,
tantas mujeres, gente acercando su alimento.
En el 2008, en este lugar donde mi país
es de tal manera él mismo que no queda
posibilidad para las metáforas de la nacionalidad,
lleno de agricultores y pequeños comerciantes,
gente educada y prejuiciosa, poca fantasía,
en este pueblo publiqué mi primer libro de poemas
con el título impreciso de “cerca de la acacia”
(hay un dibujo con flores en la tapa, la luz de una sombra),
el árbol de la seda que me recibió
en la casa donde vivo, atravesada por el día
que recorre una a una cada habitación
de este a oeste, hasta dejar la cruz del sur
colgada sobre las plantas perdidas del patio.
No escribí esos versos en dialecto como Pasolini,
pero puse dos o tres palabras en italiano,
el idioma que mi padre conservó en su lengua,
como una articulación demorada, para siempre.
El libro estaba dedicado a él, aunque no lo leyó.
Le hubiera dado inmenso placer,
éramos grandes amigos, sin saberlo ni admitirlo;
nuestra amistad también formaba parte del destino,
estaba más allá de nosotros.
Lo veo ahora que ocupo sus años
o cuando converso con la gente por la calle.
La vergüenza y el miedo eran hacia mi madre.
Aquel librito dedicado a mi padre hablaba de nosotras;
lo que había visto los días de la muerte, la tristeza
en el cansancio del cuerpo y el terror,
mientras llevaba mi segundo hijo y le hablaba
en un parque con escaleras y figuras clásicas;
la sopa de las tías como en la infancia
y el olor de la ciudad que no era nuestra.
Le dije: Leelo si querés, no llores; o si no, dejá,
no importa, no te enojes que puse todo ahí,
no sabía qué hacer con estas cosas.
Pero ella lo leyó y me llamó por teléfono
para decirme que estaba bien.
Dijo que los poemas eran los paisajes
en que vivimos, que podía detenerse ahí
para pensar, como a la puerta de una siesta
amarilla y pegajosa de polvo y moscas, flores
de paraíso que adormecen y consuelan.
Ahora son mis palabras, no las de ella, que recuerdan.
En el libro no hablaba de mis años fuera del pueblo
del que hui en el ‘88, ‘89 sin querer volver,
aunque sólo pude hacerme poeta aquí, en este sitio
en que los dramas son el alimento del viento,
corriente que pone un dedo sobre la boca y pide silencio.
Me dictaron algo donde estuve haciendo no sé qué cosas,
pero recién lo supe de regreso a la vereda
de los árboles aserrados en invierno, implorantes
como viejos que han abandonado a su locura.
Aquí supe que tenía que escribir y compré cuadernos
azules; hay ocho o nueve cuadernos azules guardados
en mi biblioteca, en ellos aprendí a escribir mis poemas.
Tenía treinta y seis años y empezaba de nuevo.
Todavía estoy en eso.
— ¿Tu primera lengua fue el italiano?
— Sí, cuando tenía seis meses mi familia se trasladó a Italia y allí permanecimos por dos años. Mi padre era italiano, carpintero; mi madre, costurera, hija de español y tengo una hermana mayor, Perla, profesora de Literatura. En Italia, rodeada de tías y tíos, con la Nonna Domenica, aprendí a caminar, a hablar, a comer sola, a jugar con muñecas. De regreso en Argentina, en Coronel Dorrego, cursé el jardín de infantes y la escuela primaria. Hice la secundaria en el Colegio San José, con orientación docente y obtuve mi título de Maestra Normal Superior.
— Residiste un tiempo en la ciudad de Bahía Blanca.
— Entre 1989 y 1994. Allí conocí a quien es mi compañero desde hace más de veinticinco años, Alejandro Lemus, y con quien tenemos dos hijos, Pablo y Vittorio. En Bahía concurrí a los talleres de Educación por el Arte en La Casa del Sol Albañil, que coordinaba Mirta Colángelo, mi gran maestra en poesía. Antes, a partir de la vuelta a la democracia en 1983, había pasado por otros talleres de expresión artística.
Esos talleres y en especial el contacto con Mirta Colángelo, cambiaron el rumbo de mi actividad docente, ya que empecé a dedicarme a coordinar talleres de lectura y escritura creativa en mi pueblo y en diversas localidades de la zona y dejé mi actividad en la educación formal. Me especialicé en animación a la lectura y la escritura y en literatura infantil y juvenil: a través del juego, la experimentación, la reflexión: mi labor preferida y primordial: crear historias, descubrir la magia de una palabra, su sonoridad, reír con todo el cuerpo, emocionarse, imbuirse de la intimidad de ese contacto único a través del arte, especialmente en grupos con chicas y chicos.
