Los cortesanos argentinos de la deuda
Los condicionamientos externos coinciden con la extorción judicial planteada desde adentro. El endeudamiento externo de la Argentina con el Fondo Monetario Internacional fue promovido por los mismos sectores que se beneficiaron.
Los amigos, socios y simpatizantes del macrismo le pidieron al expresidente que consiga los dólares para coronar la especulación financiera que habían llevado a cabo desde el 10 de septiembre de 2015. El negocio les salió redondo: los grandes empresarios se quedaron con los dólares otorgados por le FMI y el pueblo argentino se quedó con la deuda.
Para que eso haya sido posible fue necesaria la complicidad de una Corte Suprema instaurada para defender solo a los grupos más opulentos de nuestra sociedad.
Esos mismos cortesanos se diferencian del resto de sus compatriotas por el hecho de que ganan un millón de pesos por mes por un trabajo público que no puede ser revocado por ningún mortal. No pagan ganancias y nadie puede juzgar sus actos. Pertenecen a una nobleza feudal ajena a la voluntad popular, espacio social en el que reside la legitimidad republicana.
Esta Corte Suprema avaló prisiones preventivas para delitos que luego fueron desestimados –como el caso del memorándum– mientras cajonea expedientes como el de Milagro Sala en el que la justicia provincial de Jujuy criminalizó a una organización política –la Tupac Amaru– y a su máxima dirigente para aniquilar a una oposición constituida en fuerza social movilizada.
Según la oposición actual, sus alfiles mediáticos y los empresarios que los guían, la deuda la tenemos que pagar todxs lxs argentinxs. Muy pocos quieren recordar que la extorsión actual del endeudamiento motivó una negociación minada desde el inicio.
Se complotaron tres actores centrales para ir arrinconando a los negociadores argentinos. El Departamento de Estado, el establishment financiero internacional y la oposición cambiemita (del neoliberal Cambiemos).
Un sector del Frente de Todos creyó ingenuamente que el triunfo de un presidente de los Estados Unidos, opuesto a Donald Trump, iba a motivar concesiones a nuestro país. Fue una ilusión basada en el desconocimiento de la lógica estructural del capitalismo neoliberal global.
Ese entramado necesita que Argentina esté sometida a su lógica. Que no logre despegar industrialmente y que sus fuerzas productivas –los trabajadores– no se asocien a un Estado activo capaz de dinamizar el desarrollo con formato inclusivo.
Demandan que no se diversifiquen los vínculos geopolíticos: toda articulación con Rusia, China u otro país rebelde debe ser prescindible. Y exigen, además, que América Latina no se integre. Que le de la espalda a quienes buscan un camino independiente de su tutelaje. Por eso reclaman que se aísle a Venezuela, a Cuba y a Nicaragua.
Por eso la derecha doméstica está de parabienes y festejan su cuádruple satisfacción momentánea: (a) celebra el preacuerdo con el FMI –sin el más mínimo costo para quienes se fugaron las divisas–, (b) aplaude que no se cuestionen los mecanismo turbios e inconstitucionales con que se pactó dicho acuerdo, (c) exalta el condicionamiento de la economía que los habilita para limitar la expansión productiva nacional, y (d) se entusiasma ante la división del Frente de Todos.
Lo que no saben es que al Movimiento Nacional y Popular siempre le quedan cartas guardadas: una que se van a exhibir en los debates parlamentarios. Y la otra que tendrá destino de calle, de plaza, de movilización y de gesta.
Esta última carta, guardada en el pliegue de la memoria popular, siempre ha cambiado el trayecto bien pensante de muchos análisis. Tiene rasgos multitudinarios y pueden modificar lo previsible de un día para el otro. Arturo Jauretche sugirió alguna vez que “Lo actual es un complejo amasado con el barro de lo que fue y el fluido de lo que será.” Estamos a tiempo de ser parte de ese recorrido.
*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)