Saul Landau y Philip Brenner*

En 1823, el Secretario de Estado John Quincy Adams escribió, y el presidente James Monroe proclamó, una doctrina que afirmaba que el carácter político de EE.UU. es diferente del de Europa. EE.UU., declaró el presidente Monroe, consideraría la extensión de la influencia política monárquica de Europa hacia el Nuevo Mundo “como peligrosa para nuestra paz y seguridad.” Las potencias europeas debían dejar las Américas para los ‘americanos,’ advirtió, e implicó enérgicamente que existía una esfera de influencia de EE.UU. al sur de la frontera.
En la época, Europa se encogió de hombros. Después de todo, EE.UU. no poseía ni un ejército ni una armada formidable. Pero tres serios problemas desnaturalizaron fundamentalmente ese gesto aparentemente noble para proteger repúblicas recién independizadas en Sudamérica, contra la recolonización europea.
Primero, Washington hizo la proclamación unilateralmente. Los latinoamericanos no le pidieron protección. Los diplomáticos estadounidenses ni siquiera consultaron a sus homólogos. Era algo irónico, ya que la “protección” de la Doctrina involucraba que EE.UU. se posicionaba entre los países latinoamericanos y Estados europeos supuestamente malévolos.
Segundo, su paternalismo – la afirmación de que “nuestros hermanos del sur” carecían de capacidad para defenderse – provoca cólera y animosidad en Latinoamérica. Incluso si la implicación hubiese tenido una cierta validez en un cierto momento, ya no corresponde a la realidad de la región.
El tercer y más problemático aspecto que encara Obama por la obsoleta doctrina tiene que ver con su legado. Durante más de un siglo, EE.UU. ha intervenido periódicamente en los asuntos internos de países latinoamericanos. Normalmente EE.UU. invocaba la Doctrina Monroe – sin amenazas de Europa – para justificar intrusiones en su propio interés que han infligido fuertes daños a la dignidad y la soberanía latinoamericanas.
El corolario de Roosevelt

La mayoría de las naciones latinoamericanas desafía ahora a EE.UU. en algunas importantes decisiones políticas. Chile y México, miembros del Consejo de Seguridad, votaron contra Washington cuando se presentó la crucial resolución de la ONU que habría aprobado la invasión de Iraq por Bush. Y la influencia de EE.UU. ha seguido siendo erosionada por los lazos diplomáticos, económicos y militares más fuertes con China, Rusia e Irán que desarrollan varios países de la región.
Ante los hechos, el presidente Obama debiera anunciar lo antes posible – y no después de la Cumbre de las Américas en Trinidad a mediados de abril a la que planea asistir – que la Doctrina Monroe está muerta y enterrada. Su acto podría servir como un catalizador retórico para desarrollar una verdadera cooperación que reconozca la nueva condición de Latinoamérica. Sólo el funeral de esa doctrina del Siglo XIX posibilitará que EE.UU. dé a luz una política sana.
* Landau es vicepresidente del Instituto de Estudios Políticos. Su libro más reciente es “A Bush and botox world"
Brenner es profesor de relaciones internacionales en American University. Su libro más reciente:: “A Contemporary Cuba Reader”
Publicado en CounterPunch, traducido por Germán Leyens
Los comentarios están cerrados.