Lecciones de animalidad

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Wilson Tapia Villalobos*

Una gorila y una perra son las responsables de esta nota. No soy veterinario ni aficionado a las mascotas. Me gustan los animales en libertad, porque me gusta la libertad. Esto no tiene que ver con ideología, tal vez es sensibilidad. O, simplemente, el deseo de decirnos a los seres humanos que no somos el centro del universo y que nos equivocamos al despreciar lo que somos, básicamente animales.

La gorila Gana habita el zoológico de Münster, en Alemania. Hace una semana, Claudio, su hijo de tres meses, murió. Ella se lo echó a la espalda. Cuando leí la noticia, llevaba cinco días con el cadáver sobre su cuerpo. Tal vez fue un homenaje, el duelo, la locura del encierro, quizás. Cualquiera sea la explicación, Gana demostró un tremendo amor. No sé cómo será el cielo de los gorilas, pero Claudio debe estar allí, guiado por el cariño de su madre.

En La Plata, Argentina, una adolescente de 14 años dio a luz a una niña. Y, seguramente confundida, desesperada, la dejó en el mismo lugar en que parió: un descampado, un sitio eriazo lejos de su casa.

China, una perra que tenía a su camada en la cercanía, escuchó los llantos de la recién nacida. Con la dulzura que sólo la maternidad animal enseña, la llevó hasta donde estaban sus crías y la cobijó de la noche fría en este crudo invierno bonaerense.

La noticia ha sido publicada en diversos periódicos del mundo. Todos han coincidido que Gana y China nos dieron, a los humanos, una lección de humanidad. Creo que es otra de las notas equivocadas. Y es posible que ésta sea por inadvertencia, sin querer.

Lo que hicieron estas dos madres fue mostrar su animalidad. Su sentido natural de acercarse a la vida y preservarla, en un caso, y rendirle un homenaje tras su partida, en el otro. No hicieron más que eso. No nos recordaron ningún rasgo humano que los humanos hayamos creado. Los animales llevan el amor en sí mismos. Como nosotros, que somos como ellos. Pero nuestra racionalidad nos ha convencido que somos superiores, que la inteligencia nos pone en otro estadio. Y en cierto sentido es así. No en cuanto a las cuestiones básicas, como la manera natural de acercarse a la subsistencia. O la defensa que hace una madre de la vida que recién aflora.

Los humanos perdimos mucho de esa animalidad. La necesidad de organizarnos para vivir en sociedad nos llevó a dotarnos de normas cada vez más rígidas. Luego vino el juego del poder y allí se impusieron nuevas conductas morales que nos distanciaron de nuestro estado natural.

¿Por qué China tuvo que proteger a una recién nacida abandonada por su madre? La adolescente de 14 años no la abandonó por maldad.

Posiblemente la impulsó el miedo a la segregación, al castigo social por ser madre soltera y a tan temprana edad. El alejamiento de nuestra animalidad nos hizo olvidar que las mujeres son fértiles desde que comienzan a ovular. Eso es lo natural, aunque socialmente no sea aceptado que las mujeres tengan hijos tan jóvenes y fuera del matrimonio.

El castigo social no solamente significa desprecio, también es una existencia de privaciones en un mundo en que la competencia resulta feroz.

China nos mostró nuevamente el camino. Ella, como perra, no tenía ningún estatus social que resguardar. Se podía dar el lujo de tener a sus cachorros y hasta de cobijar a uno más que había encontrado por ahí, desvalido. Eso no es una enseñanza de humanidad. Es pura animalidad.

Gana nos revela otra faceta nuestra. La tenemos allí, lejos de su hábitat, perdida en un encierro que no le permite mirar el horizonte verde plagado de árboles. Diariamente debe merodear entre rejas para que los humanos, con toda humanidad, disfrutemos de su compañía mientras cumple una condenada a perpetuidad.
Alguna vez tendremos que comprender lo que perdimos al despreciar nuestra animalidad y creer que el amor, la equidad, la solidaridad, son producto de un elaborado raciocinio. A él si le debemos la organización. El caer en cuenta que la unidad permite alcanzar logros mayores. Pero cuando sólo le damos cabida a la razón, nuestros rasgos animales se desvirtúan, enferman.

Tal vez en reencontrar nuestra propia naturaleza y honrarla, esté el futuro de la Humanidad. Y, quizás, logremos ser animales desarrollados.

 
* Periodista.

 

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