Libros: León Aguayo / Tierra asesina
Lagos Nilsson.
Por alguna razón —que desconozco, que no he meditado—la poesía es límite, el final de lo que conocemos, puerta a lo otro; o al revés: ventana por la que oteamos, pero de un modo diferente, la cotidianidad. De cualquier modo la poesía es frontera —y que a veces lo sea entre la razón y otra forma de aprender y vivir el mundo no es consuelo.
Por eso, sin duda, León Aguayo ve "Hoja en el viento sacude / su atrabiliario poder enjuto / muerto…" Antes, en el prólogo de autor, nos había advertido: "Yo escribo en un paisaje abandonado de veraniegas aves y con dos vecinas ya queridas pero que están en lo suyo en otras casas." Para señalar:
"Yo escribo de noche avanzada bajo el pálido rostro de réplicas y misterios. Tierra Asesina no hace criminal a la Tierra, a Maia nuestra madre y por último es un cántico de amor hacia las entrañas naturales cósmicas y telúricas con algo de mi mentor poético Pablo de Rokha". Todo un programa, un arte poética, un desafío.
La única pregunta posible, entonces, la formulará el poeta en su poesía, que es la búsqueda de respuesta frente a ése paisaje que desconoce y por el que transitará muchas veces sin comerlo ni beberlo porque: "Si es que no hay en ello / habrá decepción / No busques así / ni morir ni vivir".
Sucede —cualquiera sea la retórica— que las preguntas verdaderas del poeta surgen una vez dada la respuesta del lector; el poeta no será acaso un pequeño dios, pero es un niño —y los niños indagan: "Creo estar muerto y no estar consciente / creo estar muerto / y demasiado vivo / en ese fallecido rincón / aplastado por atroz viga".
Aguayo vive en Las Cruces, en el devaluado —salvo por el precio de la tierra— y turístico "litoral de los poetas", lenguas de dunas, duro pasto, rocas marinas y horizontes diversos que se abren en la provincia de Valparaíso, Chile, allá por Cartagena —donde la tumba de Vicente Huidobro cautela la voz de la mar— y acaba de manera imprecisa hacia el norte de Cantalao, el sueño trunco de Neruda, mucho antes de llegar al puerto de Valparaíso.
En Las Cruces vive, medio escondido, medio rezongón, casi callado Nicanor Parra. No es el único poeta o artista que ha elegido esos andurriales que fueran alguna vez, hace años, morosamente caminados —desde Horcón y hasta el Camino de San Juan— por el escritor y académico Luis Oyarzún, dando cuenta de cada brizna de hierba, de cada insecto y todos los matorrales.
Cerca de Las Cruces, en El Tabo, vivió el poeta Jaime Gómez Rogers, cuyo seudónimo —Jonás— es hoy el nombre de una calle que baja hasta la arena de la playa; y por los bosquecillos de Isla Negra hemos visto al maestro pintor Andrés Gana buscar una gran raíz de árbol para descubrir con el cincel y el martillo algún día la forma que esconde. Por esas calles suele caminar su exilio infinito Elzbieta Majewzka con sus máscaras, pinturas y desarbolados textos pese a todo claros y fuertes.
Y por ahí mismo, no lejos de la Avenida Central, en Las Coincidencias —un terreno absolutamente rural en el que callejas y rincones llevan nombres de escritores y recuerdan la ciencia— se forja entre jóvenes y viejos un intento para comprender la difícil cultura de los días que vengan. Lo que también hace la escritora y psicóloga Moira Brncic con talleres periódicos y abiertos. No muy lejos de Las Coincidencias vive en unas casa al borde de los árboles Ximena Sepúlveda con sus textos.
Y mientras —dicen los vecinos— la magia de El Quisco se convierte pausadamente en coto de acopio y ventas de las mercancías del narco, todavía es posible allí, al final del verano o antes de la temporada, ver la sombra de Aristóteles España buscar refugio para beber una cerveza o departir con otro escritor, Álvaro Ruiz, que se arrastra desde La Serena para encontrar un vino y un poco de charla en una tierra que —por sus propias razones— ama la poesía, como —Aguayo dixit— "En tréboles nunca mustios / amante savia / de un sauce rojo".
Poco más de 40 páginas conforman el Universo de esta Tierra asesina que afirma: "Ya no tendremos / que cargar el bulto / del país. / No tendremos / que enumerar / nuestras pérdidas. / ¡Abrid las fenestras a la vida / que es parsimonia / amorosa y gentil".
La poesía de Aguayo no es de lectura sencilla (tampoco la facilita el diseño del libro-objeto que la contiene), pero, como suele ocurrir con escritores que tienen mucho para decir, cruzar sus puentes ciertamente enriquecerá al lector: "No siempre la cara / tendrá dos ojos / para miradas rectas que no existen".
León Aguayo, Tierra asesina.
Editorial Las Cruces
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