Libros: con diez títulos por banda, viento en popa…

Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La presidenta de la Unión Internacional de Editores (UIE) -elegida en junio de 2004- Ana María Cabanellas señaló en la reunión barcelonense del Liber -Salón Internacional del Libro- que la piratería «recurre a sistemas tramposos: utilizan formatos más pequeños, eliminan capítulos enteros para emplear menos papel».

Dijo además: «La cultura de la fotocopia empieza en el jardín de infancia cuando los maestros les dan a los niños fotocopias en color y se las cobran a los padres como material escolar».

Con Cabanellas es la primera vez que Latinoamérica llega a la cabeza de la Unión Internacional de Editores (UIE) en sus 108 años de historia; su mandato es por dos años. La abogada, al ser elegida en Berlín, dijo que «honestidad y responsabilidad guiarán mi trabajo». Sus antecedentes incluyen haber sido presidenta de la Cámara Argentina del Libro durante cuatro períodos, presidenta del Grupo Interamericano de Editores y vicepresidenta de la UIE por dos períodos.

Ana María Cabanellas preside en la actualidad dos editoriales argentinas: Heliasta y Claridad; no hay mayores antecedentes sobre el rol que ambos negocios cumplen en el estímulo de la cultura lectora argentina y latinoamericana. Heliasta publica básicamente diccionarios y literatura jurídica -en buena parte traducciones de obras extranjeras- y Claridad -junto con también publicar diccionarios y obras de divulgación temática- tiene entre sus novedades textos de Edgar Allan Poe y otros escritores cuyos derechos de autor han caducado.

La Unión Internacional de Editores está presente en 66 países y la integran alrededor de 80 editoriales. Su objetivo es la defensa del Copyright -este signo: ©- en cuanto ampara la inversión del editor y la libertad de impresión. Conforma una ONG asesora de la ONU.

Piratas a la vista

La vigésima segunda edición del Salón Internacional del Libro, inaugurada el último miércoles de setiembre de 2004 en Barcelona, a la que asistieron representantes de la industria editorial, de 60 países, partió con un grito de alarma: los piratas amenazan con liquidar la industria del libro en América Latina.

El Grupo de Entidades de Derechos Reprográficos de Iberoamérica (GEDRI) dio a conocer antecedentes que pusieron piel de gallina a los delegados: no menos de 50.000 millones de páginas se fotocopias todos los años en el subcontinente; esto equivale a unos 250 millones de libros que significan a las editoriales la pérdida de no menos de 500 millones de euros (unos US$ 550 millones).

Otras cifras indican que sólo en España la fotocopia hacer perder -o dejar de percibir- unos 388 millones de euros a las casas establecidas, y que si se suma el total de las pérdidas -o no ganancias- de la industria editorial en el mundo iberoamericano ésta llega posiblemente a los 3.000 millones de euros.

Los preocupados editores no dejan de señalar, sin establecer porcentajes, que estas fotocopias son también un grave perjuicio para los escritores, puesto que dejan de percibir sus derechos de autor.

El presidente de los editores catalanes indicó, frente a este problema, que «En la próxima Cumbre Iberoamericana de jefes de estado y de gobierno, pediremos formalmente que los gobiernos de los respectivos países (…) adopten medidas contra la constante agresión de los derechos de autor».

En rigor -aunque no existen estudios acuciosos sobre el asunto- más del 90 por ciento de las fotocopias serían de párrafos o páginas -no la obra completa de un autor- hechas por estudiantes de libros existentes en las bibliotecas de sus centros de estudio. Las fotocopias no se venden ni comercian de ninguna manera. Muchas veces se fotocopian páginas de obras de consulta: enciclopedias y diccionarios, y un gran número de los libros fotocopiados son obras clásicas, que no pagan derechos de autor.

El presidente del Grupo Interamericano de Editores (GIE), Gonzalo Arbeloa -de Colombia- responsabilizó de la piratería a «los gobiernos que deben legislar sobre el libro y la lectura e instalar bibliotecas en las zonas apartadas de los centros urbanos, porque de lo contrario están vulnerando el derecho a la lectura».