— ¿Y Poesía en la Escuela?
— Poesía en la Escuela es un proyecto creado por las poetas Marisa Negri y Alejandra Correa con el objetivo de que la poesía entre en las escuelas de todo el país, de la mano de poetas y artistas, con propuestas de talleres, festivales, lecturas, intervenciones públicas. Empecé a participar activamente de esta iniciativa colectiva e independiente en 2012. En 2016 movilizó a más de sesenta escuelas de distintos puntos de nuestro país, de todas las modalidades y niveles. Se logró editar “Pie firme sobre cálido cielo”, una antología de poemas de quienes participaron en los talleres a lo largo de los años, donde se incluyen textos de chicas y chicos de Coronel Dorrego.
— ¿Algún otro encuentro potente y esencial?
— El feminismo. En 2005, después de un taller de lectura de la novela de Julio Cortázar, “Rayuela”, con un grupo de amigas y mi hermana creamos un programa radial: “Y que los platos los lave otro”. Programa que se transformó en el primer espacio feminista en Dorrego, generando eventos sociales y culturales diversos: ciclos de cine, conferencias, talleres, presentaciones de libros, marchas, jornadas en la calle, muestras artísticas, intervenciones.
Y así nos fuimos conectando con grupos feministas de la región y de todo el país, coordinando acciones conjuntas, difundiendo y concibiendo eventos que concienticen sobre la necesidad del ejercicio pleno de los derechos para las mujeres y la solución urgente al problema de la violencia de género. El feminismo ha sido, además, un elemento de influencia ineludible en mi poesía y es mi lugar de militancia.
— En radio ya habías incursionado.
— A finales de los noventa, junto a mi amiga Laura de la Loza, creamos un micro radial sobre educación y crianza: “El hilo y el trompo”. Y desde 2005, por varios años, conduje “Todo lo maravilloso”, espacio dedicado a la literatura infantil. Los programas mencionados se trasmitieron por la AM La Dorrego y por las FM Manantial, Del Galeón y Del Sol.
— Te mantuviste vinculada con el Espacio de la Editorial Vox.
— Sí, en ese Espacio, fundado por Mirta Colángelo y Gustavo López, concurrí, en el 2000, al seminario dictado en Bahía Blanca por Arturo Carrera y Daniel García Helder, a través de una beca de la Fundación Antorchas. Ese seminario, además de permitirnos trabajar intensamente con nuestros textos, fue importante porque propició el contacto entre quienes estábamos escribiendo poesía en la región, pudimos intercambiar experiencias estéticas y creativas y establecimos amistades que perduran en el tiempo.
— Otras experiencias, más o menos en esta línea, habrás tenido.
— En 2001 inicié un trabajo de clínica poética —meticuloso, exigente, respetuoso— con la poeta, crítica y traductora Delfina Muschietti.
Una década después me incorporé a un taller virtual de poesía coordinado por la poeta Roberta Iannamico; lo integramos escritoras y escritores provenientes de diferentes puntos del país y de diversos campos profesionales y literarios; es una experiencia muy enriquecedora, no sólo en relación al trabajo con la poesía, sino también, y especialmente, desde lo humano. Otra influencia importante se produjo a partir del encuentro con la artista plástica Graciela San Román, también dorreguense.
En 2003 me invitó a participar con mis textos en la muestra “Ando pidiendo verte”, que se realizó inicialmente en Coronel Dorrego en memoria de cuatro jóvenes del pueblo desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar. A partir de ahí seguimos elaborando obras en torno a temas relacionados con derechos humanos y género. En octubre de 2008 inauguramos, en la Biblioteca Rivadavia de Bahía Blanca, la muestra “Un objeto pequeño”, homenaje a María Salomón de Aiub, madre de Carlos, Ricardo y Marita Aiub, desaparecidos. La muestra consta de una serie de poemas de mi autoría y una colección de cajitas intervenidas por Graciela con hilos, bordados, objetos, elementos naturales.
