El gabinete rebelde fue disuelto y no ha sido reconstituido, por su fracaso en la investigación del asesinato. El Consejo Nacional de Transición ha establecido pautas para gobernar el país post Khadafi, que pretenden asegurar que se mantengan la ley y el orden, alimentar a la gente y continuar con los servicios públicos.
Es demasiado pronto para saber si se trata de una ilusión inspirada en el extranjero o si tendrá algún efecto benéfico en los hechos. El gobierno libio era una organización destartalada en los mejores momentos, de manera que cualquier falla en su efectividad puede no notarse al principio. Pero muchos de aquellos que celebran en las calles de Trípoli y saludan a las columnas rebeldes que avanzan, esperaran que sus vidas mejoren, y se sentirán defraudados si eso no sucede.
Las potencias extranjeras probablemente empujarán para formar una asamblea de algún tipo para darle al nuevo gobierno legitimidad. Necesitará crear instituciones que el coronel Khadafi abolió en su mayor parte y reemplazó por comités supuestamente democráticos que, en realidad, supervisaban el caprichoso gobierno de un solo hombre. Esto no será fácil de hacer. A los opositores de larga data del régimen les resultará difícil compartir los botines de la victoria con aquellos que cambiaron de bando a último momento.
Algunos grupos obtuvieron poder por la guerra misma, como los bereber de las montañas del sudeste de Trípoli, marginados durante mucho tiempo, quienes reunieron la milicia más efectiva en combate. Querrán que se reconozca su contribución en cualquier distribución del poder.
Libia tiene varias ventajas sobre Afganistán e Irak. No es un país con una gran parte de su población al borde de la desnutrición. No tiene la misma historia empapada en sangre que Afganistán e Irak. A pesar de toda la demonización del coronel Khadafi durante los últimos seis meses, su gobierno nunca compitió con el salvajismo de Saddam Hussein.
*De The Independent de Gran Bretaña.
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