Lo normal y el cambio en Chile
Wilson Tapia Villalobos*
En estos días el caso de un padre homosexual que obtuvo la tuición de su hijo desató la polémica. Habían pasado casi cinco años que la sociedad estaba tranquila, porque la jueza Karen Atala, lesbiana, había perdido, en la Corte Suprema, la tuición de los suyos. La “normalidad” soporta embates constantes. Y, por lo general, el resultado son rasguños a la moral imperante.
El fenómeno no es nuevo. Acompaña a la civilización desde sus inicios. Claro que se hace más acuciante en períodos de crisis. Porque es precisamente la necesidad de un cambio de enfoque lo que empuja a ésta. En la actualidad pareciera que estamos en un instante de aquellos. Con todos los agravantes que acompaña dar un paso que es inevitable, pero que significa la muerte de lo conocido. Y la muerte abre interrogantes.
Hoy es el tema del comportamiento sexual. Parece conveniente mirarlo sin tapujos para comprender cómo la aceptación o rechazo de ciertos comportamientos influyen en valores que le dan sentido a la sociedad. En este caso, la libertad sexual y la igualdad ante la ley.
Con razón decía la jueza Atala que ella había sido tratada de manera distinta a cualquier mujer chilena. Y se podría agregar que, en su caso, la Corte Suprema actuó como si en Chile existiera una justicia religiosa. Tal como en los países islámicos.
En el nuevo caso del padre homosexual, el argumento más socorrido para rechazar el fallo judicial es el ejemplo que recibirá el hijo. Y cómo éste puede resultar dañado. Los planteamientos en tal sentido están avalados por una mirada que considera a la homosexualidad y el lesbianismo como algo antinatural. O, en el peor de los caso, como una desviación malsana.
La Iglesia Católica sostiene que tales opciones sexuales responden a una enfermedad. Tal postura ignora que alrededor del 10% de la población exhibe un comportamiento de ese tipo. Es algo natural, como la heterosexualidad. Por lo tanto, debería ser considerado normal.
Pero en este sentido operan los prejuicios. Es más fácil quedarse con la moral establecida, aunque haya sido sobrepasada por la evolución de la humanidad.
Para Nietzsche, no existen los fenómenos morales, sino una interpretación moral de los fenómenos. Y es allí donde entra todo el peso que trae la sociedad en sus tradiciones, en su educación, en su cultura. Porque la moral es el conjunto de creencias que guían a un grupo social para decidir el bien o el mal de una acción. La moral también se define como los principios religiosos, eróticos o valores que una comunidad ha decidido respetar.
Pero la moral tiene su base etimológica en el latín. Viene de mores: costumbre. Y las costumbres van variando con el tiempo. Hoy nos encontramos en uno de esos momentos en que el tranco del cambio se ha acelerado. En que las instituciones son cuestionadas, porque no dan las respuestas que de ellas se esperan. La reacción que tales presiones generan son frenos que no ayudan a desarrollar nuevos conceptos.
De allí que, por ejemplo, la democracia esté siendo cuestionada. Sin una apertura hacia la participación que permita la consideración de nuevas exigencias, tal sistema no cumplirá con lo que de él se espera.
Temas de este tipo seguirán levantando polémica y rechazos apasionados y, también, respaldos cada vez más masivos. En ellos se encuentran involucrados valores que deberán adoptarse para lo que estamos viviendo y para el porvenir. Que, obviamente, incluye exigencias distintas a las de las costumbres que adoptamos en un pasado que parece cada vez más lejano.
En la campaña presidencial que ya ha soltado amarras, los chilenos seremos testigos del tratamiento de algunos temas relacionados con los valores imperantes. Seguramente serán abordados con tal delicadeza quirúrgica, que difícilmente servirán para definir pasos a seguir. Pero se presentarán.
Incluso el potencial candidato de la Concertación, el senador Eduardo Frei Ruiz Tagle, ya está siendo cuestionado Todo por aceptar discutir el aborto terapéutico, legislación que existía en Chile hasta el advenimiento de la dictadura militar, en 1973.
Las críticas han venido de la derecha, que lo acusa de transgredir sus principios cristianos. Y también en su partido, la democracia Cristiana, lo cuestionan por abandonar principios que son caros a la colectividad. La razón que habría tenido Frei para hacer tal abordaje, sería congraciarse con la izquierda de la Concertación.
Las críticas a Frei son atendibles porque representan una manera de pensar. Lo que no se puede aceptar es que esa manera de pensar no respete el derecho de quienes no piensan así. Aquí están en juego valores tan importantes como el derecho a la vida de la madre. Y en cuanto al aborto en general, la libertad de la mujer a decidir acerca de su existencia.
El tema está abierto y difícilmente, con cerrar los ojos, se cerrará también el debate.
* Periodista.