En 2010 se presentó el libro “Un objeto pequeño”, con mis poemas y fotografías de las obras de Graciela. Libro y muestra anduvieron por La Plata, Bahía Blanca, Viedma, Puerto Madryn, y en tu ciudad, en el Centro Cultural de la Cooperación. Graciela es también la autora de las obras que aparecen en tapa e interior de otros dos libros míos: “Temprano en el aire” y el inédito “Pájaros o reinas”. También trabajamos juntas, Rolando, en varias muestras relacionadas con la violencia hacia las mujeres, expuestas en Coronel Dorrego, Monte Hermoso y Bahía Blanca.
Ahora estamos con el proyecto “Oración a la Madre Sandía”, un juego en que Graciela creó la imagen de la Virgen de la Sandía, con su altarcito portátil y yo escribí la oración, el rezo a la Bellísima Reina del Verano. Este proyecto se fue convirtiendo en un libro, la Oración con sus nueve imágenes, que deseamos poder publicar pronto.
— Entiendo que tu único libro de poesía infantil es el de 2015.
— Sí, aunque hace ya varios años que vengo escribiendo poesía pensada para niñas y niños, lo que tengo publicado en poesía infantil es “Donde nace la noche”. Las ilustraciones que acompañan los poemas son de María Elina Méndez, que también es argentina y con quien fue un placer trabajar en el libro; sus dibujos, delicados, llenos de detalles y sugerencias, son una compañía de lujo para mis poemas.
— Administrás dos blogs.
— Administro de manera bastante inestable dos blogs:“Todo lo maravilloso”, dedicado a difundir textos y poemas de las chicas y los
chicos que participan de mi taller en Dorrego, en el que a veces se cuelan reflexiones, actividades, notitas relacionadas con el juego/trabajo con las palabras y “Paso de los teros”, donde suelo publicar mis propios poemas o notas sueltas, crónicas, casi entradas de un diario personal.
— Hablemos de“Libro de horas”.
— Es un poemario que juega con la vieja idea de los Libros de Horas Medievales, que disponían las oraciones, los rezos para cada momento del día. En mi “Libro de horas”, los poemas agrupados en Laudes y Lucernarias son como oraciones a la naturaleza, a su luz y sombra. La tercera parte se titula Salir de Casa; son casi notas de un diario íntimo, ordenado según los meses del año. Y cierra el libro un poema dedicado a Guillermo Enrique Hudson [1841-1922]: Reloj de la Pasión. En realidad, todo él está atravesado por la presencia de Hudson: citas de sus libros van abriendo cada apartado.
— Nombres de escritoras a las cuales citás en tus libros: Alfonsina, Katherine, Sylvia, Marguerite, Idea, Clarice, Gabriela, Emily…
— Esos nombres forman un mapa de lectura. Leer sus libros ha sido una experiencia fundamental para mí, no sólo como poeta, como mujer. Leerlas me ha ayudado a encontrarme conmigo misma y con mis hermanas. Las admiro, las amo. Me gusta nombrarlas, que estén presentes en mis poemas.
Difundir la obra de escritoras se ha convertido, en los últimos años, en un objetivo central para mí. Incluso en los talleres que doy, siempre trato de llevar sus textos, porque todavía hay una gran desigualdad entre la difusión y valorización de la obra de las mujeres y la de los varones. Por ejemplo, en las universidades o estudios superiores, el porcentaje de obras de escritoras mujeres sigue siendo muy minoritario, vergonzosamente minoritario.
– En tu “Cartas a la mosca”: escarabajo, serpiente, erizo verde, paloma, armadillo, saltamontes, gallo, vaquita de San Antonio, gorrión, araña, murciélago mariposa, chicharra, abeja, colibrí, polilla…
— El mundo que me rodea, lo que veo todas las mañanas, los seres que me acompañan mientras escribo mis poemas. Aprendo de ellos. Pura belleza también, ese pequeño mundo que teje, dibuja, vuela, canta, alumbra, se esconde a nuestro alrededor.
— Y también, de alguien que identifica a pocas flores por su nombre (yo), a quien probablemente identifica a muchas, según se trasluce en su poética (vos), estas flores que sustraigo de ella: girasol, azucena, malvón, tulipán, amapola, cala, violeta, hortensia, camelia, magnolia…
— Lo mismo que dije en la respuesta anterior. Las flores también son seres de comunicación, nos acompañan, mejoran nuestra vida en la Tierra. Sin las flores, sin las plantas, no habría vida humana, por supuesto. Y sus nombres son increíbles, una quiere poner esos nombres, todos, esas palabras en el poema.
