Los “conspiranoicos”

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Siempre ha habido “conspiranoicos”. Parece que muchos humanos tienen necesidad de creer en cosas que no se relacionan con la razón sino con los sentimientos y que dicen con seriedad que Neil Armstrong no llegó a la Luna en 1969, que piensan que ETA hizo los atentados del 11-M, que afirman que la Tierra es plana, o que defienden teorías creacionistas frente a la de la Evolución. “Hay gente pa tó”, que decía Rafael “El Gallo”. Creen ciegamente, no razonan y rechazan la evidencia científica.

Los partidarios de “explicar” el mundo a base de teorías conspirativas han tomado mucha fuerza con el desasosiego que produce la pandemia y la mortalidad que la acompaña, con la crisis económica que nos ha caído encima cuando apenas superamos las heridas de 2008, y con el obsceno crecimiento del desempleo.

Son asuntos graves individualmente pero que juntos producen una inseguridad perfectamente explicable que se ve acentuada por los cambios vertiginosos en el mundo de la tecnología, y por la proliferación de bulos que los algoritmos de las redes sociales multiplican exponencialmente y que, como conocen nuestros gustos e inclinaciones, nos inyectan en vena las informaciones que estamos predispuestos a creer. El resultado es que ya no sabe uno de qué fiarse.

Y esta combinación de incertidumbre, temor, desconfianza y bulos es el terreno abonado que algunos aprovechan en su propio beneficio para sembrar la confusión con ideas peregrinas como poner en duda la gravedad y la misma existencia del virus del Covid-19, que se presenta como algo inofensivo u obra de poderes malignos para recluirnos en casa y controlarnos mejor, como culpar a los inmigrantes por difundirlo “con sus modos de vida”, afirmar que las mascarillas son ineficaces, que las redes 5G lo diseminan…

Algunos incluso acusan a George Soros o a Bill Gates de crear y propagar el virus. Estos “negacionistas” de la evidencia o inventores de una realidad alternativa se manifiestan airados y acompañados por elementos de extrema derecha han llegado a intentar asaltar el Reichstag en Berlín. También atacan a los musulmanes, a los judíos, a los negros, a los refugiados y a todos los que perciben como diferentes en una construcción artificial del enemigo que parece inspirada en los Protocolos de Sión.

Un ejemplo particularmente grave y actual es de QAnon, una especie de culto que se extiende con gran velocidad por los Estados Unidos y ya ha llegado a una Europa que sigue mansamente todas las modas americanas desde Halloween al Black Friday. Así, el movimiento ya cuenta con 200.000 seguidores en Alemania, donde ha prendido con especial fuerza. QAnon es un acrónimo.

La Q se refiere a un misterioso individuo que supuestamente ocupa un lugar de máximo poder en Washington y que está dispuesto a desvelar toda la porquería que esconde la élite dominante (gobernantes, grandes empresarios, magnates de la cultura y de los medios de comunicación) en inimaginables cloacas. Nadie sabe quién se esconde detrás de esa letra Q. La segunda parte del acrónimo, “Anon”, son las cuatro primeras letras de la palabra anónimo.

QAnon tiene muchísimos seguidores comunicados entre sí por las redes sociales y convencidos de que hay una cábala misteriosa que rige los destinos de la humanidad (lo que antes se decía de la “conspiración judeo-masónica” o del “grupo de Bilderberg”) compuesta por una red de “pedófilos y caníbales” que no sólo trafican con niños sino que los sacrifican en orgías en las que adoran a Satanás, y que para apoderarse del mundo se sirven de falsedades como la del actual virus.

Los miembros de QAnon proceden de una curiosa amalgama de grupos reaccionarios de extrema derecha, libertarios antisistema que rechazan todo tipo de directrices sobre la forma de manejar sus vidas, gentes abducidas por la pseudo-ciencia y amedrentadas por un mundo que no entienden, personas que desconfían de gobiernos corruptos, gentes que ven por doquier “cloacas del Estado” capaces de increíbles conspiraciones, e ignorantes de escasa cultura pero con enormes cantidades de información no filtrada, procedente de redes sociales, que son incapaces de digerir.

Esta locura gana terreno con fuerza. Un reciente estudio afirma que el 16% de los americanos creen cierta la conspiración que denuncia QAnon, y son muchos los que están dispuestos a recurrir a la violencia para acabar con esa red poderosa y corrupta. No es broma y por eso YouTube y Facebook ha tomado medidas estos mismos días contra QAnon o Pizzagate que es el nombre de otro grupo que afirma que los Demócratas trafican con sexo desde el sótano de una pizzería en Washington (!).

Trump se ha negado a condenar públicamente a QAnon (cuando le preguntaron contestó que “ellos están contra la pedofilia y yo también”) porque QAnon le apoya al verle como el líder que barrerá toda esa podredumbre en una especie de catarsis que llaman “la Tormenta” (“storm”) o también “el gran despertar” (“great awakening”).

Pintan a Trump como un nuevo Superman o como un nuevo George Washington que es atacado por los medios de comunicación “de izquierdas”, sin duda en connivencia con los pedófilos o pedófilos ellos mismos. Algunos miembros de QAnon entrarán en la Cámara de Representantes en las próximas elecciones, como Marjory Taylor Greene, por a Georgia, dando un poderoso altavoz a sus excentricidades.

Son cosas que causan perplejidad pero que no hay que tomar a la ligera porque son falsas, extienden la violencia y el odio, crean desconfianza en las instituciones y promueven la desunión social cuando más unidos debemos estar para combatir contra la pandemia y sus consecuencias. Y ya verán cómo pronto los tenemos por aquí.

*Embajador de España. Publicado en Diario de Mallorca, el Periódico de Catalunya y la Cadena de Prensa Ibérica

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