Los antisemitas

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A Daniel Jadue, candidato a presidente de la izquierda chilena, se le ha dejado caer, perdonando la expresión, toda la mierda que pueden acumular los furiosos enemigos del éxito creciente de su candidatura, tal como le ocurrió a Salvador Allende en sus campañas presidenciales, la última de las cuales culminara con el triunfo de 1970.

Quizás si la diferencia con quien fuera el Presidente del pueblo, es que los ataques calumniosos y arteros, esta vez no sólo provienen de la derecha dura que, justo es reconocerlo, no hace más que cumplir con su deber, sino que a ella se suma la llamada centroizquierda de la que forma parte, ¡oh, paradójica ironía de la vida! el que fuera el partido del Presidente Allende.      Daniel Jadue, alcalde de Recoleta,... - StandWithUs Español | Facebook

La última injuria que sacara de su bagaje de estiércol la seudoizquierda y la derecha, ha sido colgarle a Jadue el estigma de “antisemita”. Resulta entonces interesante echar una mirada al origen y la intencionalidad de este calificativo, que ha sido utilizado frecuentemente como el último recurso para eludir la condena mundial que reciben, no los semitas, sino los sionistas que dirigen el gobierno israelita.

El nacimiento del estado de Israel como una nación físicamente ubicada en territorios del Medio Oriente, decidida en 1947 por la entonces naciente Organización de Naciones Unidas, ha generado controversias prácticamente desde su origen, y que no han sido resueltas hasta el día de hoy.

Entre los problemas que trajo la génesis de este nuevo país, al margen de varias aristas colaterales, se pueden reconocer dos grandes facetas que muchas veces suelen superponerse, aportando una confusión que sólo favorece a quienes se parapetan en este error para justificar sus tropelías.

Una de estas dos facetas es el incuestionable derecho de los miles de judíos diseminados por el mundo a tener una patria física y legal, y negar este derecho mezclándolo con la otra cara, que es el carácter imperialista y fascistoide que identifica al gobierno que hoy rige a la nación israelita, sólo entrega argumentos a los criminales de Tel Aviv para justificar la utilización que hacen del sambenito de antisemitas, y que cuelgan a todos quienes osan levantar una crítica a su política genocida.

He condenado con profunda indignación a los sionistas que gobiernan Israel cada vez que perpetran las masacres, al más puro estilo del nazismo, contra pueblos indefensos, empleando el abrumador poderío militar que ostentan gracias al apoyo económico internacional del judaísmo, y el sostén que les brinda sin condiciones el imperialismo estadounidense.

Sin embargo, en cada ocasión he intentado separar las aguas de quienes, justamente indignados, van más allá abogando por una destrucción total del estado de Israel e, incluso, llegan a negar el holocausto, que significó la muerte horrenda de más de seis millones de judíos a manos del fascismo hitleriano. Está más que claro que no se puede confundir una cosa con la otra, so riesgo de hacerle el juego al neofascismo que vuelve a cobrar fuerza en el mundo.

Hace algunos años, y a propósito de una de las tantas masacres que los que se autoproclaman como las huestes de Dios perpetraron sobre hombres, mujeres y niños en la ciudad libanesa de Qaba, señalé que quizás si uno de los daños más grande que hizo el nazismo sobre el pueblo judío, además de los millones de asesinados, hombres, mujeres y niños, fue hacer renacer en este pueblo el concepto totalitario de la supremacía racial, aquella supremacía que justifica los genocidios, la violación de los derechos humanos, y todos los crímenes de lesa humanidad.

Este concepto supremacista, que ha estado latente en el alma hebrea desde que en sus raíces mismas se inventaron una religión a la medida, que les otorgaba el beneficio de ser la raza privilegiada de Dios.

Este concepto, digo, que les sirviera para trascender a través de los siglos justificando, desde el Antiguo Testamento bíblico, el supuesto derecho divino para sojuzgar otros pueblos, es ahora hábilmente manipulado por el sionismo de Tel Aviv para presentarse ante el mundo como las víctimas del antisemitismo, cada vez que la gran mayoría de los países representados en la ONU, y los gobiernos dignos del mundo, denuncian el genocidio que estos “hijos de Dios” descargan sobre el pueblo palestino.

Tildar de antisemita a los adversarios políticos, como se hace hoy con Daniel Jadue, es también la treta a la que recurren quienes creen que ese epíteto es un instrumento infalible de desprestigio para quien lo recibe, aun cuando el calificativo ha ido quedando en descrédito por lo manido y lo falsario.

Los ataques en contra del candidato de la izquierda han ido arreciando cada vez con mayor intensidad, por lo que vamos a ser testigos, entonces, de muchas otras bajezas en el largo camino que resta hasta el día en que se elija al nuevo presidente de Chile. Unamuno dijo una vez que “Hay circunstancias en las que callar es mentir”.

Por eso, en este álgido momento que vive Chile, callar ante la piara que junta tras de sí a seudoizquierdistas, centristas y, naturalmente, a la derecha más recalcitrante, sería un error que los tiempos venideros no perdonarían jamás.

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