— Oigamos a estos tres escritores: Baldomero Fernández Moreno (1886-1950): “Todo es anécdota: anécdota intelectual, aérea, creacionista, o anécdota de pan y queso. La poesía viene o no viene, después.” Roland Barthes (1915-1980): “Es escritor aquel para quien el lenguaje crea un problema, que siente su profundidad, no su instrumentalidad o su belleza.” Luis Luchi (1921-2000): “Cuando un poeta lee está determinando una cantidad de emociones con la inflexión de la voz. A mí escuchar me da claves para sentir los poemas.” ¿De cuáles afirmaciones te sentís más próxima?
— De las tres: no son opuestas, son complementarias. Como Baldomero, creo que el poema se alimenta de la anécdota, lo más pequeño de nuestra vida, lo insignificante. El poema ayuda a mirar, a descubrir de qué habla esa anécdota, qué nos dice, qué destello nos deja. La poesía caza esos instantes y los vuelve —si tenemos suerte— verdad y belleza. Pero, como también dice Baldomero, la poesía viene o no viene.
El poema se hace o no. No sé si esto es importante, lo necesario es percibir el destello del instante, ese otro lado de lo que vemos, escuchamos, vivimos. El misterio. Si se hace poema, lo celebramos. Pero la mayoría de la gente siente ese destello, aunque no lo escriba.
Y esto conecta con la cita de Barthes; quienes queremos llevar esos instantes al poema, tenemos la inquietud de la escritura, somos esos que andamos forzando el lenguaje, haciendo trampas al diccionario y a la gramática, sentimos la profundidad de las palabras, ese otro mundo que encierran, no instrumental, poético, inútil.
La cita de Luchi nos deriva a otro lugar: la lectura en voz alta del poema, la voz del poeta que lee. Escuchar el poema —especialmente en la voz de quien lo ha escrito— es otro tipo de experiencia poética. El poema entra por el oído, nos atrapa su música, su tono, la dicción, el arrastre de esa voz, el eco dentro de nuestro cuerpo. Una experiencia muy diferente a leer el poema sobre el papel, que es una experiencia visual e intelectual. El poema leído es un río en el que nos dejamos llevar, transportar a otra orilla, una orilla desconocida, recién creada.
— En la práctica, Laura, nos ha costado sintonizar. Produjimos, no obstante, nuestro diálogo asimétrico. Declarado esto a nuestros lectores, dejo para el final, casi como palabras tuyas, el texto de nuestra admirada Clarice Lispector (“Descubrimiento de un mundo”) que últimamente me transcribiste en un mail:
— “Al linotipista:
Disculpe que me equivoque tanto en la máquina.
Primero porque mi mano derecha resultó quemada.
Segundo, no sé por qué.
Ahora un pedido: no me corrija. La puntuación es la respiración de la frase, y mi frase respira así.
Y si a usted le parezco rara, respéteme también.
Incluso yo me vi obligada a respetarme. Escribir es una maldición.”
Ficha
Laura Forchetti nació el 18 de septiembre de 1964 en la ciudad de Coronel Dorrego, provincia de Buenos Aires, República Argentina, donde todavía reside, alternando con largas temporadas en la ciudad de Monte Hermoso, en la misma provincia. Es Profesora Especializada en Educación Especial y Profesora Especializada en Estimulación Temprana, egresada en el Instituto Superior Nº 9 de la ciudad de La Plata. Participó en 2009 como invitada en el Festival Internacional de Poesía de Rosario. Ha sido incluida en las antologías “23 chichos bahienses” (2005) y “Poetas argentinas 1961-1980” (selección y prólogo de Andi Nachon, 2007). Publicó los poemarios “Cerca de la acacia” (2007), “Un objeto pequeño” (en colaboración con la artista plástica Graciela San Román, 2010), “Cartas a la mosca” (2010), “Temprano en el aire” (2012), “Donde nace la noche” (VII Premio de Poesía Infantil Ciudad de Orihuela, Editorial Kalandraka, Pontevedra, España, 2015) y “Libro de horas” (Primer Premio en Poesía del Fondo Nacional de las Artes 2016, Editorial Bajo la Luna, Buenos Aires, 2017).
*Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Coronel Dorrego y Buenos Aires, distantes entre sí unos 630 kilómetros, Laura Forchetti y Rolando Revagliatti, junio 2017.