LIGERO DE EQUIPAJE

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Sentado en mi escritorio miró hacia atrás y veo cinco niños, una mujer. En mi mano, una pequeña maleta, un disco de la Violeta chilensis, Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda, una Biblia, versión revisada Reina Valera firmada por el Señor Cardenal Raúl Silva Henríquez. Un pasaje de ida sin retorno y un pasaporte con la leyenda en todas sus páginas: «Válido sólo para salir del país».

Sumado a todo este inventario ni un solo centavo en el bolsillo y una deuda cercana a tres mil dólares que me prestó el gobierno canadiense  con bajo interés pagadero en cuotas cuando comenzara a trabajar. Este era uno de esos : «gorditos y rotazantes» de los que hablaba la dama de las capas y sombreros ridículos Lucía Iriat de Pinochet.

11 de Noviembre, Día del Recuerdo en Canadá. Día que recuerda a sus muertos durante la primera y segunda guerra mundial, cuyos cuerpos quedaron en los campos de batalla en Europa adornada con millones de flores de amapolas. Una roja amapola, llevan todos, fijadas en la solapa.

11 de Noviembre, de l975 a las 20:30 horas, con menos 9 grados de temperatura aterrizaba en una obscura noche de otoño en el aeropuerto internacional de Edmonton, Alberta. Un país con costumbres y cultura desconocidos, sin saber donde iría a vivir, trabajar y cuidar a la prole. Nos recibió migraciones en el aeropuerto. Nos extendió un boleto para el Motel «North Star» (Estrella del Norte). Qué simbólico cuando vengo de un país con su hermosa estrella del sur que ilumina la cruz. Una orden para desayuno en un restaurant de Kingsway.

fotoDía del Recuerdo, talvez para que nunca me olvidara de los que quedaron atrás. De los que no tuvieron el privilegio desobrevivir en una guerra que no existió. Si, conmigo viajan Mario Silva y los 19 que cayeron en la Quebrada del Way al sur de Antogasta un 19 de Octubre.

Commigo viajaba la figura de uno de los mejores economistas del continente Haroldo Cabrera con quien había estado conversando menos de un mes atrás sobre los proyectos mineros del Gobierno del Presidente Allende tanto en Tarapacá como asi mismo en Atacama. Hablamos de lo que significaba ese tremendo potencial económico para el desarrollo del país. Venía llegando desde los grandes depósito de San José de Tuina y traía el hielo en mi cuerpo de los minerales del Abra (Veta María) hoy en manos extranjeras.

También formaba parte de esa compañia trágica la presencia del Doctor Tognola. De los cuatro amigos que un 23 de Octubre, a las 17:00 horas sacaron desde la cárcel de Tocopilla por el mayor Astete, el fiscal Salazar, el tristemente recordado teniente Alex Cantín que anda libre y sobreseído porque tal vez el Juez Guzmán no comprendió la dimensión de su sadismo sin límites –de quien aún llevo marcas en mi cuerpo–.

Esa tarde partieron para siempre el doctor Vicente Zepeda, Carlos Brewer, profesor de Ciencias, Carlos Gallegos, profesor primario y Breno Cuevas, profesor de música que nos mantenía el ánimo en alto cantando trozos de la ópera Aida.

Al amanecer, con un estruendo irracional de metralla, el aullido lastimero de los perros y una fuerte ola que despertó a todo el pequeño puerto de Tocopilla, partieron para siempre esos compañeros cuyas únicas armas eran los sueños por un cambio profundo en las estructuras de nuestro país para que hubiera mejores condiciones de trabajo par! a todos los chilenos, mejores condiciones de vida para la mujer de nuestra patria, para que los jóvenes pudieran soñar y construir un futuro luminoso.

Hoy esos señores de la muerte, dueño de los cañones, tienen propiedades, se han hecho dueños del patrimonio de Chile y nosotros solamente tenemos un luto permanente, una nostalgia infinita y un recuerdo que nubla de lágrimas nuestros ojos.

Conmigo viajaba la figura de los 13 compañeros asesinados por la Caravana de Arellano Stark en la cuesta Cardones al Sur de Copiapó, un mes atrás estábamos analizando la situación de los mineros, de los pirquineros, las cooperativas mineras en el «Congreso Nacional Minero» realizado en la Escuela de Minas de Copiapó.

Commigo, mi equipaje ligero, llevaba además la carga mas preciosa de la historia de Chile, el recuerdo de mis compañeros. Soy parte de la historia de dos provincias que vive lejos de la patria, que no pudo regresar porque todas las energías –olvidandome de mi mujer, mis hijos– las entregué de lleno a luchar por la libertad de la patria con esa profunda convicción Bolivariana de la unidad continental de todos los pueblos de nuestro continente.

No perfeccioné mis estudios porque la causa estaba primero. No asumí la nacionalidad de este país porque pensaba que mi estadía sería corta. Hasta hoy soy una figura gitana, sólo que no vivo en carpas y cuando viajo a Chile, a ese trozo de tierra que tanto quiero, que tanto añoro, me tratan como extranjero, como alguien que no tuvo las suficientes agallas para quedarse.

Si quisieran ellos tener un gramo de dolor por los cuales he pasado tal vez no hablarían de esa manera. No son los golpes ni las humillaciones a las que fuí sometido en el dolor de lo que le hicieron a otros de mis compatriotas amparados en la obscuridad de la noche, en el desierto, cortándoles sus extremidades, sacándoles los ojos con un corvo de combate, quebrándoles sus huesos. Solos, desarmados, amarrados, encapuchados donde el desierto se tragó sus llantos, sus gritos desesperados, donde Dios se hizo sordo, donde lo mejor de la humanidad como  Cristo, estaba muriendo por el futuro de una patria transfigurada. Por ese país donde aún no «se abren las grandes alamedas».

Día del Recuerdo, llevo dos amapolas en mi solapa, una por los caídos en la guerra y otra por mis compañeros que se los tragó las sombras de la noche.

Eso es parte del equipaje –que todavía conservo– con el que llegué a este país.

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* Director de Chileno de Corazón, que se publica en Canadá.

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