Más interesante, por su contenido autocrítico, fue la mención de Arbeloa, a la responsabilidad de los mismos editores ante la piratería, porque, dijo: «tenemos un compromiso con la lectura y debemos editar obras de calidad y de precio asequible para las economías de los diferentes países».

La «industria» paralela

El problema de la piratería, empero, va más allá del fotocopiado escolar Existe en América Latina, España y Portugal una industria editorial paralela, que en países como Chile opera con agilidad y rapidez sorprendentes, logrando en ocasiones poner a disposición del público «best sellers» antes de que éstos lleguen a las librerías y supermercados. Ocurrió así, por ejemplo, con la última entrega de la historia de Harry Potter. O salen estos «piratas» con las obras a la -literalmente- calle junto con la edición legal, como sucedió en el mismo país con el policial El Código Da Vinci.

A mediados de setiembre de 2004 en la ciudad de Concepción -sur de Chile- se informó del decomiso de libros impresos, computadoras con textos ya diagramados listos para imprimir y compactos musicales por unos US$ 500 millones.

En los últimos años al problema del fotocopiado y la ediciones no autorizadas en papel se suma el comercio de libros en discos compactos (CD). Las ediciones en soporte magnético -según la capacidad del CD- permiten incluir en un solo disco, acusó en Barcelona Cabanellas, unas 400 obras, que se venden «a cuatro dólares», es decir a un centavo de dólar el libro.

Los libros publicados en este soporte carecen de diagramación. Son por lo general formatos de texto -en algunos casos son archivos PDF, que pueden leerse e imprimirse desde cualquier computadora- y no «muerden» en demasía el negocio editorial tradicional.

Otra cara del negocio ilegal de la publicación de obras en papel la constituye, prácticamente en toda América Latina, la edición de textos escolares, que no ha sido debidamente cuantificada, pero que es notoria, por ejemplo, en Colombia y México.
María Fernanda Mendoza, administradora general del Centro Mexicano para la Protección y Fomento a los Derechos de Autor, figura en ese país a la cabeza de la lucha contra esta actividad, que significa unos US$ 500 millones de no ganancias para las editoriales y unos US$ 48 millones que no se perciben por los derechos de autor.

El asunto es que algunos libros de texto usados en las escuelas de Medicina, Arquitectura, Ingeniería, Química, etc… pueden costar -con el descuento que obtienen los estudiantes en México- unos US$ 140, suma inalcanzable para la mayoría de los 130.000 alumnos de esa casa de estudios -y para la generalidad de los universitarios del subcontinente-. Muchos de esos libros son importados de Europa y EEUU.

En la Argentina -tradicionalmente el principal exportador de libros en América Latina- se observa la edición pirata de textos legales; esto significa que algunas editoriales venidas a menos -y el negocio de las medianas editoriales está en decadencia desde hace casi dos décadas- reeditan libros cuyos derechos poseen sin indicar que se trata de una reedición.

Los libros pirateados son vendidos a precios que oscilan entre el 30 y el 60 por ciento menos que el precio de librería. En los mejores casos las publicaciones piratas no se distinguen fácilmente de las legales, en otros la diferencia de calidad -cubiertas, papel, diagramación- está a la vista. Ocasionalmente a los libros piratas, o pirateados, les faltan párrafos y hasta pliegos completos.

Sucede que el negocio editorial hace tiempo dejó de ser una actividad vinculada a la cultura; el libro pasó de ser una mercancía cultural a ser una mercancía a secas. En esta dimensión es llamativo que los editores piratas puedan vender su mercadería a un precio tan bajo. El papel y la imprenta no cuesta menos al editor ilegal que al instalado legalmente; los derechos de autor rara vez superan el 10 por ciento del precio de tapa -a menudo oscila entre el tres y el seis por ciento-. Un negocio tan redondo (era obvio) debía llamar la atención de estos nuevos capitalistas.

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